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México D.F. Viernes 5 de diciembre de 2003
Horacio Labastida
La comedia política
El teatro de la Grecia clásica se ocupó de mitos, historias y políticas porque se consideraba al teatro lugar válido para enjuiciar la vida social. El mito fue incluido a causa de que las divinidades intervenían en los quehaceres humanos. Esquilo presentó la tragedia a que se vio sometido Prometeo por robar el fuego olímpico y entregarlo a los hombres. Sófocles describió el drama del rey Edipo y su hija Antígona. Eurípides pone ante nuestros ojos al parricida Orestes y a la Electra que lo impulsa al crimen, sin importar los tiernos cantos de Las suplicantes. En sus consideraciones sobre este último autor, acunado en el año 496 aC, Carlos Otirido Müller hace constar en su Historia de la literatura griega que Eurípides trató con especial interés asuntos políticos "para proporcionarse ocasión de emitir su juicio favorable o adverso al estado de la cosa pública". Imposible es eludir aquí a Aristófanes, vivo y coleando entre los años 448 y 388 aC, cuyas 11 obras existentes son espejos sabrosamente cómicos de la política y sus azares en tiempo atenienses.
El interés de los clásicos por el poder público nos exhibe a autoridades más arbitrarias y tontas que prudentes, enseñanza repetida con sagacidad en la España del Siglo de Oro. Pedro Calderón de la Barca (1600-81) es citado desde entonces hasta el presente por El alcalde de Zalamea, y Lope de Vega (1562-1635) por su inolvidable Fuenteovejuna. Cuando el investigador pregunta: "ƑQuién mató al comendador?", la réplica es inmediata: "Fuente-ovejuna, señor", aludiendo al eterno derecho del pueblo a hacerse justicia cuando faltan jueces imparciales, situación que recuerda el artículo 35 del proyecto francés y constitucional de 1793, que a la letra dice: "Cuando el gobierno viole los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y para cada porción del pueblo, el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes", disposición que inspiró a Gracus Babeuf y su Conjura de los iguales a exigir una solución socialista a la revolución manejada entonces por el Directorio galo. Claro que Lope de Vega no excluye a Francisco de Quevedo (1580-1645), sarcástico crítico de la sociedad. El Buscón y sus sátiras burlaron a no pocos personajes del teatro político.
Y saltando por los siglos nos encontramos con nuestro caballeroso y pulcramente vestido Rodolfo Usigli (1905-1979), que ahondó en la política con indudable talento. Lo hizo así en Corona de sombra (1943) al tocar con su varita mágica al Maximiliano de Napoleón III en El gesticulador de 1937 y en Buenos días, señor presidente (1972), aunque la segunda es subrayada por razones que enseguida se verán.
El gesticulador es hombre confundido en su pueblo con un político de enorme influencia, que no aclara las cosas y sí las aprovecha al dejar que la mentira se reproduzca y extienda en forma semejante a lo que ha sucedido en nuestra historia desde lejanos tiempos.
Hay dos clases de mentira política. La primera se corresponde con aquellos grupos que buscando apoyo a sus intereses parciales tratan de convencer a las masas de que tales intereses parciales son los intereses de toda la sociedad. La segunda clase de mentirá es más vergonzosa. A sabiendas de la falsedad de sus afirmaciones, las presentan como la verdad única de la situación que se quiere resolver. Son muchos los casos típicos de la primera clase, mas echemos mano de uno que no puede olvidarse. Las conveniencias del grupo sonorense, que propició el asesinato de Venustiano Carranza, hablaron de la relección de Alvaro Obregón (1928) como acontecimiento exigido por el pueblo para bien de la patria. Caso también típico de la segunda clase es el ahora inaugurado en la Cámara de Diputados.
Frente a hechos obvios, que todos conocen bien, las arbitrariedades inherentes en el proyecto de tributos a alimentos y medicinas o la inconstitucionalidad de la privatización energética, son ofrecidas por la coordinación del sector priista como medidas sine qua non al recobramiento de la economía y del desarrollo social. La mentira se ha representado en varios actos desvergonzados ante una población mexicana que mira rabiosamente cómo los actores sin máscaras propician el engaño. ƑAcaso los directores del teatro de las mentiras esperan el aplauso ciudadano? Para contestar a esta pregunta hay que tener presente que los mexicanos cada día comprendemos mejor los motivos que han convertido a no pocas autoridades en participantes conscientes o inconscientes de un sainete intolerable. Muy presentes están ahora entre los ciudadanos sus derechos a clausurar en definitiva y para siempre el teatro de la comedia política.
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