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México D.F. Lunes 15 de diciembre de 2003

"El problema de un pueblo es el problema de otros pueblos", dice el activista por la paz

John Ross: la solidaridad popular, cada vez más importante en el mundo globalizado

BLANCHE PETRICH

En un mundo globalizado "el problema de un pueblo es el problema de otros pueblos, y la solidaridad popular tiene cada vez un papel más importante que jugar". Esa es la convicción de John Ross, 65 años, poeta y periodista estadunidense, mexicano por adopción, escudo humano por determinación personal.

Por eso, dispuesto a poner en juego la vida y el oficio periodístico una vez más, Ross acudió a apoyar a los palestinos en la cosecha de aceitunas en Cisjordania, con un grupo de pacifistas convocados por la organización Rabinos por los Derechos Humanos. Fue un capítulo más de lo que el autor de La guerra contra el olvido y El pueblo de Tonatiuh llama su "práctica de periodismo participativo, en el espíritu de John Reed".

Los campesinos de la aldea Ein Abus, en algún punto del valle de Napulsa, denunciaron que colonos israelíes del cercano asentamiento ilegal Yitzhar talaron centenares de olivares de sus huertos, en lo que los palestinos consideran un crimen contra su pueblo y contra la tierra; un atentado -explica Ross- que corta el hilo milenario de la vida y la economía de los aceituneros palestinos, que hoy en día mantienen la división de la tierra y las técnicas de producción heredadas desde tiempos del imperio otomano.

Para documentar estos hechos y apoyar a los palestinos en su cosecha anual, un grupo solidario, integrado por estadunidenses, israelíes y algunos palestinos radicados en Estados Unidos, viajó en noviembre a Napulsa y de ahí, impedido a pasar legalmente por los retenes del ejército de Israel, cruzó las montañas por caminos rurales, a pie, en una noche sin luna, hasta llegar al valle de Awwarta.

En Ein Abus, John Ross empuñó las varas para sacudir los centenarios olivos -"árboles abuelos", los llaman- al lado de hombres que describe como "campesinos del color de la tierra, igual que los tojolabales de Chiapas". Durmió en la humilde casa de una familia, compartió su pan y recogió en una libreta las historias de persecución y saqueo que ocurren en esas latitudes, donde las facciones más recalcitrantes del sionismo prueban diariamente romper los límites establecidos en todos los acuerdos y rutas de paz y expandir los dominios de Israel sobre Cisjordania y Gaza.

Sucedió lo que cotidianamente ocurre en esas tierras del Medio Oriente marcadas por la incesante guerra: "Habíamos terminado de cortar las aceitunas. El dueño del olivar me estaba enseñando viejas cicatrices de golpizas recibidas por israelíes en el pasado, cuando los vimos bajar desde lo alto del monte, corriendo y gritando armados con palos".

Eran seis jóvenes judíos ortodoxos. La familia palestina recogió sus costales de aceitunas (zi tun, se dice en árabe) recién empacadas y huyó ladera abajo. Pero Ross, con sus propias heridas de batallas pasadas a cuestas, fue alcanzado. Lo tiraron, lo patearon. Y cuando vieron que era estadunidense y que un rabino, Arik Asherman, salía en su defensa, los agresores enfurecieron aún más.

Sangrando logró llegar a la aldea. Un viejo le dijo: "Qué lástima que tenga que pasar por esto, pero así puede sentir en carne propia lo que nosotros sufrimos". Ross no pudo evitar la risa: "šHombre! Ya lo había entendido, no era necesario golpearme de esta forma".

De regreso a México, "mi querida Tenochtitlán", mira en perspectiva su viaje y concluye: "Todo salió bien". La siguiente escala será La Realidad, donde piensa celebrar el décimo aniversario del levantamiento zapatista.

La golpiza en Cisjordania fue una de las muchas experimentadas por John Ross desde sus años mozos, cuando como opositor de conciencia a la guerra de Vietnam rompió su cartilla de reclutamiento en una manifestación pacifista.

Cuando narra su trepidante vida, John Ross no es lineal. Brinca de una década a otra, de un punto del planeta a otro. De Palestina en 2003 pasa a San Francisco en 1964, en los días en que el presidente Lyndon B. Johnson preparaba la entrada de Estados Unidos a la guerra contra Vietnam. "En un mitin rompí mi cartilla reclutamiento y pronuncié un discurso. Dije que no iba a matar a mis hermanos vietnamitas, como nunca levantaría mi mano contra mis hermanos purépechas".

Y es que el joven beatnik de Nueva York había vivido desde 1960 en Santa Cruz Teraco, municipio de Cherán, Michoacán, "traslomita de Nurio", antes de convertirse en desertor de conciencia. Ingresó a la cárcel de Terminal Island, en San Pedro California, justo el día en que Johnson ordenó el ataque a Tonkín, con el que comenzaba una guerra que terminaría 15 años después con la peor derrota militar estadunidense.

Dos años más tarde salió libre y siguió en los enfrentamientos contra el reclutamiento y la guerra, y en favor de los derechos civiles. En 1966, en un zafarrancho con la policía, una golpiza le provocó su primer desprendimiento de retina.

Veinte años después, tratando de parar otra guerra -la intervención de Estados Unidos en apoyo a los contras nicaragüenses, en 1986, contra el gobierno sandinista-, volvió a sufrir desprendimiento de retina. La última golpiza, en marzo de este año, en San Francisco, contra los ataques en Irak, después de ser expulsado de Bagdad, fue la tercera y la vencida: John Ross perdió el ojo derecho. Aun así se embarcó a Palestina.

