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México D.F. Domingo 21 de diciembre de 2003
OPERACION TELARAÑA: CRIMEN DE ESTADO
Las
revelaciones en torno a la Operación Telaraña, dadas
hoy a conocer por este diario, son una evidencia más de que las
prácticas de represión y violación de los derechos
humanos que fueron perpetradas por las fuerzas de seguridad (Ejército
y diversas policías) durante la llamada guerra sucia de la
década de los 70 no fueron casos aislados atribuibles a unos pocos
mandos o funcionarios descontrolados. Por el contrario, fueron emprendidas
de forma sistemática con el objetivo claro de exterminar a toda
costa a los grupos guerrilleros que operaban en el estado de Guerrero,
con la participación abierta y la complicidad de amplios estamentos
de los gobiernos federal y local de la época.
Según documentos encontrados en el Archivo General
de la Nación y actualmente en poder de la Fiscalía Especial
para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, las órdenes
de aniquilación de los insurgentes del Partido de los Pobres dirigido
por Lucio Cabañas fueron dictadas directamente por el entonces secretario
de la Defensa Nacional, Hermenegildo Cuenca Díaz. De los resultados
de tales acciones fueron informadas diariamente las secretarías
de Gobernación y Defensa y la Presidencia de la República,
lo que permite suponer que el entonces titular del Ejecutivo, Luis Echeverría
Alvarez, conoció y avaló en su momento todas las operaciones
contrainsurgentes -incluido su correlato delictivo- realizadas en Guerrero
durante su mandato.
Ha de señalarse que en la Operación Telaraña
y otras acciones represivas, según se desprende de los citados documentos
y de numerosos testimonios y denuncias, se incurrió en deliberadas
atrocidades y violaciones de los derechos humanos: detenciones ilegales,
desapariciones y ejecuciones extrajudiciales. Además se recurrió
a paramilitares, enmarcados en el denominado Grupo Sangre, bajo
el mando del entonces teniente Humberto Quirós Hermosillo. Así,
tales actividades contrainsurgentes se colocaron fuera de toda legalidad
y constituyeron actos de barbarie y terrorismo de Estado.
Mientras no se esclarezcan a cabalidad los terribles hechos
de la guerra sucia, en sus diferentes manifestaciones, y permanezca
la intolerable impunidad de la que gozan, desde hace más de tres
décadas, la gran mayoría de los autores materiales e intelectuales
de la represión y el aniquilamiento criminal de las guerrillas de
los años 70, México no podrá contar con un auténtico
estado de derecho y prevalecerá un inquietante clima de desconfianza
y fragilidad ciudadanas. La democracia mexicana, debe reiterarse, no será
completa en tanto no se castigue a todos los responsables de esos execrables
crímenes. De igual forma, el tejido social de Guerrero y otras regiones
del país no podrá reconstituirse si no se hace justicia -pronta
y completa- a las víctimas de la guerra sucia, exigencia
que es procedente extender a la larga y dolorosa lista de mexicanos asesinados,
desaparecidos y perseguidos en otras operaciones represivas, como son las
del 2 de octubre de 1968, el 10 de junio de 1971 y las masacres de Aguas
Blancas y Acteal.
Por ello, identificar y procesar penalmente a todos los
responsables de estos delitos es una obligación jurídica,
moral e histórica que el actual gobierno de la República
debe asumir de forma completa y expedita, pues ninguna autoridad que se
considere democrática y comprometida con las mejores causas de México
puede soslayar este crucial imperativo.
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