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México D.F. Domingo 7 de diciembre de 2003

Angeles González Gamio

Inspiración inacabable

La Virgen de Guadalupe, Patrona de México, Reina de América, Madrecita Santa, venerada por millones de mexicanos y personas de otros países, respetada por todos, creyentes o no, ha sido fuente de inspiración inagotable para todo género de artistas, artesanos y simples mortales que quieren plasmarla a su manera.

Acaban de aparecer dos magníficos libros sobre la Guadalupana; uno de ellos, el de Marie Pierre Colle, dio pie a la exposición Guadalupe en la cultura popular, que se puede apreciar en esa vasta e incomparable galería al aire libre en que se han tornado las rejas de Chapultepec, en el Paseo de la Reforma. Aquí se muestran, acompañadas por las coloridas nochebuenas que adornan el camellón, 140 imágenes que muestran tanto la visón popular como la de jóvenes artistas contemporáneos.

La talentosa curadora Patricia Mendoza explica: "Se retoma la omnipresencia de un ícono que, independientemente del vínculo religioso, se ha vuelto una representación de nacionalidad, porque alude al mestizaje. El símbolo por excelencia es la Guadalupana y ese mestizaje se ha vuelto símbolo de identidad". En la muestra podemos ver la integración de la imagen de la Virgen en joyas, artesanías, tatuajes, templos, peregrinaciones o estandartes. Todas se distinguen por su efervescente colorido y dan una clara visión del alcance y fuerza del ícono mexicano más representativo.

El otro libro, una obra de arte por su diseño, imágenes y contenido, es de Carla Zarebska; la mayoría de las fotografías son de Alejandro Gómez de Tuddo y el concepto editorial de Basilisco. La obra parte del México prehispánico, metiéndonos a la cosmovisión de los aztecas a través de fragmentos muy bien seleccionados de poesía náhuatl, que nos hablan también del dolor de la conquista, de la resistencia a dejar morir su cultura; advertimos el surgimiento del sincretismo que va a amalgamar ritos y creencias.

Como apoyo de los textos muy bien seleccionados por Carla, aparecen impactantes imágenes: un florido corazón sangrante, la Coatlicue, el espejo negro de Tezcatlipoca, el gran caracol, el cráneo de grandes ojos de obsidiana. Nos acerca a Tonantzin, la diosa tierra, la tona, la tosí, abuela, nuestra venerada madrecita, que se adoraba precisamente en el cerro en donde años más tarde se aparecería la Guadalupana al indio Juan Diego, ahora santo.

Cita las palabras del Nican Mopohua, ese viejo texto en náhuatl que explica la aparición y por el que, gracias a la sabia interpretación de Miguel León Portilla, podemos ver que la visión cósmica es prácticamente la misma de las crónicas mexicas anteriores a la conquista:

"Sábelo, que este así en tu corazón, hijo mío/ el más pequeño, en verdad soy yo,/ la en todo siempre doncella, Santa María,/ su madrecita de el Dios verdadero,/ dador de la vida,/ inventor de la gente,/ dueño del cerca y del junto,/ dueño de los cielos, dueño de la superficie terrestre".

Los textos nos van llevando a lo largo de los siglos; conocemos cómo se erige el santuario actualmente conocido como La Villa de Guadalupe, el papel que ha tenido el ícono de la Virgen en los movimientos armados. Célebre es la visión del cura Miguel Hidalgo enarbolando un estandarte con la imagen de la Guadalupana, que le sirve para reunir y convocar a miles de personas al grito de: "šMexicanos, viva la religión! šViva nuestra madre santísima de Guadalupe! šViva la América! šViva Fernando VII! šMuera el mal gobierno!"

Así llegamos a la época actual, en la que el mito se fortalece y toma fuerza entre los mexicanos y chicanos en Estados Unidos, como lo atestiguamos por los textos y estupendas fotografías, como la que nos muestra entre los rascacielos neoyorquinos un corredor cubierto con una gran bandera con la imagen de la Guadalupana, que participó en la peregrinación que se organizó después del atentado del 11 de septiembre, que partió de la Villa y llegó a Nueva York.

Después de visitar la exposición en Paseo de la Reforma hay que aprovechar la cercanía a Polanco para ir a gozar las exquisiteces que prepara el cheff Arno en el encantador bistrot francés Le Bouchon, con su patio y terraza, en esta época con calentadores, situado en Julio Verne 102, a unos pasos del Parque de los Espejos. Una buena entrada son los mejillones al vino blanco; plato fuerte, la costilla de res, que es como de dinosaurio, para dos personas, jugosa, con una costra de cuatro pimientas y sal gruesa de mar, acompañada de unas crujientes papas fritas; una verdadera delicia.

Si prefiere pescado, el quenelle es riquísimo, o el salmón con mantequilla de camarón. Es indispensable dejar un huequito para el postre, aunque lo comparta, pues tiene que probar el fondant de chocolate caliente, y aquí termino, porque se me hace agua la boca.

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