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México D.F. Domingo 5 de octubre de 2003
Néstor de Buen
Las revoluciones indecentes
Seguramente voy a estar en contra de las corrientes dominantes. Pero no resisto la tentación de decir que las recientes formas de protesta que vivimos en esta ciudad difícil me parecen intolerables.
Debe ser una cuestión de edad. A los 77 años, casi 78, a lo mejor me he convertido en un conservador. En lo íntimo, lo rechazo. Pero de ninguna manera tolero las idioteces de los nuevos rebeldes. El encueramiento público me parece repugnante y, además, denigrante. Y la violencia contra las propiedades me resulta insoportable. Cuando me encuentro con la noticia de esas conductas me entran deseos de que a los culpables, no sé si llamarles irresponsables, por lo menos los fusilen. Después lo pienso mejor, por supuesto.
El 2 de octubre, celebrado (por decir algo) 35 años después de los sucesos de Tlaltelolco, no merece que unos individuos que se hacen pasar por estudiantes, sin idea exacta de lo que aquello significó, en lugar de una marcha digna que rindiera honor a las víctimas de la barbarie del presidente Gustavo Díaz Ordaz, lo único que lograron es una especie de justificación, a muy larga distancia, de la bestialidad de entonces del Ejército que asesinó a estudiantes en cumplimiento estricto de las indicaciones de un Estado Mayor Presidencial que, a su vez, obedeció instrucciones de un hombre inteligente, pero soberbio. Díaz Ordaz, de quien dicen tenía -no sé dónde escondido- un gran sentido del humor, mostró la cara evidente del amor por el poder, del sentido del orden por el orden, olvidando el derecho del pueblo para protestar. La razón de Estado, sin duda.
Las notas actuales a propósito de los desmanes de unos supuestos estudiantes, provocadores ellos mismos de la represión, no reflejan más que un sentido de irresponsabilidad. En el fondo, lo entiendo, fue una reacción elemental frente a un estado de las cosas que no responde a la idea de una democracia sustantiva, fundada en el respeto al empleo, adecuada al reconocimiento de que el Estado debe asumir (y no lo hace) el cumplimiento de obligaciones indeclinables que olvida y transforma en el supuesto orgullo de saber que el porvenir está en la economía informal, en la economía sin empleo.
Hace tiempo que digo que los estudiantes de ahora no son de esa condición. Cuando el director de mi Facultad de Derecho, Fernando Serrano Migallón, me ofreció cambiar las solemnes clases de doctorado por las simpáticas clases de licenciatura lo acepté, un poco porque no me gusta contradecir a nadie, menos a un amigo tan querido como Fernando. Pero, además, mi experiencia con esos chicos y chicas que apenas empiezan el camino del estudio del derecho ha sido sensacional. En lugar de la vanidad nada escondida de quienes, en el doctorado o en la maestría, se sienten en el fondo superiores al maestro, los alumnos de licenciatura son puntuales, disciplinados, cordiales y, además, las chicas, guapas. Que llevan mochilas y pantalones de mezclilla, eso los hace más gratos. En mis remotos tiempos de estudiante, los hombres llevábamos trajes y corbatas, aunque fueran los únicos trajes y una de las dos corbatas. Las mujeres, discretamente vestidas y, por cierto, en número mínimo, ahora son más bellas, atractivas, responsables y mayoritarias.
No me puedo imaginar que mis estudiantes de ahora en la Facultad de Derecho hayan podido integrar grupos de absoluta violencia. Creo que quienes han cometido las tropelías de agredir sin causa, rompiendo escaparates, desnudándose en público, violentando su entorno, no pueden ser mis alumnos y alumnas. Hay ahí un factor escondido, ni siquiera rebelde, simplemente provocador y merecedor de las sanciones más enérgicas.
En días pasados hemos visto en la televisión el espectáculo degradante de la desnudez pública. Ahora, de la violencia desmedida. Ni una ni otra actitudes reflejan el espíritu de aquellas marchas del 68, alguna encabezada con toda dignidad nada menos que por el entonces rector de la UNAM, el doctor Javier Barros Sierra, quien enfrentó, con su sola presencia silenciosa, al poder político de Gustavo Díaz Ordaz.
En el 68 fueron marchas contra la política represiva. En 2003, las marchas han sido provocadoras de la represión. Mi respeto por las autoridades del Gobierno del Distrito Federal que han respondido con energía a los estúpidos desmanes de quienes se ostentan como estudiantes y los han detenido y encarcelado. Ojalá los condenen a cadena perpetua, porque la estupidez es un delito que no merece consideración alguna
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