México D.F. Sábado 4 de octubre de 2003
Presentaron en Madrid las obras completas del
escritor, publicadas por el FCE
Pitol: traducir me enseñó a crear la
estructura del relato y la novela
El autor de El arte de la fuga reconoce en Faulkner
una de sus influencias
ARMANDO G. TEJEDA CORRESPONSAL
Madrid, 3 de octubre. El escritor Sergio Pitol
tiene la añeja aspiración de ''ser invisible" y moverse ''entre
otros seres invisibles", quizá entre todos esos personajes e historias
que habitan en su memoria de lector precoz. A sus 70 años, después
de una vida apasionante y ávida de conocimiento y ''palabra", se
ha convertido en uno de los novelistas mexicanos más elogiados y
traducidos en el extranjero, sobre todo después de la publicación
de su novela El arte de la fuga (Ediciones Era, 1996), obra que
la crítica sitúa entre las más relevantes de la literatura
contemporánea.
Pitol reside en Jalapa, Veracruz. Allí se dedica
a leer y escribir, actividad que sólo rompe para ir a la universidad
en esa ciudad o como ahora que vino a Madrid para presentar sus obras completas
editadas por el Fondo de Cultura Económica (FCE), que incluyen sus
primeros cuentos, Infierno de todos y Los climas, así
como su más reciente novela, El viaje.
La noche de este viernes, por ejemplo, se presentaron
Obras reunidas I, de Sergio Pitol, en el Instituto México,
con la participación de Juan Villoro, Enrique Vila-Matas y el autor.
Este volumen reúne las dos primeras novelas de Pitol, El tañido
de la flauta (1972) y Juegos florales (1982).
Escribir para deshacerse de cosas
En
entrevista con La Jornada, Sergio Pitol habla de su infancia, el
quehacer narrativo y de las sensaciones y pensamientos que le inspiraron
la rebelión zapatista de Chiapas.
-¿Cuándo comenzó su obra literaria?
¿En el momento en que se tiene que ir a vivir con su abuela y descubre
la lectura?
-Cuando vivía con mi abuela leí mucho a
Julio Verne y la literatura del siglo XIX, pero en realidad empecé
a escribir a los 24 años, aunque antes las narraciones y las conversaciones
con mi abuela y mi familia fue lo que me arrastró a escribir mis
primeros cuentos. Entonces, creo que escribía para deshacerme de
muchas cosas: de la niñez, de la transición o de la ceguera
hacia la realidad de mi casa.
-Lo primero que escribió fueron unos poemas y usted
los consideró terribles.
-Lo primero que escribí fueron unos poemas durante
un viaje a Venezuela, cuando tenía 18 o 19 años, y con la
creencia de que tenía la influencia de Paul Valéry, por lo
que hacía poemas al mar y de amor. Tenía la intención
de editarlos, pero antes se los leí a mis amigos y todos me dijeron
que estaban bien pero que era mejor esperar y dejar madurarlos. Advertí
que no les interesaban y llegó un día que los perdí
y no los extrañé, ni siquiera recordaba que había
escrito esos poemas hasta 1988, cuando regresé a México y
una amiga mía me los llevó, pensando que me iba a dar mucho
gusto. Los leí y casi me muero porque eran tan espantosos, sin ninguna
noción de literatura ni de creación. Y los tiré a
la basura. Creo que si hubiera editado esos poemas no hubiera escrito nunca
más, pues hubiera sido una prueba de que no tenía ningún
talento literario.
-Sin embargo, años después publicó
su primer libro de cuentos. ¿Qué influencias tenía
entonces?
-Sobre todo Faulkner, y los publiqué gracias a
que un día llegaron a mi casa Carlos Monsiváis y José
Emilio Pacheco, quienes aunque eran muy jóvenes ya publicaban en
los suplementos culturales, y me dijeron que fuéramos a ver a Juan
José Arreola, quien entonces hacía unos libros preciosos,
para ver si nos publicaba. Poco tiempo después nos llamó
y nos dijo que desde luego le interesaban.
