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México D.F. Miércoles 15 de octubre de 2003
Juan Arturo Brennan
Becarios en San Miguel
San Miguel de Allende, Gto. Hace algunos días, un centenar y medio de becarios del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) en el rubro de jóvenes creadores se reunieron en esta ciudad para el último de sus talleres de presentación y evaluación de obra de este año. En el ámbito de la música, cinco de los seis becarios presentaron obras orquestales que fueron trabajadas bajo la sólida tutoría de Jorge Torres Sáenz y Hebert Vázquez, compositores de alto nivel conocidos también como exigentes profesores y analistas musicales. Las cinco obras propuestas conformaron un interesante programa sinfónico, interpretado en el templo de San Francisco por la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato (OSUG) bajo la dirección de su titular José Luis Castillo.
Víctor Adán Acevedo (1973) presentó Crisálida, partitura basada en un detallista trabajo de los colores orquestales y estructurada a partir de la acumulación de texturas y densidades en diversos planos. Todo esto conduce, en un discurso breve y compacto, a una liberación final del sonido, tanto en lo tímbrico como en lo textural. De Alejandro Romero (1970) se interpretaron dos movimientos de los tres que conforman Procesión para la breve sombra de un solsticio, única de las cinco obras que contempla una dotación camerística reducida. El elemento ritual implícito en el título y en la música misma está manejado de manera estilizada, alejada del cliché de la marcha fúnebre o la melopea luctuosa.
En este contexto, y al interior de una estructura muy bien trabajada, el compositor propone momentos selectos de consonancia que dan a la pieza un sabor muy particular. A su vez, Hiram Navarrete (1976) ofreció la pieza Sueño hipnótico, que a diferencia de las de sus colegas, está más articulada a partir del ritmo y los acentos que de las texturas y los timbres. Por momentos se percibe en la pieza una disgregación de los materiales sonoros que pareciera provenir de un bien controlado ejercicio de escritura automática. Hacia la segunda parte de la pieza, Navarrete propone un trabajo más concienzudo sobre las atmósferas y los ambientes sonoros.
Después, José Luis Castillo y la OSUG interpretaron Resonancias, de Juan Cristóbal Cerrillo (1977), pieza que se sustenta en una orquestación muy diferenciada y marcada por contrastes más colorísticos que dinámicos. Por momentos, el trabajo de Cerrillo se vuelve casi puntillístico, lo que da a su paleta orquestal dimensiones muy atractivas. La obra que cerró el programa, compuesta por Héctor Oliva (1977), lleva por título Desde la luz de la luna y es un trabajo de carácter estático en el que el autor presta mucha atención al color armónico y al empleo diversificado de las resonancias. Las alusiones explícitas del compositor (por ejemplo, a un neoimpresionismo claramente asumido) están bien integradas y asimiladas al discurso general, evitando el pastiche y el collage. Muy homogénea en sus parámetros formales y expresivos, Desde la luz de la luna resultó (junto con la obra de Romero) lo más logrado al interior de un programa coherente y de buen nivel.
José Luis Castillo y la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato realizaron una encomiable labor al preparar e interpretar, con sólo cuatro ensayos y en medio de su temporada regular y sus numerosas labores cervantinas, cinco estrenos de jóvenes compositores mexicanos, cosa nada fácil aún en circunstancias más favorables. La actitud de Castillo y sus músicos al ofrecerse para dar voz a estos jóvenes becarios fuera de sus obligaciones estrictas (y hacerlo bien) resulta particularmente destacable en un momento en el que en algunos medios guanajuatenses han aparecido vergonzantes libelos en contra del director español, en los que se le acusa de prepotente, pagado de sí mismo y de abusar de la música contemporánea en sus programaciones. ƑAbuso? Qué más quisiéramos que algunos directores locales tuvieran una actitud similar hacia la música de nuestro tiempo, la mexicana en particular. Sí, es difícil para el público y para la orquesta misma, pero alguien tiene que tomar la decisión de incorporar la música nueva al discurso cotidiano de manera más orgánica, y José Luis Castillo ha asumido con valor esa complicada responsabilidad, desde la óptica doblemente valiosa del compositor-intérprete que entiende su entorno.
No puedo en este caso hacer falsa profesión de objetividad, puesto que no la tengo; he colaborado con José Luis Castillo en algunos proyectos, por medio de los cuales he llegado a respetar particularmente su actitud hacia la música en general, y hacia la música nueva en especial. Para aquellos gacetilleros xenófobos y chovinistas que han calificado a Castillo de gachupín prepotente (šclamando al mismo tiempo por un nuevo Hidalgo que venga a librarnos de él!) va el recordatorio de que el director español se ha involucrado a fondo, entre otras cosas nuestras, en un proyecto de rescate y difusión de la música de Silvestre Revueltas, originario de Santiago Papasquiaro, Durango.
Me parece muy pertinente discutir públicamente la técnica de batuta de José Luis Castillo, así como su preparación de las partituras y su conocimiento de los estilos musicales. Por desgracia, quienes claman por una cruzada nacional en contra de este buen músico valenciano no saben nada de ello. Todo esto no parece sino el estertor postrero de una actitud retrógrada y mezquina que a estas alturas de la historia no debería tener cabida en el discurso público de nuestro ámbito cultural.
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