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México D.F. Miércoles 17 de diciembre de 2003
Luis Linares Zapata
Reforma o miscelánea
Desde la iniciativa fiscal enviada por el presidente Fox al Congreso, la titulada reforma ya había sido degradada hasta convertirse en una miscelánea bien cargada de impuestos. Más aún se desdibujó la tristemente célebre presentación que capitaneó, en su postrer tentativa como coordinadora priísta, Elba Esther Gordillo.
Los esfuerzos que por ahora hace la coalición triunfante para sacar adelante un paquete financiero no llevan mejores oportunidades de atacar el fondo de las necesidades de la fábrica nacional para mejor fincar su esperado crecimiento. Una mezcla variopinta que tome algunas ideas de la iniciativa voluntariosa del PRD, asuma otras del gobierno y se apropie de lo poco que ha sugerido el PAN, es un producto esperado como resultante.
La sorpresa la darían los enjundiosos diputados si, en verdad, pudieran remontar las presiones, envueltas en la forma de regaños presidenciales, advertencias de rechazos terminales en los mercados y negativas tajantes de los hacendistas, para diseñar con talento negociador una aceptable iniciativa. Lo más seguro es que salgan, a paso trotón, con una serie de recetas que puedan meter algo de calma al ríspido y nervioso ambiente de trabajo que impera por doquier. El obstáculo posterior, a partir de los repetidos anuncios, lo pondrá un Ejecutivo neciamente ayuntado con su inicial postura, causa eficiente del lío actual.
El panorama que puede dibujarse a futuro no es para nada halagador. La reacción de la economía estadunidense, a pesar de la fuerza con la que abandona su recesión, no se trasladará en automático a la de México. El efecto chino tiene algo que ver en ello, pero la otra parte proviene de la propia deficiencia para alentar el motor productivo interno.
La expansión que se pronostica para el PIB en 2004 es de medio pelo (4 por ciento), por completo insuficiente para compensar, dado el estancamiento pasado, menos todavía para rellenar las aspiraciones de mejoría en el ingreso personal o familiar. Y en el mero centro de los problemas que aquejan a los mexicanos, se encuentra la ineptitud de las elites dirigentes para abordar, a profundidad y extensión, los retos de una verdadera reforma fiscal. Asunto del que se viene hablando desde hace años y, cada vez que debe acometerse la tarea pendiente, no sólo flaquea la voluntad política para entrarle de lleno, sino que no se cuenta con el andamiaje conceptual para guiar los esfuerzos.
Dos de los grandes partidos montaron su pasada campaña electoral sobre ofrecimientos de no permitir el IVA a los alimentos y las medicinas, bandera, por lo demás, harto debatible desde la misma perspectiva de su real impacto justiciero. El efecto ha sido devastador para todo trabajo reformador en serio. Ya la próxima campaña (2006) dará cuenta de las intenciones que se tengan al respecto. Por lo pronto no queda sino esperar la venidera convención hacendaria para que la sociedad se entere, con suficiente detalle, de los ánimos transformadores que mueven a los que después decidirán en las Cámaras los montos y la procedencia de los ingresos públicos. Y, con ellos, las posibilidades de encontrar la ruta para despetrolizar el presupuesto junto con el crecimiento sostenido y justo por el que tanto se dice luchar. En el entendido que, de no prosperar una propuesta bien armada de reforma fiscal, el estancamiento del aparato productivo será el destino inescapable que aguardará para después.
El erario requiere obtener, como primera etapa, 25 o 30 por ciento del PIB en el corto plazo de tres a cinco años. En seguida tendrá que hacerse un sacrificio adicional, sumamente penoso y concienzudamente organizado, para incrementar en el plazo de los cinco años subsiguientes tal porcentaje a los niveles deseables de 35 y hasta 40 por ciento, como es la normalidad en toda economía moderna que pueda sustentar promesas de mejoría y progreso para las mayorías.
Las pinzas para enjuiciar las propuestas venideras son básicamente dos. Una la conforman los impuestos al consumo (IVA), que debe, como principio rector, generalizarse a todos los sectores económicos con dos o tres tasas diferentes, a pesar de su regresividad probada. Otra, más balanceada desde la perspectiva redistributiva, que imponga cargas crecientes a la renta (ISR) de todos los ingresos personales, sin exclusiones que valgan. Por esto se entiende tanto dividendos, operaciones bursátiles, herencias, salarios, aunque sean bajos, así como los gravámenes a las prestaciones de toda especie, aun las que vienen con el retiro.
La medida final de la profundidad de la reforma la daría el gasto, sus montos, un escrupuloso control y destinos asignados, como garantía de éxito para generar la confianza ciudadana. Menos de esto implica quedar, una vez más, cortos de ambiciones, palancas, ideas y seguridades.
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