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México D.F. Domingo 5 de octubre de 2003
Bárbara Jacobs
Los lados de la cama
Como suele suceder a los escritores cuando están por quedarse dormidos, sin aviso les llega a la mente una frase que les parece iluminadora y que por tanto los llena de ilusión. Si son listos, la anotan, inclusive a oscuras; porque a todos nos ha acontecido que estamos seguros de que una frase como esa que nos llegó es tan Equis que no se nos podrá olvidar, y resulta que si no la anotas lo más seguro es que se te olvide, quizás para bien, por otra parte.
Los escritores fetichistas (ignoro si hay de otros) conservan entre sus preciados borradores la susodicha frase aun ininteligible, no sólo si de veras los iluminó o les abrió el camino, sino, de no haberlo hecho, aunque sea sólo a manera de posibilidad desarrollable para una mejor ocasión. Y lo cierto es que en ésas se la vive, entre creer y dudar de su trabajo en general, y de sus frases iluminadoras
en particular.
Viene a cuento lo que digo porque anoche anoté a oscuras "Los lados de la cama", y, al despertar y desentrañarla de una caligrafía imposible, no vacilé en guardarla, en su trozo de papel, en un sobre desbordante de frases iluminadoras que, precavida como soy, puedan servirme en alguna otra oportunidad.
O, Ƒqué hacer con ella? ƑJugar a describir que los lados son cuatro, dos costados, la cabecera y el lado de los pies? ƑMedirlos? ƑAveriguar de cuántas medidas los hay? ƑY luego? ƑDecir que si la cama es angosta y uno de los lados está contra la pared es más probable que si el ocupante se ha de caer lo hará del lado que está libre, contrario a la pared o barandal o muro de contención?
Hay muy poco que decir del tema de los lados de la cama, a no ser que yo declare gratuitamente que por razones desconocidas para mí detesto a la gente que hace un cajón debajo del colchón y los resortes o tabla de madera de que esté hecha la cama propiamente dicha y le dé una utilidad. Yo tuve una cama con estas características alguna vez y, se entiende, el cajón abría sólo de uno de los lados de la cama. No que yo escondiera nada en ese escondite tan obvio; pero sí tenía presente que, en vista de que lo ocuparía para algo, debía dejar libre ese lado de la cama a como diera lugar.
Pensándolo bien, si lo hubiera querido utilizar para guardar algo que valiera la pena salvaguardar, lo correcto habría sido que el cajón se abriera hacia el lado de la cama que se encontrara contra la pared con el fin, previsible, de por lo menos dificultar en un grado que un intruso lo abriera y descubriera lo que estaba supuesto a no ser descubierto por otro que el mismo y único propietario de la cama en cuestión, que era yo.
Ahora bien, si nos ponemos a pensar en los usos de la cama, los lados de la misma pasan a segundo plano, y la imaginación desbordada de camas posibles para esos usos prácticamente ajenos a los lados de la cama (como no sea el de la posibilidad siempre presente de caerse, que ha acontecido a más de uno, más de una vez, ocupantes más o menos acróbatas, más o menos imaginativos y ágiles) se llevan la cabecera, o el sitio de honor.
La anécdota más divertida que puedo relacionar con un lado de una cama tuvo lugar en un hospital. Sucedió que, recién operada, tras haber logrado bajarme prohibidamente de la cama, me desmayé a sus pies. Tres o cuatro enfermeras acudieron en mi auxilio, alertadas, supongo, por el ruido que mi caída habrá ocasionado, pues el frasco del suero que jalé en mi caída se rompió y el soporte con ruedas del que el mismo pendía, por ser de aluminio, también habrá hecho ruido al caer, por fortuna, tampoco sobre mí. Pero lo gracioso consistió en que las enfermeras intentaban subirme con todo cuidado a la cama por uno de sus lados, y no se explicaban por qué no lo conseguían hasta entender que, la risa que sobrecogió a una de ellas, se debía a que eran sus piernas las que sus compañeras cargaron y subieron paralelamente a uno de los lados de la cama de hospital, mientras las mías, débiles, seguían echadas, derrotadas, a sus pies.
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