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México D.F. Domingo 21 de diciembre de 2003
¿LA FIESTA EN PAZ?
Leonardo Páez
Caballitos y público mitoteros
''¿COMO PUDISTE DEDICAR en tu crónica
apenas seis líneas y media a la gran actuación de Hermoso
de Mendoza el domingo pasado en la Plaza México?", inquirió
contrariado Gregorio, el propietario de la tintorería, no sólo
tintorero, de la esquina de mi casa.
COMPROBADO QUE ENTUSIASMO no mata nivel neuronal
y que hace tiempo el espectador de toros, salvo confirmadoras excepciones,
redujo su capacidad de análisis a repetir frases hechas de publicronistas
y locutores a sueldo del duopolio taurino -único renglón
en el que tan sospechosos empresarios han podido unir esfuerzos-, vale
la pena añadir algo sobre la reciente actuación del rejoneador
navarro en la plazota y, consecuentemente, el ambiente villamelón
y guatequero que prevaleció.
TODO
AFICIONADO, NO espectador, que se respete, sabe que es a lomos del
caballo árabe-andaluz como surge la tauromaquia durante la baja
Edad Media, básicamente con la suerte de alancear toros bravos y
con un doble propósito: como pasatiempo y como entrenamiento bélico
de ambos bandos.
ENTRE LOS SIGLOS XVII y XVIII el toreo a caballo
adquirió gran auge entre los nobles, pero con el advenimiento de
los Borbones la aristocracia se afrancesa y gente del pueblo, que con una
tela rústica ayudaba a pie a los caballeros, decide volverse el
otro protagonista del espectáculo, surgiendo así la tauromaquia
a la usanza española, en tanto el caballo, otrora protagonista,
se convertirá en el más gris y torpe de los actuantes, revestido
al principio de un ligero peto protector que hoy devino muralla y salvaguarda
de ventajas e ineptitudes.
CON DISCRECION Y en un plano secundario, el rejoneo
resurgió en el siglo XX, sobre todo como inicio de la función
y con la lidia de un solo toro. Pero en el último cuarto de la centuria
pasada, siguiendo el ejemplo de la tradición portuguesa, en España
cobran auge las corridas exclusivamente de rejoneadores, hasta nuestros
despistados días mexicanos, en que el único nombre taquillero,
y cada vez menos como se comprobó en la media entrada del domingo,
es un rejoneador importado que alterna con los toreros de a pie en la lidia
de dos toros.
PERO ESTA DEPENDENCIA empresarial taurina, gracias
a una imaginación enana de nuestros falsos promotores de la fiesta,
ha acarreado a la misma perjuicios antes que repunte. El público
que se acerca a ver caballitos pirueteros carece de elemental información
para justipreciar la actuación de un rejoneador y se conforma con
los caracoleos, giros y estampa de las bien entrenadas jacas, festejándolo
todo.
CONTAGIADO DE ESA euforia emergente, incluso el
amenazado juez Balderas premió con dos pueblerinas orejas -¿o
será línea del Gobierno del DF?- la efectista labor
de Hermoso, pésimamente coronada con el rejón de muerte u
hoja de peral, que quedó muy trasero, caído y contrario,
por lo que una oreja habría sido más que suficiente, pero
con esto del espíritu navideño...
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