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México D.F. Lunes 15 de diciembre de 2003
León Bendesky
Nuestra democracia
Hablamos mucho de democracia. Las evidencias, sin embargo, aún no la validan de modo suficiente, por ello se usa el término "nuestra democracia", que indica que se acomoda al modo de ser de quienes la operan. Esto se advierte en el gobierno y el Congreso, en sus defensores instintivos en los medios de comunicación, así como en otros sectores de opinión; también se aprecia en las posturas corporativas de empresarios y sindicatos. La democracia, la nuestra, se jalonea para que amoldarla, según parece, a la conveniencia del momento; eso sí, declarando siempre que se persigue el bien de la nación.
Quien está ausente en esta democracia, la nuestra, es la gente, el grueso de la nación que tiene intereses muy concretos, cotidianos y apremiantes, pero que se queda al margen, observado con esa malicia del que sabe, tan bien como el que lo hace, que lo está usando para justificar prácticamente todo, sea que vaya en una dirección o la opuesta.
La gente no puede identificarse con la expresión práctica de la democracia que le han impuesto, no la representa bien, le sirve poco a escala federal y la compensación es insuficiente a escala local, donde habita y trabaja. En muchos lugares incluso se agravan las condiciones de vida, se expulsa a la población, se degradan los servicios sociales, se reduce la ocupación remunerada. México exporta manufacturas cuando los estadunidenses las compran, pero exporta mexicanos en todas las temporadas, los que remiten más dólares que los obtenidos por la venta de petróleo en un mercado de altos precios del crudo. Pronto habrá que considerar de modo explícito las remesas de los trabajadores migrantes como un rubro del presupuesto federal.
En el Congreso no se aprobó la propuesta fiscal del gobierno de Fox, que tuvo que aliarse con un sector ya muy gastado del más viejo PRI, y perdió. Esa propuesta, la verdad, distaba mucho de ser una reforma fiscal, o cuando menos aquella necesita el país. Los diputados del PAN y sus aliados del PRI han repetido el discurso inverosímil de su patriotismo, mientras que aquellos que votaron en contra son un obstáculo para el progreso. Eso está bien para hacer vehementes declaraciones en los noticiarios, pero no tiene ningún contenido político concreto. Después de todo el PRD no hizo más que lo que sostuvo en la campaña para renovar la Cámara de Diputados este mismo año: votar contra las medidas fiscales que ha buscado el Presidente desde que inició su gobierno. Y en el PRI esa misma postura les sirvió para manipular y golpearse adentro a costa de todos. Es irónico que luego de tres años de cambio de gobierno, el PRI protagonizara la discusión fiscal.
El caso es que independientemente de lo ocurrido se requiere una reforma fiscal. Aquí destaca un aspecto político referido a la definición del nuevo sistema fiscal y financiero que se debe ir creando en un periodo largo y bien definido, con estrategias y compromisos duraderos bien establecidos. Esto no se planteó en la propuesta oficial, de ahí su debilidad y la incongruencia de sus defensores sobre el efecto favorable que tendría en el saneamiento de las finanzas públicas y en el crecimiento del producto y del empleo.
También comprende una cuestión técnica que no puede desestimarse, es decir, los instrumentos fiscales que se usan para constituir una reforma, como son, entre otros, por el lado de los ingresos: tipo de gravámenes, tasas de impuestos, precios de bienes y servicios generados por el Estado, subsidios, métodos de recaudación; y por el lado del gasto: aplicación de los recursos en inversión, gasto administrativo, programas sociales y las formas de gestión. Es cierto que, como decía Alvaro de Campos, se debe ser técnico sólo dentro de la técnica, pero sin ella la reforma tampoco funciona.
Estos elementos de la propuesta fiscal no fueron suficientemente incorporados al debate. Así, por ejemplo, fueron escasos los planteamientos acerca de los mecanismos de transmisión de las medidas ofrecidas sobre el desempeño de la economía, es decir, su efecto sobre el consumo y la inversión y el crecimiento productivo. Igualmente se puso en la sombra el monto adicional que se podría recaudar con los nuevos impuestos y qué se podría hacer con esos recursos. Ahora es demasiado fácil para la fracción perdedora decir que con eso se harían carreteras y escuelas y habría más medicinas en las clínicas (y también, aunque no lo dicen, dinero suficiente para seguir con el fiasco del Fobaproa y del IPAB). Nadie demostró esas aseveraciones, y por ello la propuesta también cojeaba del otro pie.
La reforma fiscal no se hace de modo apresurado, así que cuando menos los diputados deberán conformar en los pocos días de un periodo extraordinario un paquete que al menos favorezca algún tipo de recuperación de la economía en 2004. La reforma en serio seguirá pendiente hasta que las fuerzas políticas del país se den cuenta de la magnitud de la crisis fiscal del Estado mexicano y de los compromisos que se requieren para cambiar de modo decisivo la trayectoria de esta sociedad. Yo no apuesto.
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