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México D.F. Martes 16 de diciembre de 2003
LA HAYA: JUICIO POR LA VIDA
Ayer,
en La Haya, se inició el proceso pedido por el gobierno de México
contra Estados Unidos por la violación sistemática de la
Convención de Viena sobre Relaciones Consulares, instrumento jurídico
internacional que obliga a las naciones signatarias, entre otras cosas,
a notificar a los presuntos delincuentes extranjeros su derecho a comunicarse
con las autoridades consulares de su país para que se les brinde
asistencia legal.
Una expresión particular del desprecio de la clase
política estadunidense hacia el derecho internacional es, precisamente,
el sistemático quebrantamiento de la regulación citada, que
ha tenido entre sus consecuencias la emisión de 52 condenas a muerte
contra mexicanos residentes en Estados Unidos. Por ello, la Secretaría
de Relaciones Exteriores demanda, ante la Corte Internacional de Justicia
(CIJ), que la parte acusada anule esos fallos aberrantes y repita los procedimientos
penales contra los afectados, esta vez con la asistencia regular de las
autoridades consulares mexicanas.
Desde los puntos de vista de la ética, la justicia
y los derechos humanos, la pena de muerte es inadmisible y repudiable.
Para colmo, semejante castigo fue prescrito a medio centenar de connacionales
como resultado de procesos marcados por el racismo, la xenofobia y los
prejuicios de jurados, jueces y fiscales, así como por la indefensión
legal, cultural e idiomática de los acusados, muchos de los cuales
eran menores de edad cuando fueron aprehendidos.
Sin embargo, el sistema penal estadunidense no encuentra
en esas aberraciones motivo suficiente para anular los juicios y las sentencias,
y continúa impasible con sus asesinatos legalizados. En tal circunstancia,
el único recurso jurídico posible para evitar las infames
ejecuciones de connacionales es demostrar ante la CIJ que el país
vecino violó el derecho de protección consular que asistía
a los sentenciados y quebrantó, al mismo tiempo, el derecho de México
a brindar esa protección a sus ciudadanos y la legalidad internacional
representada, en este caso, por la Convención de Viena sobre Relaciones
Consulares.
La demanda así planteada es impecable; debe saludarse
la capacidad jurídica de la cancillería mexicana para presentarla
y defenderla. Pero también debe tenerse en cuenta el poder del Departamento
de Estado, de sobra conocido, para presionar, chantajear y doblegar a gobiernos,
personas y organismos internacionales. Con esas dos consideraciones, resulta
claro que la suerte y la vida de ese medio centenar de mexicanos están
en el aire.
Cabe exigir que la CIJ resista cualquier presión
procedente de Washington, se ciña a derecho y ordene al Estado infractor
la anulación de las sentencias y la reposición de juicios
contra los afectados. Pero si eso no ocurriera, nuestro país estaría
en la obligación de defender la vida de los suyos por otros medios
y medidas, tanto gubernamentales como sociales.
Ojalá que no sea necesario poner en práctica
acciones de resistencia, como un boicot turístico al país
vecino o un cierre de la frontera a las importaciones de Estados Unidos.
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