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México D.F. Lunes 15 de diciembre de 2003
Cae Hussein; sigue la resistencia
Consenso en Irak: este hombre abatido no puede ser
el jefe rebelde
Robert FISK Enviado especial
en Irak
Bagdad, 14 de diciembre. Conque al fin atraparon
a Saddam Hussein. Sin arreglar, con una mirada que reflejaba derrota: hasta
los 750 mil dólares en efectivo encontrados en su madriguera lo
rebajaban. Saddam en cadenas: tal vez no de modo literal, pero en ese extraordinario
video de hoy parecía un prisionero de la antigua Roma, el bárbaro
finalmente acorralado, con la mano acariciando la hirsuta barba.
Todos esos fantasmas -iraníes y kurdos gaseados,
chiítas ametrallados y arrojados a las fosas comunes en Kerbala,
prisioneros muertos tras padecer terribles tormentos- debieron sin duda
haber presenciado algo de esto.
''Señoras
y señores, lo tenemos'', cacareó Paul Bremer, el procónsul
estadunidense en Irak. "Es un gran día para la historia de Irak.
Durante décadas, cientos de miles de ustedes sufrieron a manos de
este hombre despiadado. Durante décadas este hombre cruel causó
división entre ustedes.
Durante décadas amenazó con atacar a sus
vecinos. Esos días se han ido para siempre (...) el tirano es hoy
un prisionero."
Tony Blair dijo: "Saddam está fuera del poder y
no volverá. Eso saben hoy los iraquíes, y ellos decidirán
su destino".
Se necesitaron 600 soldados estadunidenses para capturar
al hombre que durante 12 años fue uno de los mejores amigos de Occidente
en Medio Oriente y durante otros 12 su mayor enemigo en la región.
En un miserable agujero de dos metros y medio, en el lodo de una granja
del Tigris, cerca de la aldea de Ad-Dawr, el presidente de la República
Arabe Iraquí, líder del Partido Socialista Arabe Baaz, ex
combatiente guerrillero, invasor de dos naciones, amigo de Jacques Chirac
y alguna vez cortejado por Ronald Reagan, fue hallado oculto, casi con
seguridad traicionado por sus camaradas, y ahora destinado -si los estadunidenses
dicen la verdad- a un juicio sobre crímenes de guerra a escala de
Nuremberg.
Durante semanas, fuerzas estadunidenses peinaron la zona
rural a lo largo del Tigris, arrestando a ex funcionarios baazistas, interrogando
a antiguos guardaespaldas, combatiendo a los guerrilleros en Tikrit y Samarra
y asesinando civiles junto con ellos. Pero, sin duda alguna, la de ayer
sólo será una victoria militar estadunidense, si con ella
se pone fin a la insurgencia en su contra.
En Bagdad, las autoridades de ocupación mostraron
una y otra vez esas imágenes -mucho más cautivadoras para
las víctimas del ex dictador que para los occidentales- de la Bestia
de Bagdad. Si eran los ojos del Che Guevara, la barba pertenecía
a Fidel Castro. Había algo de un demente Karl Marx en el rostro.
Brutal, claro.
Todos los dictadores de Medio Oriente están en
un lugar en el que la crueldad puede elogiarse como valor. Tribal, sin
duda alguna. Pero había una impresión que conquistaba a todas
las demás: la de una revolución que regresó hasta
la semilla. Las ironías eran extraordinarias. En su juventud, en
1959, Saddam Hussein había tratado de asesinar a un presidente iraquí
y, con una bala en la pierna, se ocultó en la zona rural de Tikrit,
no lejos del lugar donde, casi medio siglo después -este fin de
semana-, fue capturado por los estadunidenses. Había intentado,
por lo menos según lo que muestran las imágenes, volver a
su juventud. Saddam el Monstruo había retornado a ser Saddam el
Guerrero, luchando con abrumadoras probabilidades en contra, un patriota
iraquí en vez de un dictador.
