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México D.F. Domingo 7 de diciembre de 2003

Guillermo Almeyra /I

Las fábricas recuperadas y la autogestión

En Argentina hay cerca de 200 empresas, cuyos propietarios se declararon en quiebra o las abandonaron, que han sido ocupadas por sus trabajadores (o por vecinos) y actualmente están produciendo sin patrones; en Uruguay hay cerca de 40 que están en las mismas condiciones, y en Brasil son también decenas las empresas cerradas por sus dueños anteriores y que hoy están ocupadas por los obreros. En esos casos, como en el de las empresas productivas de los piqueteros y asambleas populares argentinas (cafés, pizzerías, hoteles de cuatro y cinco estrellas, clínicas, panaderías, fábricas de muebles, de ropa, de bloques para la construcción, comedores populares, huertas, etcétera), resuenan palabras inusuales, cargadas de viejos contenidos políticos: solidaridad, autonomía, autogestión, autogestión social generalizada. Las experiencias que originan esta resurrección conceptual tan contraria al neoliberalismo surgen de una respuesta creativa y combativa a una necesidad, más que de un conocimiento teórico de la historia mundial y del propio pasado de los trabajadores locales, porque no hubo quien -y mucho menos después de las matanzas de la dictadura argentina- transmitiese y cuidase la memoria histórica. Pero el hecho de que miles de obreras y obreros, en diferentes lugares de Argentina y en otros países, recurran simultáneamente a los mismos métodos e ideas, demuestra la existencia de una conciencia histórica profunda subyacente, escondida. En efecto, aunque las ideas de la clase dominante sean hegemónicas en su época, las clases dominadas tienen su propia cultura, su propia visión del mundo, su propia memoria, que les permite interpretar y rechazar las de sus dominadores y no ser pasivas frente a éstos, poniendo en disputa la hegemonía. Esto hace que masas aparentemente sumisas, aplastadas por la dominación ideológica de los capitalistas y de sus órganos de domesticación (iglesias, escuela, medios de desinformación), rompan esas cadenas en los momentos de crisis social y busquen revolucionar, pacífica o violentamente, el Orden, es decir, las relaciones sociales existentes.

Porque la idea y la práctica de la autogestión no se refieren solamente a un lugar de trabajo sino que subvierten también la idea de que la propiedad permite mandar sobre las personas y las cosas y transformar a las primeras también en cosas, en apéndices de las máquinas que pertenecen al capitalista, así como la idea de que el Estado es una relación de mando entre los que supuestamente saben y los que deben limitarse a obedecer y trabajar. Es, por consiguiente, una idea y una práctica subversiva, que surgen siempre que el capitalismo sufre una aguda crisis, visible para todos, o cuando la dominación de una casta burocrática, que tiene métodos y valores capitalistas, pasa también por una crisis brutal que pone al desnudo su ilegitimidad. Por eso surgieron los consejos obreros en las revoluciones rusas de 1905 y de 1917, como creación de los trabajadores y no de los partidos (cuya resistencia debieron vencer: el partido de Lenin, entre febrero y julio de 1917 se opuso a los soviets, porque los veía como competidores); por eso surgieron, entre 1918 y 1922, los consejos obreros en Alemania, Austria, Italia, a pesar de la socialdemocracia, que organizaba a la mayoría de los trabajadores; y por eso renacieron los consejos obreros, contra la burocracia "comunista", en 1952 y 1957 en Polonia, en 1956 en Hungría, en 1968 en Checoslovaquia, o apareció la idea de autogestión -que el partido de Tito institucionalizó- cuando Yugoslavia fue expulsada por Stalin del Cominform y violentamente combatida.

La autogestión, en el plano nacional y en el de la empresa donde se impone, implica eliminar la división entre dirigentes y dirigidos, hace que cada uno sea dirigente de sí mismo y dirigido por un colectivo del que es parte activa y consciente, e igualmente la confianza en que es posible una organización y un saber colectivos, superiores a los individuales, y el rechazo, además, del mando y de la delegación de responsabilidades en manos del técnico, del dirigente, del político. Es, por lo tanto, un importante avance en la construcción del trabajador como sujeto y en el rechazo de la representación, porque sólo se puede representar al que es menor de edad o es tratado como tal o al que no está presente en la acción decisional cotidiana.. La autogestión, por lo tanto, no puede reducirse a la administración autónoma de una empresa, lo vean así o no los que ocupan y hacen producir una fábrica directamente, sin patrones ni jefes ni capataces porque, como dice un graffiti argentino, "son un lujo que no nos podemos permitir porque somos demasiado pobres".

No es posible, por consiguiente, la autogestión en una sola fábrica, tal como no puede haber socialismo en un solo país. La explotación está acompañada, indisolublemente, por la dominación. Por eso la única autogestión posible -y deseable- es la autogestión social generalizada. Es decir, la ruptura con las relaciones de producción y de dominación capitalistas y con la división del trabajo y la organización del proceso de trabajo según normas de mando-obediencia. En los próximos artículos hablaré un poco más de la teoría autogestionaria e intentaré elevarla a la dignidad de la práctica, a partir del caso argentino

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