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México D.F. Domingo 5 de octubre de 2003
HORROR CONTRA HORROR: CIRCULO INFERNAL
Una
joven con la vida por delante, recién graduada de abogada y esperando
ser útil a su pueblo, entró en un restaurante de Haifa en
vísperas del Yom Kippur (Día del Perdón), importante
fiesta judía, y se suicidó matando con su acción a
19 personas. Dejó como saldo terror, destrucción y decenas
de heridos.
El terrorismo individual, indiscriminado, que mata al
azar enemigos, personas neutrales e inclusive amigos, es abominable, pero
hay que preguntarse qué lleva a una mujer joven, cuyo sexo y papel
en la sociedad árabe están ligados con la vida y la reproducción
de la misma, a optar por una muerte atroz para ella y más atroz
desde el punto de vista social. Porque las agencias de información
ignoran a la suicida al contabilizar sólo los muertos tras su acto
y porque éste será sin duda utilizado por el Estado de Israel
para multiplicar sus asesinatos y agresiones contra los palestinos, elevando
así, hasta el infinito, la trágica espiral de las matanzas
y del terror.
¿Cuál es el contexto de este suicidio-asesinato?
Palestina está ocupada desde hace decenios por una potencia colonial
que practica cotidianamente el apartheid, el racismo abierto, amenaza
con expulsar de su propio territorio a millones de ciudadanos que allí
viven desde hace siglos e impide el retorno a su patria de otros millones
que fueron expulsados armas en mano. El ocupante israelí, violando
todas las resoluciones de la Organización de Naciones Unidas (ONU)
que le exige que se vaya de territorio palestino, provoca la desocupación
masiva y la pobreza cerrando las fronteras y las fuentes de trabajo, clausura
los centros de estudio para fomentar el atraso y el analfabetismo, bombardea
o destruye cotidianamente escuelas, hospitales, iglesias, instalaciones
eléctricas o hídricas, y desvía el agua de los palestinos
hacia las granjas de Israel.
El Estado judío construye un muro de la ignominia
que impide a los árabes reunirse con sus amigos y con sus familiares
o ir a trabajar. Además, es un Estado que mata todos los días
a hombres, mujeres y niños, y que no tiene en cuenta las víctimas
"por error"; es un Estado que dice que va a matar o deportar al presidente
Yasser Arafat, elegido por mayoría; que tiene encarcelados y tortura
a cientos de sus conciudadanos. Es un Estado que ocupa las tierras y los
pueblos palestinos; es tan bárbaro que sus propios héroes
de guerra, sus mejores pilotos militares y sus intelectuales condenan los
asesinatos diarios y se niegan a participar o ser cómplices de ellos.
El terrorismo individual sin duda no se puede aceptar,
pero es imposible dejar de comprender sus causas. Desde siempre, ese tipo
aberrante de terrorismo es el arma de los desesperados, de quienes no tienen
aviación, cohetes ni armas de destrucción masiva para ma-
tar, también indiscriminadamente, militantes junto a militares,
civiles inermes junto a posibles combatientes, como hacen Estados Unidos
o Israel.
No faltarán quienes condenarán a un solo
lado, del mismo modo que contabilizan sólo las víctimas de
los que son también victimarios. Pero hay demasiados suicidas como
para explicar su inmolación sólo por fanatismo.
Por eso, si se quiere romper la espiral de odio y de violencia,
Estados Unidos debe condenar al gobierno de Ariel Sharon, debe irse de
Irak, pues su presencia estimula a Tel Aviv, debe sumarse a las justas
condenas al gobierno del Likud que veta continuamente en la Asamblea de
la ONU, debe dar un fuerte apoyo económico a la población
palestina para acabar con la desocupación -que supera 50 por ciento-
y crear las condiciones materiales para construir en paz su Estado nacional
y, eventualmente, para que sea viable, federarlo con los otros estados
de la región, incluido el israelí.
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