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México D.F. Domingo 5 de octubre de 2003

Carlos Bonfil

Nicotina

Una comedia sobre mafiosos rusos, piratas cibernéticos y matrimonios frustrados. En Nicotina, un hacker llamado Lolo (Diego Luna) asedia a su sensual vecina Andrea (Marta Beláustegui), de la que vive secretamente enamorado. Espía sus habitaciones con cámaras de circuito cerrado, interviene su teléfono, graba y archiva en cd sus llamadas, conoce de su vida santo y seña, hasta volverse el espionaje obsesión, y la pasión delirio. Desde la secuencia de los créditos, el segundo largometraje de Hugo Rodríguez (En medio de la nada, 1993) marca un tono de comedia ácida posmoderna, con acciones paralelas en pantalla dividida, una fotografía muy dinámica, y como pretendida novedad, insertos que enfatizan algún detalle clave en la trama: toda una óptica de programa windows, muy a tono con la afición de Lolo, cibernauta supertenso, ligador muy tímido, involucrado en una operación inverosímil para intervenir los archivos secretos de un banco suizo.

En su guión, Martín Salinas combina diversas tramas que transitan con facilidad del tono dramático al humorístico, del thriller a la tira cómica, todo en una sola noche, en la ciudad de México. Un disco compacto con la valiosísima información bancaria debe llegar hasta los capos de una mafia rusa, quienes pagarán con veinte diamantes; una equivocación fatal de Lolo (originada por el amor a la vecina) desata persecuciones y ejecuciones fulminantes. La primera sorpresa del filme es la caracterización de Diego Luna. Lolo es un personaje lelo, perfectamente anodino, sin carisma ni distinción alguna, excepto su forma de caminar y su propensión a quedar atrapado en situaciones que lo rebasan. Todo lo contrario de la imagen afirmativa que maneja la publicidad del filme. Fuera de esta novedad (que no lo es tanto, si se recuerda la interpretación del joven actor en Frida), la cinta de Rodríguez no ofrece mayores revelaciones, fuera del gusto paródico, ese sí, desmedido. El director, antiguo asistente de Alfonso Cuarón (Sólo con tu pareja), rinde tributo al personaje del seductor empedernido, Tomás (Daniel Giménez Cacho), en su rencarnación como Beto (Ƒel boticario?) en esa farmacia donde persigue libidinosamente, y todavía en toalla, a su esposa Clara (Carmen Madrid). Tributo también a la historieta La familia Burrón, de Gabriel Vargas, con esa peluquería llamada El Rizo de Oro, donde trabajan en discordia perfecta la enérgica Carmen (estupenda Rosa María Bianchi) y el mandilón don Goyo (Rafael Inclán, también notable), pareja tan dispareja como el par de delincuentes que encarnan Jesús Ochoa, ogro malhablado que se aterra frente a un perro, y un Nene argentino (Lucas Crespi), obsesionado con justificar las ventajas del cigarro. Tributo musical a la escena prólogo de Sombras del mal, de Orson Welles, y a la partitura memorable de Henry Mancini, como en La ley de Herodes. La propuesta es sencilla: los placeres del gusto y de la vista, el fumar y el asedio voyeurista, provocan aquí enredos irrefrenables, como aquella red de coincidencias en el cortometraje alemán Fumadora en cadena (Chainsmoker), de María von Heland, exhibido en el Foro de la Cineteca hace cinco años, o según se menciona insistentemente, como en esas espirales del absurdo que son las comedias del inglés Guy Ritchie, Juegos, trampas y dos armas humeantes y Cerdos y diamantes.

Sorprende que en una trama muy ágil, en la que debieran reinar la malicia y el humor negro, el placer de la parodia y
el desenfado, el guionista tenga que recurrir a lo que es ya una facilidad humorística muy calculada: el recurso obsesivo a los cabrón, puto, chingado, pendejo, güey, que como reflejo pavloviano ponen en el espectador la risotada en automático ("šEsto no es un asalto, chingao!", grita Jesús Ochoa, quien también en otro momento de apuro conmina al Nene desde su celular: "No te desconectes, no está el culo para besitos"). La fórmula funciona, por supuesto, una y otra vez, como antes en Vivir mata o en Todo el poder, pero siempre en detrimento de un manejo más original e inventivo de la propuesta humorística. Finalmente los clichés genéricos, la pobreza de muchos diálogos, las facilidades del retrato pintoresco y los personajes atentos al estereotipo y al trazo grueso, triunfan sobre el primer propósito de hacer la gran comedia paródica que subrayaría, por contraste, la insignificancia de películas como Sin ton ni Sonia y sus múltiples clonaciones. Nicotina es una cinta llamativa y ágil, complaciente en sus pretendidos hallazgos y dispareja en sus resultados. Sin la tentación de ceder demasiado al gusto dominante, el director Hugo Rodríguez bien podría dar en el futuro mejores sorpresas en el género de la comedia, tan maltratado en el actual cine mexicano.

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