Ross se amarra las escasas mechas de cabello gris en una larga cola de caballo, se tapa con una boina y se envuelve el cuello con un pañuelo iraquí. Durante la entrevista, sus memorias se detienen en esa escala, Bagdad, un pueblo -dice- "al que nunca podré describir con justicia; un pueblo al que estábamos a punto de atacar y que te abría los brazos y te decía: te amo".

En febrero de este año, desde el escenario del Teatro Nacional de Bagdad, en su calidad de escudo humano, declamó: "Soy un hombre honorable. Busco una muerte honorable. No me voy a rendir". Era una velada poética organizada por el movimiento de pacifistas que tomó el nombre de human shield, palabra que Ross ha adoptado como segundo apellido.

"ƑSabes por qué ese movimiento contra la guerra en Irak fue el más grande, el más generoso? Porque no fue político, porque era totalmente horizontal, sin líderes."

Para Ross, su estadía en Bagdad tuvo un fin inesperado cuando fue expulsado por las funcionarios de Saddam Hussein. Lloró amargamente al dejar Irak, pocos días antes de que se iniciara el ataque. Pero no perdió el tiempo. En marzo estaba en la primera línea de las protestas de los pacifistas que bloquearon San Francisco, su otra ciudad. En tres días hubo más de 2 mil arrestos. Tres de éstos fueron en la persona del propio Ross.

John ha puesto el cuerpo para detener la guerra en varios momentos de la historia: como poeta beat, Vietnam en los sesenta; en los setenta, en el País Vasco, contra la planta nuclear de Lemoniz; la contrarrevolución en Nicaragua, en los ochenta, y el golfo Pérsico y Chiapas, en los noventa. Pero las guerras han pasado sobre él. Una y otra vez ha tenido que poner en pie su cuerpo adolorido y sobreponerse a la frustración y al atropello.

En 1980 abraza el periodismo como oficio, contratado como corresponsal de Pacific News Service para América Latina. "Son años muy productivos." En Perú entrevista a los dirigentes de Sendero Luminoso y Túpac Amaru. En Colombia conoce a Manuel Marulanda, el legendario Tirofijo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC), y a Carlos Pizarro, del M-19. En Ecuador, a los líderes de la organización guerrillera Alvaro Vive Carajo.

Regresa en 1985 al Distrito Federal, a sobrevivir al terremoto y convertirse en cronista de los damnificados. En 1987 se acerca a Cuauhtémoc Cárdenas en su momento de ruptura con el PRI y no deja de registrar uno solo de los "cien días por la democracia" para el San Francisco Examiner.

Pero el desenlace de las elecciones de 1988 lo decepciona. Entonces entra en contacto con el pueblo persa, con los iraquíes y los palestinos, "nuevas lenguas, nuevo contexto, nuevas historias". Tres periódicos estadunidenses rechazan sus colaboraciones y regresa a México. "El levantamiento zapatista me salvó, me dio esperanza." Estos diez años escribió siete libros y trató de parar otras tantas guerras que, sin embargo, avanzaron inexorables.

"Después de la ocupación en Irak, me dije: hemos llegado hasta aquí; bien. Vamos de nuevo." La lucha por la paz hoy tiene, en opinión de Ross, más probabilidades: "Tenemos más movilidad, más talentos y habemos más viejos transmitiendo nuestras experiencias a los más jóvenes". Su experiencia reciente en Cisjordania e Israel lo afirma en esta idea:

"El 8 de octubre estuve en las celebraciones en memoria de Yitzhak Rabin. Cierto, era un poco light, pero una fiesta por la paz en medio de la guerra tiene un gran significado. Un hombre me dijo: 'vamos a recordar esta época con gran vergüenza'. Aunque son minoría, hay israelíes que se oponen a Sharon con gran valor: los refuseniks, por ejemplo."

Refusenik era el nombre que daban los soviéticos a los judíos a los que prohi-bían emigrar. Ese término lo usan ahora los reclutas y militares israelíes que se niegan a participar en acciones armadas de ocupación y que enfrentan consejos de guerra y prisión por ser objetores de conciencia.

En la cosecha de aceitunas, mirando a los burros de los campesinos palestinos, tan parecidos a los de los campesinos mexicanos, Ross hizo algunas reflexiones: "Por miles de años el aceite de oliva ha sido para ese pueblo su vida, su economía, su cultura. Ahora Israel le prohíbe venderlo al exterior. Es lo mismo que pasa con el maíz cuando el dumping echa al campesino mexicano de su milpa, cuando la militarización no permite sacar el café de las montañas. Palestina vive un holocausto a fuego lento, los campesinos mexicanos mueren intentando cruzar a Estados Unidos".

ƑCómo se le ocurrió a Ross llegar hasta Palestina? Fue en Cancún, en septiembre, durante la cumbre de los altermundistas. "Ese movimiento me dio fuerzas."

En Ein Abus, observando a los recolectores de la aceituna, recordó la primera ronda de negociaciones entre el gobierno mexicano, en tiempos de Ernesto Zedillo, con los zapatistas, en el ejido Morelia. "Desesperado por no entender nada, el mediador mexicano le preguntó a David: 'Bueno, y finalmente ustedes Ƒqué quieren?'" El comandante David le dijo sencillamente: "Queremos seguir siendo campesinos". Eso mismo dicen los palestinos.

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