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México D.F. Domingo 21 de diciembre de 2003
José Antonio Rojas Nieto
Nuestra fragilidad económica
Hace días que no consultaba los indicadores de la economía de Estados Unidos. Siempre hay que hacerlo pues, en parte, nuestro futuro económico se refleja en ellos. Incluso me atrevo a asegurar que la discusión actual sobre la reforma fiscal debería tomarlos en cuenta. Meditar un poco sobre las condiciones económicas de nuestro país para los siguientes años exige ver un poco esa realidad vecina.
Las previsiones oficiales hablan de un crecimiento económico ligeramente superior a 3 por ciento para 2004. Dado el bajísimo crecimiento de este año, ese número parece bueno, aunque no deja de ser muy pobre, luego de tres años de bajísimo crecimiento, casi nulo. No obstante, por el contexto depresivo de la economía estadunidense, me temo que esa tasa puede resultar ligeramente elevada. Debiera ser sometida a rigurosa revisión. También otros supuestos de los proyectos de Ley de Ingresos y del Presupuesto de Egresos, entre ellos el del crecimiento en Estados Unidos, país que -a decir de los técnicos de Hacienda- continúa funcionando como motor de la economía mundial aunque -reconocen- la expansión registrada por la demanda agregada de la economía vecina en 2003 no se dirigió a las manufacturas, sector determinante para la economía mexicana. Por ello -aseguran- debieron bajarse las expectativas de crecimiento de 2003: de 3.1 por ciento a no más de 1.5.
Lo indudable es que nuestra economía tiene una creciente interrelación (dependencia o subordinación se pudiera decir) con la economía vecina. Pero uno puede preguntarse qué tanta confianza han mostrado los técnicos de Hacienda en las previsiones de su evolución, al elaborar su propuesta fiscal. Lamentablemente, creo que más de la que debieran.
La dramática evolución que hemos vivido en estos tres años debiera exigirnos un poco más de reflexión sobre la economía estadunidense, de la que, para bien y para mal, cada vez dependemos más. No menos de 60 por ciento de nuestras importaciones proviene de nuestros vecinos. Ellos reciben casi 90 por ciento de nuestras exportaciones. Participan con no menos de 65 por ciento de la inversión extranjera directa anual. Ya reciben la mayor parte de nuestro petróleo de exportación. Y se han convertido en elemento clave (aunque polémico) en el abasto de gas natural para el norte del país. Además -no por sabido hay que dejar de mencionarlo- una de las dinámicas migratorias más relevantes aunque controvertidas del mundo es la de los mexicanos en Estados Unidos. Según especialistas del Colegio de la Frontera Norte, ya hay casi 9 millones de trabajadores mexicanos en el vecino país (con descendencia cercana a 21), y sus remesas hacia México superan los 7 mil millones de dólares al año. Pese a todo esto, no se conoce plan o programa para enfrentar momentos, como el actual, de decaimiento y crisis de la economía en el vecino país, que tantos efectos y tan drásticos nos acarrean. Y, sin embargo, siempre se puede hacer algo. Y más nos vale que pronto, pues hay indicios de que la economía vecina no se recuperará pronto.
Sí, efectivamente, a pesar de que en los recientes meses hay señales de que ya no caerá más, la hondura de su decaimiento obliga a pensar en un lento proceso de recuperación que, en el mejor de los casos, pudiera exigir tres o cuatro años más para alcanzar, una vez más, los niveles de actividad registrados en el primer semestre de 2000, poco antes de su desplome. Hay, pues, señales que nos obligan a ser muy prudentes respecto a las condiciones de recuperación del crecimiento estadunidense y, en consecuencia, de nuestro crecimiento.
Lo primero que hay que decir es que a pesar de que el registro del nivel de la actividad económica del tercer trimestre es bastante alto, se ha medido en relación con niveles anteriores muy bajos que obligan a ver con mucha precaución una tasa de 8 por ciento de crecimiento en la actividad económica durante el tercer trimestre de 2003. Para ganar en prudencia hay que recordar que a la producción industrial en el vecino país le faltan no menos de siete meses (incluso más) para alcanzar de nuevo el nivel máximo registrado a mediados del año 2000.
El segundo elemento que obliga a una visión más prudente es el de la capacidad instalada de esa economía. Desde principios de 1999, el crecimiento de esa capacidad fue a la baja, y el nivel de su utilización se desplomó en el segundo semestre de 2002. Y desde entonces ha permanecido casi 10 puntos abajo, al menos hasta hace pocos meses en que muy lentamente empezó a recuperarse, por cierto de manera que casualmente coincide con la invasión a Irak. Esto se percibe nítidamente en sectores como los de maquinaria y equipo, el de productos electrónicos y computadoras, y el de metales básicos, entre otros.
Un tercer elemento que refuerza la idea de la fragilidad de la recuperación estadunidense es el de las ventas al consumidor, vinculado al nivel de actividad en las ramas destinadas a bienes no durables, es decir, los de consumo cotidiano. Pues bien, ni se ha recuperado el nivel de ventas al menudeo ni, mucho menos, la capacidad utilizada en la producción de esos bienes de consumo diario.
Termino señalando dos elementos más: el nivel del desempleo sigue siendo muy alto, similar a los de 1990 y de 1995, aunque menor al máximo de los pasados años, registrado a mediados de 1992 (casi 8 por ciento). Y el índice de confianza del consumidor (el de la Universidad de Michigan) permanece 20 puntos por debajo de su máximo, registrado también a mediados del año 2000. Estos indicadores sirven para decir que el entorno más cercano y de mayor influencia en nuestra economía -el estadunidense- sigue siendo muy difícil y adverso a nuestra recuperación económica. Y eso hay que tomarlo en cuenta en la discusión fiscal de hoy. šDe veras! [email protected]
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