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México D.F. Domingo 21 de diciembre de 2003

Angeles González Gamio

Tradición en la Alameda

Desde hace muchos años se ha establecido la costumbre de que en la temporada navideña y de Reyes se colocan en la Alameda, el parque más antiguo de México, elaboradas coreografías que sirven de marco a personas disfrazadas de Santaclós y Reyes Magos, que se sacan fotos con los infantes, quienes generalmente pegan de berridos ante los estrafalarios personajes.

Este año se han instalado sobre la avenida Hidalgo, a diferencia de los anteriores, cuando se colocaban sobre Juárez, que ahora está siendo transformada por las obras que se llevan a cabo en el gran conjunto que rodea la Plaza Juárez, presidida por la hermosa fuente-escultura de Vicente Rojo. Por si se le ocurre llevar una de estas noches a los niños a sacarse la foto y disfrutar un elote asado o unos buñuelos con su miel de piloncillo, vamos a recordarle la historia de la Alameda Central, para que se las platique durante la visita: el sitio fue creación del virrey Luis de Velasco, hijo, quien el 11 de enero de 1592 ordenó que "(...) se hiciera una alameda para que se pusiese en ella una fuente y árboles, que sirviesen de ornato a la ciudad y de recreación a sus vecinos". Se eligió un sitio a las afueras de la ciudad, hacia el poniente, donde se consideraba que había el mejor clima. La obra la realizó el alarife Cristóbal Carballo, en una planta originalmente cuadrada. Se llamó alameda porque en un principio sólo se le sembraron álamos.

Colindaba en sus costados oriente y poniente con dos plazuelas: la de Santa Isabel, que tomaba el nombre del convento adjunto, donde actualmente se encuentra el palacio de Bellas Artes, y la de San Diego, junto al quemadero de la Santa Inquisición. El lado norte daba a la importante calzada de Tlacopan, acceso a la ciudad desde la época prehispánica. Por allí corría un hermoso acueducto que terminaba en una soberbia fuente conocida como de La Mariscala, por la mansión situada enfrente. A lo largo de esa calzada se hallaba otra plaza primorosa, que aún subsiste, con las iglesias de la Santa Veracruz y de San Juan de Dios, esta última con un hermoso edificio adjunto que alojaba un hospital, hoy el museo Franz Mayer. Del otro lado, en la actual avenida Juárez, se edificó el convento de Corpus Christi, para las indias nobles, con su templo anexo, de enorme gracia, y que pronto va a alojar el Archivo Histórico de Notarias. A lo largo de sus casi 500 años, la Alameda ha tenido múltiples arreglos y modificaciones. En 1769 se duplicó su tamaño, al ser incorporadas las plazuelas laterales por disposición del virrey, el marqués de Croix. Desde entonces es de forma rectangular, con los lados mayores -norte y sur- de 513 metros, y los menores, de 259.

En esa época fue cerrada con un muro de piedra y se colocaron en sus ángulos ochavados unas grandes puertas. Durante los gobiernos del extraordinario virrey conde de Revillagigedo y de Antonio María de Bucareli se le colocaron fuentes adornadas con esculturas inspiradas en temas mitológicos y se instaló iluminación con farolas de trementina. Los domingos y días festivos había música y fue prohibida la entrada a toda persona "rota, sucia, descalza y encobijada", lo que eliminaba a la mayoría de la población capitalina, que solía deambular por los alrededores para admirar los lujosos vestuarios de "damas y caballeros" que llegaban en elegantes carruajes jalados por los más finos caballos. Durante el siglo XX sus fuentes fueron reconstruidas: la central, que se conserva hasta la fecha, es de 1853 y tiene brocal mixtilíneo en piedra y tazón de bronce, con la pequeña escultura de una bacante. En ese tiempo se instalaron mecheros de gas y en 1892 se realizó una concurrida ceremonia para inaugurar la iluminación eléctrica.

En 1905 se colocó el kiosco morisco, que extrañamente representó a México en la exposición internacional de San Luis Missuri, y que actualmente se encuentra en la alameda de la colonia Santa María la Ribera. En el sitio que ocupaba se levantó el hemiciclo en honor de don Benito Juárez, que diseñó el arquitecto Guillermo de Heredia, del cual hemos hablado detalladamente en crónicas anteriores.

La Alameda está rodeada de magníficas opciones para comer o merendar. Si va al anochecer a la visita de los santacloses, es inigualable el Café de Tacuba, en Tacuba 28, con sus ricos antojitos tradicionales: pambazos, que ya casi no hay en ningún lado; sopes, tostadas, tamales, buñuelos, pan de yema o de nuez, todo acompañado de un espumoso chocolate que va muy bien con los fríos decembrinos. šFeliz Navidad!

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