"Dispuesto a hablar y cooperar", lo caracterizaron los
estadunienses después de la captura. No me sorprende. De pronto
era importante de nuevo: un criminal de guerra, sin duda, pero ya no un
hombre en un agujero. Y era difícil hoy, viendo esas imágenes
del León de Irak -así le gustaba que lo llamaran-, recordar
el trato majestuoso que se le dispensaba en el pasado. Este era el hombre
que fue invitado de honor de la ciudad de París cuando Chirac era
alcalde y cuando los franceses podían reconocer a los jacobinos
en su régimen sanguinario. El hombre que negoció con los
secretarios generales de la ONU Javier Pérez de Cuéllar y
Kofi Annan, que alguna vez charló tomando café ni más
ni menos que con el hoy secretario estadunidense de Defensa Donald Rumsfeld,
que se reunió con el legendario jazzista inglés Ted Heath,
con el decano líder laborista Tony Benn y con una porción
de estadistas europeos.
Pero ¿realmente es el fin de la pesadilla? A no
dudarlo, la destrozada criatura que muestran los videos estadunidenses
no va a poder correr la película hacia atrás. Su tiempo,
como dicen, ha terminado. Había una especie de alivio en su rostro.
El drama ha concluido. Está vivo, a diferencia de sus decenas de
miles de víctimas. ¿Había acaso un libro de memorias
en su mente fatigada? La indignidad final de que un médico estadunidense
le jalara el pelo quizá se vio amenguada por el recuerdo de todos
esos cirujanos franceses que alguna vez atendieron a su familia. Porque
jamás un médico iraquí se atrevió a operar
a los Tikrit.
Claro, esta noche vimos celebrar a los combatientes, lluvias
de balas en el cielo de Bagdad. El asesino de sus padres, hermanos, hijos,
esposas, madres, estaba al fin en cadenas. Yo me encontraba entre las chozas
de Ciudad Sadr -alguna vez Ciudad Saddam- cuando una cascada de fuego de
fusil barrió las calles. Estaba sentado en el piso de concreto de
la casa de un clérigo chiíta que fue arrollado y muerto por
un tanque estadunidense, entre iraquíes que no sienten amor por
los invasores, cuando el fuego arreció. Un chico salió corriendo
de una habitación con la noticia de que la radio iraquí anunciaba
la captura de Saddam. Y los rostros que habían estado transidos
de dolor, que no habían sonreído en una semana, resplandecían
de placer. El fuego creció en intensidad, hasta que racimos de balas
subieron al cielo entre estallidos de granadas. En la calle principal,
los autos chocaban en el caos.
Pero fue un rapto de júbilo, no una celebración.
No hubo multitudes en los bulevares de Bagdad, ni fiesta en las calles,
ni expresiones de alegría de la gente común y corriente en
la capital. Porque Saddam Hussein ha legado a este país y a sus
supuestos "libertadores" algo singularmente terrible: una guerra continua.
Y había una conclusión con la que todos los iraquíes
con los que hablé hoy estaban de acuerdo: ese hombre sucio y patético
de cabello hirsuto y sucio, que vivía en un agujero en el suelo
en compañía de tres ametralladoras y una porción de
dinero en efectivo, no era quien comandaba la insurgencia iraquí
contra los estadunidenses.
De hecho, antes de la captura de Saddam cada vez más
iraquíes decían que una razón por la cual no se unían
a la resistencia era el miedo de que, si los estadunidenses se retiraban,
Saddam volvería al poder. Así que la pesadilla terminó...
y la pesadilla está a punto de comenzar. Tanto para los iraquíes
como para nosotros.
Una vez me encontré con él, hace casi un
cuarto de siglo. Nos estrechamos las manos antes de una conferencia de
prensa en Bagdad, en la cual trató de explicar los puntos finos
de la fisión binaria. En esa época estaba empeñado
en desarrollar armas nucleares. Llevaba entonces amplios trajes cruzados,
como los que alguna vez usaron los líderes nazis: sacos demasiado
holgados que brillaban en exceso. Todo lo que puedo recordar es que tenía
las manos frías y húmedas.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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