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México D.F. Domingo 21 de diciembre de 2003

Antonio Gershenson

Las obras y el federalismo

La inauguración de un segundo distribuidor vial en el Distrito Federal volvió a traer a primer plano la discusión sobre las obras públicas y su papel en la economía. Las grandes obras públicas casi desaparecieron en México desde la llegada de los tecnócratas al poder. No sólo se trata de las obras viales. Nuevas presas y distritos de riego, nuevas refinerías, nuevos polos de desarrollo industrial y, también, grandes obras viales que habían estado presentes en México, se vieron totalmente frenadas a partir de 1983.

Las grandes obras públicas del pasado no tuvieron un manejo muy transparente que se diga; los funcionarios que las tuvieron a su cargo se enriquecieron de manera muy notoria pero, con todo, esas obras contribuyeron a un crecimiento sostenido de la economía del país. Sin embargo, para los tecnócratas, ese crecimiento, cuando se empieza a manifestar, es motivo de alarma: se sobrecalienta la economía, dicen. Habrá un mayor aumento de los precios. Empero durante un amplio periodo hubo un crecimiento importante y el índice de precios al consumidor aumentó 3 por ciento... en los nueve años de 1961 a 1969, inclusive. No anualmente, como la meta que hoy persiguen, sino en el total de nueve años. Y ahora, en el Distrito Federal, con todo y obras, los precios no suben más que en el resto del país.

Y es que ahora se empieza a ver algo que no siempre se considera: al mismo tiempo que el gasto público federal sigue contraído, y sigue en ese plano sin haber el nivel de inversión pública de otras épocas, hay casos en que localmente se empieza a dar una inversión más importante, como es el caso de la capital. En realidad, aunque llama la atención el hecho, por el contraste con el pasado inmediato y con el presente a escala federal, no es mucho el dinero involucrado en comparación con el tamaño del presupuesto federal. Y es que en este ámbito sigue subsistiendo un gran centralismo.

Habíamos visto que hay un peso creciente de los gobiernos de los estados y, en general, de las entidades federativas, ante el relativo vacío del gobierno federal en varios ámbitos. Pero la realidad presupuestal no se corresponde con esta nueva realidad política. De ahí que la Conferencia Nacional de Gobernadores, que las cabezas de los gobiernos de las entidades, hayan estado insistiendo en un cambio en la forma de distribuir el presupuesto, y avanzando es esa dirección.

Ahora se discuten el IVA con sus mutaciones y disfraces y, en general, los ingresos fiscales. Pero el siguiente paso es el presupuesto, la forma de gastar esos ingresos. Uno de los elementos del gasto es precisamente su distribución entre el centro, que no lo quiere invertir sino que ha llegado a usarlo sólo en paliar los aspectos sociales y en altísimos sueldos a funcionarios medios y altos, y las entidades federativas que, por lo menos en algunos casos, sí se plantean la necesidad de la inversión pública, dentro de la cual estarían las obras de las que hablamos.

El peso del presupuesto federal es tal que la forma como se le ejerce contribuye, hoy, a un nivel de desempleo muy alto, incluso si hay inversión local. En el DF el desempleo pesa menos que en otros lados, está atenuado por la inversión pública local, pero aun así aumenta. De modo que la polémica que veremos en breve, en torno a la forma de distribución del presupuesto entre las entidades, por un lado, y por otro el gobierno federal, tendrá varios sentidos, no sólo el de llevar el federalismo del ámbito político, que ya tiene, al económico, en el que todavía hay una excesiva concentración en el gobierno central.

Está en juego si va a pesar más o menos la reactivación económica mediante una inversión pública más importante. También, y como consecuencia, si el nivel de desempleo seguirá aumentando o si puede empezar a disminuir. Y, además, si puede haber un uso más eficiente del gasto social y del gasto público en general.

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