México D.F. Domingo 21 de diciembre de 2003
Rolando Cordera Campos
ƑAl final del ocaso?
El presidente Fox nos hizo el mal regalo de propiciar que el licenciado Madrazo se diera el lujo de querer volverse metafórico. Como era de esperarse, el intercambio presidencial con el dirigente priísta fue desastroso para ambos, pero peor para un sistema de partidos que no da una cuando se le evalúa por su productividad más que por su capacidad para dar rienda suelta al protagonismo rebelde.
Madrazo confundió la metáfora con la jintanjáfora (palabra de cinco sílabas que no significa nada), y logra mantenerse en el primer lugar del embate contra el lenguaje emprendido hace meses por una clase política que no ha podido superar la orfandad del presidencialismo autoritario. Pero lo más grave es que sus desplantes, que el secretario de Gobernación quiso reprender acudiendo sin éxito al inventario de las buenas costumbres, revelan vacíos y ambiciones corrosivos, sobre todo en esta época de destape y olvido de las formas a que se han dado por igual partidos, medios y gobierno. El mayor de todos estos huecos es el de la coalición gobernante que el Presidente tanto presumió, y que sería articulada por su gabinetazo, y luego reforzada por la redición del Grupo San Angel gracias a los buenos oficios de la maestra Gordillo.
Coalición y gabinetazo quedaron en el camino y la actualización del concierto de San Angel acabó hecha añicos luego de la debacle de la diputada Gordillo y sus escuderos, quienes festinaron un cogobierno virtual antes de que pudiera siquiera cuajar su alianza para reformar al país y salvarlo del caos, el populismo y otros enemigos malos rescatados del arcón retórico olvidado por liberalismo, en su retirada triunfal a los despachos y las representaciones corporativas.
El Presidente aparece solo, apenas acompañado por mozos de estoque del conglomerado empresarial mexicano, cuyos campeones de Monterrey sufren de nostalgia presidencialista y de ingente angostura financiera y de mercados. Sin ejes de articulación a la mano, el proyecto foxista se desvanece mientras que su partido se muestra sin estatura ni ánimo de partido gobernante. Todo queda así al amparo de lo que el priísmo, más el PRI que vive en sus siglas, decida hacer u omitir. De aquí el alto riesgo de traer a la movilización social en auxilio de la política y del propio poder presidencial.
Después del desacierto inicial de desconocer a la mayoría de la Cámara de Diputados que decidió no aprobar el dictamen de la Comisión de Hacienda (no la iniciativa presidencial, que ya había sufrido bastantes empujones y remiendos), el Presidente ha optado por la riña de callejón y los réditos están a la vista: un PRI desbocado, una ciudadanía acosada por las peores versiones del futuro, propaladas por algunos voceros del propio Presidente, un empresariado en punto de fuga y unos partidos enfeudados en sus direcciones o sus curules y escaños, pero del todo incapaces de generar una iniciativa que saque a la política del herradero al que ellos mismos la llevaron.
La burla de Madrazo es inaceptable pero abre una grieta de oportunidad para buscar una salida que trascienda el obligado y atropellado arreglo de fin de año. Los grupos dirigentes de partidos, empresas y lo que queda de organizaciones sociales representativas, deben buscar un punto de encuentro que los lleve al inicio del año a un pacto nacional para el desarrollo que considere la urgente profesionalización del Congreso y la adopción de compromisos públicos para una reforma fiscal profunda y la pronta recuperación del proceso de inversión nacional, interrumpido por la crisis y congelado por tanto desorden cupular.
La profesionalización del Congreso permitiría que el debate tuviera credibilidad por la calidad del estudio de expertos reconocidos y aceptados por todos, dejando atrás la feria de ocurrencias y despropósitos que derivó en la ridiculez mayúscula de estos días, con propuestas de reforma fiscal al vapor y por encargo. Lo segundo, la reforma fiscal y el plan de inversiones, le daría una solidez mínima indispensable al riesgo implícito en una recuperación que parte de muy abajo, de un Estado sin recursos y de una empresa con difícil acceso al crédito. Estas serían las condiciones para dejar también atrás la superchería de la estabilidad a cualquier costo, que ha llevado al país y su gobierno a renunciar a la idea misma de un crecimiento decidido y buscado endógenamente. Esta renuncia está en la base de la pérdida de credibilidad externa que hoy acosa a México, no al revés.
Trataríamos, entonces, de poner de nuevo la carreta detrás de los caballos.
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