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México D.F. Lunes 1 de diciembre de 2003
Sin trapío ni buena estampa, crearon
problemas los astados de José Arturo Huerta
Manuel Caballero cortó una oreja en la quinta
de la "temporada de la miseria"
Jorge Gutiérrez, abucheado, escuchó dos
avisos Fabián Barba no es nadie
LUMBRERA CHICO
Aquí nadie cumple su palabra. El pasado lunes se
esperaba que el 11 tribunal federal en materia administrativa levantara
la sanción que le impide torear a Enrique Ponce en la Monumental
Plaza Muerta hasta el 22 de abril de 2004. Confiado en que el fallo sería
favorable, Rafael Herrerías se llenó la boca de nuevas amenazas
contra la afición, al asegurar que si su cómplice en el fraude
del 5 de febrero de 2003 no era perdonado, "suspendería" la que
ahora todo el mundo conoce como "temporada de la miseria". ¿Y bien?
No
pasó absolutamente nada. El tribunal citó a los abogados
de Ponce para una nueva audiencia el jueves 11 de diciembre, pero ésta,
se dijo, será nada más para desahogo de pruebas, no resolutiva.
En consecuencia, el año terminará sin que se resuelva el
contencioso, y la sentencia, en el mejor de los casos, llegará a
finales de enero. Para entonces, si es negativa, Herrerías habrá
dado ya las 12 corridas que ofreció al canjear los derechos de apartado
y se habrá embolsado 20 millones de pesos por ese concepto, haciéndose
el ofendido para volver a cerrar la plaza hasta finales del año
entrante.
Por lo pronto, ayer presenciamos el quinto velorio -iba
a escribir "festejo"- de la serie, en el que Jorge Gutiérrez estuvo
tristísimo en todo sentido; el ibérico Manuel Caballero cortó
una oreja, por hacer las cosas simplemente bien, y el hidrocálido
Fabián Barba confirmó su alternativa desperdiciando al mejor
astado del pobre encierro de José María Arturo Huerta, ganadero
perteneciente a la mafia de criadores de reses bravas más cercana
al estafador del embudo de Mixcoac.
Se llamaba Lindos Ojos, pesaba 482 kilos, tenía
aspecto de novillo y no fue ovacionado cuando saltó al ruedo, pero
mostró bravura, claridad y nobleza, sobre todo por el lado derecho,
a pesar de lo cual Barba se obstinó en pasárselo por la faja
con la mano izquierda, aburriendo a la gente y después al animal.
Cuando se rindió ante la evidencia y cogió la muleta con
la diestra, el público ya no estaba con él y no veía
la hora de que lo matara para llamar al cervecero, labor esta última
-la de clavar el estoque, no la de convocar al escanciador de bebidas-
que ejecutó mal y de malas, escuchando dos avisos.
Con Piel Morena, negro zaino de 500 kilos, astifino
y paliabierto, con mucha raza y peores ideas, el confirmado fue incapaz
de sujetarlo antes de plantear el toreo en redondo, que nunca atinó
a desarrollar con seguridad, sin atisbos de arte y mucho menos de poderío.
Por suerte, después de pinchar en lo alto, cobró un meritorio
volapié que le valió un golpe en la pierna derecha, pero
liquidó sin puntilla a su incómodo enemigo.
Jorge Gutiérrez, por su parte, hizo el paseíllo
terriblemente deprimido, como ya es costumbre en él, y no tuvo ánimos
para intentar nada con el capote, ni las verónicas a pies juntos
en tablas que algunos todavía recordamos, ni el quite por orticinas,
citando de lejos al bicho para llevarlo bien toreado al caballo, ni las
gaoneras girando con lentitud ni nada. En cambio, permitió que los
dos números de su lote fueran picados como mujeres de Ciudad Juárez,
treta que le dio aire para cuajar algunas tandas de derechazos y naturales
a media altura ante Sin Bandera, negro bragado de 469, con lámina
de chivo, al que no supo matar sino al enésimo descabello, recibiendo
un aviso, en tanto que el tendido se dedicó a abuchearlo desde que
Una Historia, de 504, quedó disecado bajo el peto del varilaguerlo.
Después, cuando alguien le gritó que regalara un séptimo
cajón, la tribuna a coro respondió: "Noooo".
Después de concluir una gris temporada en su madre
patria, Manuel Caballero hizo lo más sentido y agradecible de la
tarde. Veroniqueó y chicuelineó a Conversador, de
480, con más voluntad que arte, y luego le corrió la mano
por la derecha con hondura y buena técnica, para rematarlo con el
de pecho por abajo, en el pase del latiguillo, y adornarse con el desdén.
Pinchó, dejó una entera y cortó una oreja que le supo
a gloria, pero fue incapaz de refrendar el triunfo ante Rey de Corazones,
de 496, que estuvo en todo momento por encima de él.
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