El tiempo novelístico
-Usted ha dicho que las tertulias de esos años,
en la ciudad de México, con Manuel Pedroso, fue algo fundamental
para su vocación de escritor. ¿Por qué?
-Porque él era un hombre extraordinariamente culto,
excéntrico, con una individualidad absoluta y que había sido
rector de la Universidad de Sevilla, diplomático muchos años,
el último embajador en Moscú de la República española
y había llegado a México como muchos otros tantos españoles
exiliados. Pedroso organizó con algunos de sus alumnos una tertulia,
en la que todos los sábados hablamos y hablamos de literatura, de
filosofía y de los problemas del mundo.
-¿Esas conversaciones le sirvieron para tener una
visión general del mundo o la literatura, o para formar su propia
voz literaria?
-Creo que eran más bien para tener una visión,
para buscar una conexión entre las lecturas, la historia, el arte,
la plástica de la época y eso nos enseñó mucho
a todos a los que asistíamos, entre ellos Carlos Fuentes y Víctor
Flores Olea.
-En esa época también publicó su
segundo libro...
-Sí, pero después estuve tres o cuatro años
sin escribir nada. Pensé que eso era lo que debía haber escrito
y nada más. Pero cuando llegué a Italia volví a escribir
gracias a todo lo que veía y oía, pues en Roma también
hacíamos los mexicanos tertulias con María Zambrano, su hermana
y sus amigos. Además de que yo, que había tenido una vida
tan comodina y holgada, descubrí otros mundos, y llegó un
momento en el que se me acabó el dinero y decidí no pedir
más y quedarme ahí. Entonces era la época en la que
era formidable vivir en la pobreza y ver cómo podía uno tomar
el primer café en la mañana.
-¿Dedicarse a la traducción le permitió
descubrir algunas claves de la literatura?
-Creo que sí, pues fue un aprendizaje que muchos
no tienen y que para mí fue como una escuela de escritura. Lo que
me enseñó la traducción fue la construcción,
la arquitectura, la estructura de un relato o una novela. Por ejemplo,
descubrí cómo puede haber en la página cinco de un
libro un pequeño detalle que luego, a la mitad de volumen, ese detalle
se amplía y al final es fundamental. Que significa también
ver cómo se va moviendo el tiempo novelístico.
Recurrencia del terror
-Cuando decide regresar a México, usted escribió
El arte de la fuga, que se considera su libro más importante
y que reúne todas las experiencias y aprendizajes que vivió
en el extranjero.
-Desde 1978, cuando estaba escribiendo mi primera novela,
empecé a llevar un diario en el que están las notas que después
me sirvieron para hacer otros libros y para crear personajes o realizar
de una forma más ajustada las recreaciones de época.
''Por tanto, no necesité llegar a México
para expresar todo eso, además de que en El arte de la fuga utilicé
muchas de esas anotaciones, pero ese libro es producto de la curación
de hipnotismo a la que me sometí y en la que se me revelaron los
terrores que viví de niño: la muerte de mi madre.
''Ese texto lo tuve que escribir porque fue muy violento
y muy trágico, a partir de ese texto vienen todos los demás,
pues hacía yo como si estuviera hipnotizado y pensaba en cosas importantes
que se me fueron revelando, algunas de ellas sin importancia hasta que
llegué a la muerte de mi madre. Casi todos esos textos están
escritos de esa manera.''
-Esa imagen del Ojo del agua, donde murió su madre
ya se había hecho patente en su obra...
-Sí, pero yo no lo sabía, y creo que casi
en todas mis obras está presente esa situación de terror.
-En su obra también hay una preocupación
persistente sobre la situación política y social de México...
-No me preocupa todo, pues sería politólogo,
pero sí es un propósito mío transformar a la sociedad,
crear una sociedad civil que antes no existía en México y
que ahora la hay, que se creó y fortaleció con la rebelión
zapatista en Chiapas. Recuerdo las marchas en casi todas las ciudades de
México en las que se pedía la paz al mismo tiempo que el
gobierno empezaba a bombardear la zona del conflicto. Desde ese momento
México es otro.
-¿Qué le parece la edición de sus
obras completas?
-Un poco opulenta, pero muy bonita.
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