México D.F. Martes 2 de diciembre de 2003
Teresa del Conde /II y última
La arqueología del régimen
Al recorrer pausadamente la exposición del Museo Nacional de Arte (Munal), el espectador se percata de que hay un aviso que lo invita a observar con detenimiento una abundante serie de fotografías. Eso se debe a lo siguiente: si no se dispone del tiempo suficiente, el ojo tiende a detenerse en las obras más llamativas, sea por su formato o por su calidad (en ese caso están los linóleos de Arturo García Bustos).
Pero las fotografías de la sección a la que me refiero son extremamente violentas y están referidas a la guerra cristera. Con sabiduría sicológica el curador advierte que ese material puede causar disgusto, precisamente porque es pródigo en escenas convulsivas. El resultado obvio es que -dada la advertencia- nadie se lo pierde. En ese rubro destacan las tomas en secuencia que fijaron la ejecución de los hermanos Pro: el jesuita Miguel Agustín y el seglar Humberto.
No puede uno menos que admirar la dignidad y la elegancia con la que estos hermanos se presentaron ante el pelotón de ejecución junto con Luis Segura Vilchis y Juan Tirado. Para las buenas conciencias sólo el padre Pro es un mártir, pero la realidad es que los cuatro ejecutados forman un bloque de valía, hayan o no colaborado en el atentado contra el general Obregón (no confundir con el asesinato) con la bendición de la Iglesia o sin ella. Por órdenes del Jefe Máximo, la ejecución se llevó a cabo sin tribunal y sin juicio, 10 días después de la aprehensión de los supuestos involucrados, en diciembre de 1927. Esa controversia lleva mucho tiempo vigente y no se ha dirimido, pero los descendientes (sobrinos o nietos) del sacerdote y de su hermano aseguran que sus parientes fueron inocentes. Creo que a estas alturas ya eso poco importa, pero lo que resulta interesante en la situación actual es conocer el trabajo de los fotógrafos de prensa y el mecanismo de conservación de estas imágenes tan comprometedoras.
Pero si de imágenes abrumadoras se trata, creo que la que se lleva la palma es la fotografía de John Kenneth Turner, Ejecución de indios yaquis (1911). No me cabe duda de que el pintor Francisco Goitia conoció esta toma, pues de la misma derivan algunas de sus pinturas.
Independientemente de su valor testimonial esas fotografías son excelentes y lo mismo sucede con los fotomontajes de Costa Amic, no ajenos a los que realizaba Hanna Hoch entre los dadaístas.
Si hubiera que dar un premio a la pintura más cursi de todas, probablemente recaería en un cuadro que muestra a Nuestro Señor Jesucristo, en atuendo parecido al de las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús, posiblemente en la situación que corresponde al Sermón de la Montaña, predicando ante clérigos, obreros de pantalón de mezclilla, jurisconsultos, campesinos, militares, indígenas, etcétera. Se dice que ese cuadro anónimo fue realizado durante el primer cuarto del siglo XX, pero como la faz del Señor corresponde con la fisonomía de algunos actores de cine (una fisonomía por cierto muy kitsch) tal vez fuera posible dar con el modelo que la inspiró.
No hubo miramiento por incluir obras de alta calidad, aunque las hay y son numerosas. Es una exposición histórica que muestra las contradicciones de la historia y el modo como dos obras con el mismo tema pueden resultar sumamente contrastantes en cuanto a estilo e iconografía. Lo opuesto también sucede: iconografías, técnicas y andamiajes formales muy similares entre sí, pueden aludir a conceptos opuestos. Eso resulta interesante de observar y hay que felicitar al Munal y al equipo curatorial por ello, así como a los museógrafos, que bastante trabajo debieron realizar.
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