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México D.F. Sábado 4 de octubre de 2003
ƑLA FIESTA EN PAZ?
Leonardo Páez
Adiós, Príncipe
FALLECIO EL JUEVES 2 el matador de toros Alfredo Leal Kuri, apodado El Príncipe del Toreo, más que por no haber llegado a rey por la finura de su estilo dentro y fuera de los ruedos. Originario de la colonia Roma en la ciudad de México, donde nació el 18 de mayo de 1930, de niño solía jugar al toro en la calle de Chiapas, acompañado de los hermanos Mier, de Eduardo Vargas, Carlos Montes y el después futbolista Raúl Cárdenas, así como de mi tío Fernando Gómez Villarreal, quien cambiaría sus ansias de novillero por la vocación de servicio como prominente médico traumatólogo.
ALFREDO, AL IGUAL que el grueso de los hombres apuestos que se han vestido de torero, antes que la decisión y el espíritu competitivo poseyó una excepcional estética que le permitiría triunfar en no pocas plazas del mundo, incluidas la Maestranza de Sevilla y el Toreo de Cuatro Caminos.
FUE PRECISAMENTE EN el hoy abandonado pero techado coso en los límites del DF y Naucalpan donde el público capitalino pudo atestiguar las dimensiones expresivas de Leal como torero de interioridades, con faenas imborrables como la realizada con el bravo Tejón, de Mariano Ramírez, en enero de 1962, o las verónicas modélicas que instrumentó con el noble Serranito, de Mimiahuápam, en 1967. En muchos lienzos quedaron plasmadas también sus chicuelinas y su péndulo pues, a diferencia de otros, a su elevada estatura Alfredo aunaba a la verticalidad y la dimensión en las suertes.
PERO LEAL, COMO tantos otros toreros mexicanos, careció de apoderados que hicieran valer sus cualidades ante los caprichosos emprezafios -neologismo deliberado- que hace décadas se adueñaron de la fiesta con la usurera idea de hacer negocitos en lugar de grandes negocios mediante la adecuada promoción del espectáculo y el planeado posicionamiento de toreros singulares en el ánimo de la gente.
VERDADERO IDOLO DE la afición de varios cosos norteños -Saltillo, Monterrey, Laredo, Tijuana-, donde su nivel de desempeño artístico era más sostenido, Alfredo me confesaba en cierta ocasión que en esas plazas toreaba más "a su aire", sin las presiones, envidias e insultos que provocaba en algunos sectores su matrimonio con ese volcán convertido en mujer que fue Lola Beltrán.
EN LOS AÑOS 60 El Príncipe acompañó en España, como primer espada, a los taquilleros diestros Manuel Benítez El Cordobés y Sebastián Palomo Linares, bautizados por la crítica como Los guerrilleros, cuando éstos, armados de una plaza portátil, se fueron por la libre, ignorando a los empresarios peninsulares que se negaban a pagarles lo que pedían. Bravo con el divino neutle, con el frontón y con las mujeres, Alfredo incursionó también como actor de televisión y cine, destacando su actuación en la cinta de Arturo Ripstein Tiempo de morir (1965), al lado de Jorge Martínez de Hoyos, Marga López y Tito Junco.
Y COMO REPRESENTANTE de los hoy sometidos matadores, en la primera mitad de los años 90, consiguió concluir el magnífico auditorio Silverio Pérez en la sede de la agrupación, de la que al poco tiempo sería separado de mala manera por unos socios que distan mucho de imprimirle al arte de torear el tiempo melodioso del temple que Alfredo Leal supo desplegar. šSalud, Príncipe!
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