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E C O N O M I A
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México D.F. Jueves 8 de enero de 2004

Sergio Zermeño

Aceptemos el fracaso del tratado

Se han cumplido diez años de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y la opinión pública no acaba de entender si con ese instrumento se favoreció a México o sucedió lo contrario. La verdad es que inclusive las corrientes partidarias del libre mercado han establecido dos columnas para hacer el balance al respecto.

Del lado positivo siempre aparecen tres argumentos que se repiten como tarabilla: primero, que muy pocos países con la masa geopoblacional de México, si no es que ninguno, ha hecho pasar sus exportaciones manufactureras de 15 a 30 por ciento como proporción del PIB en poco más de 10 años, lo que ha empujado al propio Fox a declarar que nos encontramos entre las 10 más importantes economías del mundo; segundo, que la agroindustria ha demostrado su competitividad al exportar hortalizas, frutas, camarones, etcétera; tercero, que los ganadores en este proceso han sido los consumidores porque hoy, evitando intermediarios, pueden elegir entre una gama mucho más amplia productos de cualquier parte del mundo en donde la relación precio-calidad sea la mejor.

Del lado negativo se argumenta que es ridículo considerar a ese boom exportador como algo que tenga que ver con nuestra economía, pues 98 por ciento de esos productos han sido internados al país para su ensamblaje por empresas extranjeras, a los que sólo se agrega el costo de la baratísima mano de obra mexicana con un bajo o nulo respeto hacia la legislación laboral y el medio ambiente. Es como si se mostrara sólo la puerta de salida de un lavado de coches y el dueño se ufanara de la alta y diversificada producción automotriz de su changarro.

Más de un millón de obreros -mujeres en su mayor parte y cinco más que gravitan en el espacio maquilador con salarios y condiciones de vida miserables, donde tienen lugar las más espeluznantes escenas de violencia y degradación social, como en el caso de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez- no pueden ser mostrados como el más exitoso renglón de la globalización con América del Norte.

Por otra parte, la agroindustria de exportación, también monopolizada por grandes compañías extranjeras, sólo ha podido absorber a unos 100 mil trabajadores y a los jornaleros trashumantes de temporal con salarios de hambre, y no ha podido cultivar más que una pequeña porción del territorio en el oriente y nororiente del país; es obvio que no podrá crecer más, pues los mercados del norte están saturados y un exceso de oferta podría hacer caer los precios, como ha sucedido con tantos artículos primarios que ha exportado el sur.

A cambio de la apertura de los mercados para la agroindustria "mexicana", hemos tenido que aceptar la entrada a nuestro territorio de granos básicos, cárnicos e infinidad de artículos primarios producidos a menor costo y fuertes subsidios, lo cual ha provocado que 25 millones de mexicanos del medio campesino no tengan ninguna competitividad y deban refugiarse en el autoconsumo o emigrar.

El consumidor ha sido el gran ganador con el TLCAN, decía Serra Puche en su bochornosa reaparición hace tres días, utilizando el mismo argumento de toda la escuela aperturista. En efecto, hemos pasado de cinco a 20 marcas de coches en la década pasada, y Wal Mart es capaz de abatir los precios de las legumbres, los pasteles, las medicinas, los pollos... gracias a sus sistemas de abasto organizados desde los puntos más recónditos de México y del extranjero, pero ello ha hecho quebrar a una infinidad de pequeños y medianos negocios y ha desbarrancado a sus dueños y a sus familias hacia la precariedad, el mundo informal y el changarrismo (sólo 10 por ciento de los mexicanos gana más de cinco salarios mínimos, franja que se angosta en favor del 5 por ciento más rico: los consumidores de Serra Puche).

Si separáramos a los industriales nacionales de los datos referentes a la industria maquiladora, cosa que las estadísticas eluden para disfrazar el horror, veríamos que nuestros agentes dinámicos en la industria también están desapareciendo: vendemos petróleo, mano de obra barata, playas y sol a las grandes cadenas hoteleras; nuestros procesos son cada vez menos complejos, nuestra producción en técnica y ciencia es abandonada, y no nos queda más que intentar balancear nuestro déficit con el exterior, contrayendo más deuda y rematando los últimos activos: bancos -una vez "saneados" con nuestros impuestos (tema que se le "olvidó" mencionar a Serra Puche)-, Pemex, la Comisión Federal de Electricidad, las riquezas culturales y naturales, etcétera. En las agencias gubernamentales y académicas dominantes una cosa está prohibida sobre las demás: aceptar el fracaso del TLCAN, pero mientras no lo hagamos, Ƒcómo imaginar una salida?

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