México D.F. Lunes 15 de diciembre de 2003
Opositores al depuesto líder festejaron con disparos al aire en Ciudad Sadr
La noticia de la captura de Saddam Hussein llegó con fuego de armas
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Ciudad Sadr, 14 de diciembre. Todos recuerdan dónde estaban cuando Kennedy fue asesinado o cuando los aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas. Todos recordaremos dónde estábamos cuando Saddam Hussein finalmente fue capturado. El ruido de disparos me dio la noticia. Yo me encontraba sentado sobre el suelo de concreto del hogar de un clérigo chiíta -asesinado por un tanque estadunidense- cuando empezaron los disparos. Al principio pensé que se trataba de balas disparadas sin blanco y desde lejos, quizá en la celebración de una boda. Ciertamente no se trataba de un combate, pues se escuchaba cómo los cargadores de munición soltaban tres balas cada dos segundos.
Me encontraba en una conversación con la familia doliente del clérigo Sayed Abdulrazak Salman Alami, quien fue arrollado por un tanque estadunidense hace nueve días. Era un prelado chiíta de 42 años cuya oposición a Saddam Hussein lo envió a prisión -y a la tortura- en dos ocasiones. Era muy querido en los barrios pobres de Ciudad Sadr, o Ciudad Saddam, como se llamó durante el anterior gobierno, porque se dedicó a negociar valientemente con la policía secreta de Saddam para liberar a hombres condenados.
Salvó a su gente de los verdugos de Saddam. Entonces, Ƒpor qué tuvo que morir? Se escuchaban más disparos, cada vez más cerca, y el estallido de granadas en el cielo. Me asomé por la puerta y sentí la brisa helada. Ahora el fuego de rifles estaba tan cerca que dos mujeres y un niño venían corriendo por la calle para ponerse a salvo. El hermano del clérigo, también religioso, se acercó a mí con su túnica negra y blanca. "Dijeron en la radio que el talbani (el líder kurdo) afirma que Saddam fue caturado", dijo. Las balas comenzaron a llover del cielo. "šYa métanse!", gritó otro pariente. Pero éste no era momento de perderse la primera reacción a la captura de Saddam -si era verdad- por la gente que fue aplastada, golpeada y ejecutada, para luego ser sepultada en fosas comunes por obra de este hombre atrapado en Tikrit.
Nos sentamos de nuevo y el maestro del religioso muerto quería hablar sobre la educación de su alumno en Najaf, pero varios de los hombres de la familia empezaron a exigir el fin de la ocupación estadunidense; demanda que seguiremos escuchando en los próximos días. Ya nadie escuchaba.
Un adolescente llamado Karim, de quien yo tenía la sospecha de que era miliciano de la resistencia, se puso de pie, salió de la habitación y regresó corriendo segundos después. Se anunció por la radio que el procónsul estadunidense, Paul Bremer, había dicho a un miembro del llamado Consejo del Gobierno iraquí que Saddam Hussein estaba en poder de los estadunidenses.
En toda la habitación, y por primera vez desde la muerte de Sayed Alami, los rostros de dolor se transformaron en sonrisas. El hermano del fallecido me tocó el hombro alzando las cejas. Fuimos a la calle. Un muezzin, hombre que anuncia el horario de las oraciones en la mezquita, se dirigía a la gente desde su alminar con un altavoz pidiendo que se dejara de disparar. "Esta no es forma de celebrar, poniendo en peligro la vida de inocentes", gritaba.
Pero de nada le sirvió. Las balas seguían cayendo en racimos del cielo, mientras continuaba el fuego de pistolas y las granadas explotaban. En la calle principal del barrio varios autos chocaron en medio del caos.
Nos despedimos. Nunca había visto semejantes sonrisas en una familia en duelo. Me disculpé por haber roto todas las reglas de la corrección ante su luto, y dije que el jeque fallecido era una persona mucho más importante que Saddam. Todos entienderon a qué me refería. "Cuídese, buena suerte", dijeron y me acompañaron a la calle de los disparos. Los clérigos, los tíos y los niños miraban las nubes grises de humo de granada.
En toda Ciudad Sadr los jóvenes que habían luchado clandestinamente contra el régimen de Saddam disparaban al aire sus rifles AK-47. Lentamente, el tiroteo se fue extendiendo por toda Bagdad. © The Independent Traducción: Gabriela Fonseca
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