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México D.F. Domingo 21 de diciembre de 2003
Carlos Bonfil
Ocho mujeres
Años cincuenta. Un caserón en algún
lugar de la provincia francesa. Víspera de Navidad. Una mañana,
el amo de la casa amanece muerto, posiblemente asesinado. Ocho mujeres,
todas cercanas a la víctima, están presentes en el lugar
del crimen y cada una es sospechosa de haberlo cometido. El mal tiempo
amenaza con aislar por completo la residencia. Ante la gravedad del asunto
y la imposibilidad de recibir ayuda externa, cada mujer se improvisa en
detective, y (casi) todas están dispuestas a resolver de inmediato
el caso a cualquier precio.
Francois Ozon, el camaleónico realizador francés,
presente en la pasada Muestra de Cine con Swimming pool, conocido
ya en México por Bajo la arena y Gotas de agua sobre piedras
ardientes, se permite en esta deliciosa combinación de comedia
y suspenso una incursión azarosa en los terrenos del teatro de vodevil
(la cinta se basa en una obra de bulevar del dramaturgo Robert Thomas)
y la comedia musical, con un homenaje muy desinhibido al todavía
vigente star system francés. Aparecen en escena la veterana
Danielle Darrieux (actriz predilecta del director Max Ophuls), las formidables
Isabelle Huppert, Fanny Ardant y Catherine Deneuve (actrices de Chabrol
y de Truffaut), Emmanuelle Beart (actriz de Rivette y de Sautet); también
una joven comediante de moda, Virginie Ledoyen; otra, menos conocida, Firmine
Richard, y la revelación juvenil del propio Ozon, Ludivine Sagnier.
Tres generaciones, un modo de recorrer varias décadas del cine francés
a través de la mirada femenina.
La sencilla trama de Ocho mujeres (Huit femmes)
rinde tributo a una tradición de suspenso a lo Agatha Christie,
sólo que en este whodunit el inspector lleva faldas y es
todo perspicacia, intuición y sexto sentido. Y habrá que
añadir: todo glamur, pues la cinta de Ozon destila elegancia, afectación
y un cultivo absoluto del artificio en los decorados, en el vestuario,
en la elección de colores y tonalidades, en los desplantes de las
protagonistas, y en canciones que remiten a la balada pop de los sesenta
o a un poema musicalizado de Aragon/Brassens, No hay un amor feliz.
Esta película para cinéfilos requiere, para su cabal disfrute,
de cierta familiaridad con el cine de Jacques Demy (Los paraguas de
Cherburgo) o el de George Cukor (Mujeres) y si la edad no facilita
lo anterior, al menos con el de Pedro Almodóvar y sus Mujeres
al borde de un ataque de nervios. Como estos cineastas, Ozon demuestra,
una vez más, poseer talento excepcional para dirigir a sus actrices.
Las mutaciones del personaje que interpreta Isabelle Huppert, con su carácter
avinagrado y su físico ingrato; la sensualidad libertina y hosca
de Emmanuelle Béart, los desafíos de la madurez soberana
(que a todo se atreve, desde la pasión hasta el ridículo)
de Deneuve y Fanny Ardant; el dominio escénico, luego de cien películas,
de Danielle Darrieux, todo esto en manos de un director cómplice
de 36 años, hábil manipulador de mitos y reputaciones.
Francois Ozon, admirador también de Fassbinder,
no vacila en enriquecer, o complicar, la trama banal con una perversa diseminación
del deseo. Hay una continua relación de fuerza entre los personajes,
pero contrariamente a las películas mencionadas, el foco de atención
o de disputa no lo constituyen ya los hombres, excluidos por completo de
la pantalla, ni tampoco el catálogo de chismes, traiciones, golpes
bajos -artillería predilecta del ingenio femenino, según
el prejuicio sexista. Hay en la cinta mucho de lo anterior, y de modo particular
rivalidades y enconos muy pronunciados, pero lo que circula profusamente
es el placer, el disfrute del propio cuerpo, e incluso el deseo lésbico
que sorpresivamente comparten tres mujeres. Este elemento de dispersión
erótica, tan cercano al espíritu iconoclasta de Comedia
de familia (Sitcom), otra cinta de Ozon, aleja a la cinta de
toda sospecha de complacencia nostálgica o engolosinamiento con
los estereotipos femeninos. Hay por lo demás un cuidado casi manierista
en la puesta en escena, en la exploración del espacio doméstico,
en la reivindicación de lo superfluo, y una gran acidez en los intercambios
verbales (el guión es del propio director y de Marina de Van -realizadora
también de Dentro de la piel, el film más perturbador
del pasado Foro de la Cineteca). Ocho mujeres es un thriller
absorbente y perverso, con apariencia de cuento navideño y el detalle
kitsch de un ciervo bajo la nieve visto a través de una ventana,
como en una película de Douglas Sirk. Un filme lleno de revelaciones
sorpresivas, homenaje simultáneo al denostado cine francés
de los cincuenta y a un cine hollywoodense muy anterior al triunfo de la
mercadotecnia.
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