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México D.F. Sábado 6 de diciembre de 2003
La voz de Teresa Salgueiro prodigó una
epifanía de más de dos horas
Saudade portuguesa hecha música y canto
con el quinteto Madredeus
Interpretó temas de su más reciente disco,
Movimiento, así como varios clásicos
El cuerpo resultó estrecho para muchas almas
reunidas en el teatro Metropólitan
ANGEL VARGAS
Madredeus está por comenzar su primero de dos conciertos
en el teatro Metropólitan y en medio de las butacas suenan chasquidos
de dientes macerando maíz palomero. ¡Cuánta insensibilidad,
madre de Dios!
Teresa Salgueiro, la sirena Calipso del quinteto portugués,
da las buenas noches en perfecto español y se manifiesta muy contenta
por estar de vuelta en el país. Es el inicio de una epifanía,
de un éter sonoro -¿o acaso un sicotrópico?- de más
de dos horas. Un total de 18 canciones, cuatro de ellas como encore.
Crashhh,
crassshhh, siguen sonando las mentadas palomitas en la butaca vecina. En
realidad, ya no importa. Una apacible, oceánica, conmovedora voz
penetra, cala, desolla, encuera; deja frágiles, vulnerables e inertes
en el mutismo a la mayoría de quienes casi llenan el céntrico
recinto. Una vez más, el hechizo de Madredeus (madre de dios) en
México. Noche de jueves. Nada de parafernalia escenográfica,
sólo la oscuridad del teatro y un discreto juego de luces que cambia
de color e intensidad. Austera atmósfera, íntima e intimista,
como son en realidad todas las presentaciones del grupo lusitano, inclusive
las masivas, como la que ofreció en nuestro Zócalo en 1999,
ante 80 mil almas. Dulce paradoja.
Dardos a la cantante
Dos guitarras y un bajo, todos acústicos, y un
sintetizador. Cuatro músicos y una ninfa sobre el escenario. La
saudade portuguesa hecha música y canto. Sentimiento de añoranza,
nostalgia y desesperanza. Todo converge en el mismo punto, hierve en cada
uno de los temas interpretados, provenientes de más reciente disco
de la agrupación, Movimiento, así como varios ya clásicos,
como Oxalá y Brumas do futuro, o el recuerdo de la
banda sonora de Lisboa.
Y el público, convertido casi todo en una especie
de congregación profana que rinde culto a Teresa y sus compañeros,
aplaude al sonar los primeros acordes de cuanta canción reconoce,
y se deshace en prolongados aplausos al final de cada una; muchos incluso
aúllan de júbilo y gritan su euforia con frases del siguiente
calibre: ''te amo" o ''hermosa", dardos disparados a la cantante.
Es mucho sentir en tan corto tiempo y poco espacio. Las
canciones se desgranan y hablan de sentimientos contradictorios o pensamientos
poco ortodoxos acerca del amor, de la vida, del tiempo.
Así, el cuerpo resulta muy estrecho para varias
de las almas allí reunidas; las de un par de enamorados yacen abrazadas
y, con la licencia de la penumbra, de vez en vez se prodigan un beso; hay
algunas que lloran, y otras, la de la mayoría, que parecen estar
hipnotizadas, en un embeleso vudú.
Mirada en el infinito
De largo y elegante vestido tornasol, que no se descubre
ni negro ni vino, y que más adelante cambiará por uno íntegramente
oscuro, Teresa Salgueiro sonríe, posa su mirada hacia un punto infinito,
lleva sus manos hacia su abdomen y cierra los ojos, en un gesto dulce,
angelical. Su sonrisa resplandece cuando canta, lo mismo su cuerpo cuando,
coqueta, baila dos o tres danzas tradicionales portuguesas, dando saltitos
y lentos giros, moviendo grácilmente sus brazos y pidiendo ser acompañada
por las palmas.
Tan frágil y tan granítica es su presencia
como lo es también su sobrecogedora voz; profunda y tersa, acariciante
y lúdica, aunque también inexorable y ruda, cruda, según
sea la situación o la temática; capaz de infligir ese dulce
e incomparable dolor inherente al amor.
Dos horas, 14 canciones y un intermedio de 20 minutos.
Madredeus da las gracias, pero el público nada que los deja ir.
Aplausos, chiflidos, gritos de más, de otra, y el quinteto accede
gustoso; la sonrisa nace en cada uno de los rostros de sus integrantes.
Dos canciones más y vuelven a despedirse. Pero se repite la exigencia
anterior y los músicos vuelven a salir, gustosos de nuevo y ofrecen
dos temas más.
Ha sido mucho, todo. Muchas alegrías y tristezas
entremezcladas, fusionadas.
El teatro poco a poco queda vacío y en su suelo
yacen varios cadáveres -crashhh craaashh, craaassh, ¡madre
de dios¡- de palomitas de maíz y basura, mucha basura.
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