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México D.F. Lunes 1 de diciembre de 2003
ESPAÑA: EL PELIGRO SE LLAMA AZNAR
La
semana pasada el gobierno que preside José María Aznar decidió
impulsar una reforma al Código Penal para establecer penas hasta
de cinco años de prisión y de entre seis y 10 de inhabilitación
a las autoridades que convoquen a referéndum. La iniciativa tiene
destinatario concreto: el presidente de la Comunidad Autónoma Vasca,
Juan José Ibarretxe, quien ha anunciado un plan para consultar a
los vascos si desean constituirse en Estado libre asociado a España.
Con excepción del gobernante Partido Popular (PP),
el conjunto de la clase política española reaccionó
con indignación y vergüenza al intento aznarista de criminalizar
la propuesta del lehendakari para resolver el conflicto vasco en
forma pacífica y en el marco del Estatuto de Guernica (que se conoce
como Plan Ibarretxe).
Hasta el Partido Socialista Obrero Español (PSOE),
rotundo enemigo de cualquier perspectiva de autodeterminación de
las comunidades autonómicas que conforman el Estado español
en su actual configuración constitucional, se ha visto obligado
a reconocer, por voz de su dirigencia, que la iniciativa de Aznar es un
"esperpento legal" y un "atentado contra la democracia". El líder
de Izquierda Unida en el País Vasco, Javier Madraza, sintetizó
el dilema de los demócratas en la hora actual de España:
"O paramos a esta derecha cavernícola y reaccionaria, o acabará
definitivamente con la democracia".
Es preciso recordar, sin embargo, que este empeño
de Aznar por impedir la libre expresión de los vascos con la amenaza
de llevar a su presidente a la cárcel es sólo la más
reciente de una serie de medidas antidemocráticas, represivas y
totalitarias adoptadas por las instituciones ejecutivas, judiciales y legislativas
de Madrid, que pasa por la proscripción del independentismo político
vasco y de sus medios informativos, la persecución creciente de
las ideas de soberanía y el afán oficial por homologar con
el terrorismo etarra al conjunto de las corrientes nacionalistas del País
Vasco, incluyendo al gobernante Partido Nacionalista Vasco (PNV, de tendencia
democristiana).
Esta alarmante ofensiva totalitaria, que huele a franquismo
resucitado, está condenada a colisionar, más temprano que
tarde, con los regionalismos que conforman el conjunto del Estado español,
el catalán en segundo lugar después del vasco. En la medida
en que los gobernantes del PP -que disponen de mayoría en el Senado
y que posiblemente consigan, por ello, la aprobación a las referidas
reformas al Código Penal- se empecinan en declarar ilegales y penalizar
las posiciones políticas que no son de su agrado, cierran las posibilidades
de participación legal y abonan, con ello, el terreno de los violentos,
como es el caso de los etarras.
Desde esa perspectiva, el liderazgo de Aznar debería
tener la sensatez de verse en el espejo de Slobodan Milosevic en la Yugoslavia
de fines de los años 80: al reprimir en forma ilegal y totalitaria
los nacionalismos croata, esloveno, y posteriormente bosnio y kosovar,
el ex gobernante de Belgrado logró el efecto contrario al deseado
y provocó, a fin de cuentas, la desintegración de su país
en medio de cruentas y terribles guerras.
Pero no es la política exterior el único
ámbito en el que Aznar conduce a España a la catástrofe.
En lo externo, la desastrosa participación del gobierno español
en la agresión angloestadunidense contra Irak está provocando
una grave ruptura nacional, además de llevar sufrimiento y muerte
gratuitos y absurdos a un número creciente de hogares españoles.
Para no ir más lejos, el fin de semana pasado siete agentes de la
inteligencia gubernamental de Madrid, que realizaban tareas no especificadas
para el mando de los invasores en territorio iraquí, fueron muertos
en una emboscada cerca de Bagdad. El hecho dio pie a realizar sondeos de
opinión que arrojaron un resultado terminante: 68 por ciento de
los españoles se opone a la presencia militar de su país
en la nación árabe.
Pero en este tema, como en muchos otros, Aznar y los suyos
parecen dispuestos a actuar en contra de la opinión mayoritaria
de la sociedad. Tal actitud no es precisamente un rasgo característico
de gobiernos democráticos, sino de regímenes autoritarios.
Cabe esperar, finalmente, que la ciudadanía española sea
capaz de deshacerse de unos gobernantes que amenazan en forma tan clara
y contundente a la democracia que tantos esfuerzos y tantos sufrimientos
le ha costado conquistar y mantener.
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