México D.F. Sábado 24 de enero de 2004
Robert Cook
Blair sobrevivirá al juez Hutton
Esos periódicos que tienen la esperanza de que
el señor Blair no sobreviva han adornado de dramatismo los acontecimientos
de la próxima semana. Han presentado al atribulado gobierno laborista
como próximo a enfrentar el paralelo político de una plaza
central destruida, un rifle trabado y un coronel muerto.
Personalmente espero que el señor siga siendo primer
ministro cuando la ceniza del estallido se haya asentado, al término
de la próxima semana, y estoy convencido de que tiene la intención
de encabezar al Partido Laborista en las próximas elecciones generales.
A menos que lord Hutton anuncie que el primer ministro
es culpable de asesinato con una contundencia que estaría totalmente
fuera de lugar en un juez cuyo carácter y prudencia conocemos, sospecho
que Tony Blair tiene todas las posibilidades de sobrevivir hasta su décimo
aniversario en Downing Street.
La mayor amenaza que podría impedirle concluir
su mandato es la pérdida de gusto por el trabajo. Pero entre más
tiempo pasa en el puesto, Blair emana cada vez más indicios de su
exacerbado afán misionero.
Su sobrevivencia, sin embargo, no quiere decir que los
desafíos de la próxima semana no sean serios. Para Tony Blair,
su gravedad es, además, directa, pues estos momentos decisivos son
consecuencia de decisiones enteramente suyas, y no del colectivo del gobierno.
Se trata de la cuestión de tarifas universitarias que pagarán
alumnos recibidos en cuanto logren los empleos mejor remunerados, y el
tema de Irak.
La forma en que se adoptaron las tarifas universitarias
tiene que ver también con el estilo de gobierno que éstas
simbolizan. Está de moda entre las personas que apoyan el cambio
de política lamentar que el tema ha sido mal presentado. Pero la
forma en que se maneja la nueva política corresponde a la forma
en que se creó. Fue producto de una reunión a puerta cerrada
entre el grupo Russel, formado por funcionarios de las principales universidades,
y el primer ministro. Ni el gabinete ni su bancada parlamentaria fueron
invitados a compartir la autoría del proyecto antes de que Downing
Street lo adoptara unilateralmente como política de su gobierno,
para después quedarse a la espera de que todos, simplemente, obedecieran.
Ignoro si ya suficientes ministros han saltado por el
aro y piensan aprobar la ley en el Parlamento el próximo martes.
Tampoco el gobierno lo sabe. La semana pasada Downing Street alardeaba
sobre un supuesto cambio en la composición química del Parlamento,
pero ahora el círculo de Blair parece consciente de que subestimó
sus motivos de preocupación.
La razón por la que ha sido tan difícil
arrojar al asador suficientes filetes de concesión como para lograr
consenso, es una brecha ideológica entre ambas partes. Quienes se
oponen a las tarifas variables insisten en que los servicios públicos
deben ser accesibles a todos, y no financiados por consumidores individuales,
sino por la comunidad en su conjunto. Creen que la cohesión social
se estimula al preservar un terreno público en que las personas
son tratadas equitativamente, como ciudadanos con los mismos derechos,
y no como consumidores con diferentes poderes de compra.
La cuestión de las tarifas se ha vuelto emblemática,
porque hace surgir la sospecha de que el nuevo laborismo está perdiendo
su voluntad de defender los servicios públicos financiados mediante
la recaudación fiscal. Si ahora se nos dice que los contribuyentes,
en general, no deben ser ''castigados'' con los costos de los estudiantes,
¿cuánto falta para que el mismo argumento se aplique a las
escuelas, y nos digan que los alumnos con las más altas calificaciones
tienen un mayor potencial para cubrir los déficit en el sistema
escolar que quienes reprueban y los expulsan?
Es una cosa que nos digan, con mucha razón, que
los servicios públicos deben responder con flexibilidad a las necesidades
del individuo, pero es muy diferente que se aplique a los individuos con
distinto potencial adquisitivo.
Los teóricos de la conspiración tienden
a ver un plan maquiavélico en el hecho de que el voto sobre las
tarifas coincide con el informe del juez Hutton.
Personalmente creo que la mitad del personal en Downing
Street tuvo que recostarse y tomar agua durante una hora cuando se informó
que lord Hutton adelantaría una semana la entrega del reporte. Los
políticos tienen gran capacidad de recuperación ante un reto
difícil. Pero de lo que deben estar muy temerosos es de una línea
de acontecimientos en la que todo sale mal al mismo tiempo.
Así las cosas, la mañana después
de que se voten las tarifas universitarias escucharemos el reporte de lord
Hutton. Es difícil imaginar que no responsabilizará al gobierno
por no cumplir su deber hacia la privacidad del doctor Kelly. El asesor
gubernamental, el señor Dingemans, admitió en su declaración
final que se hicieron tres versiones sucesivas sobre la postura oficial
ante la prensa. En la primera se habló de no revelar el nombre de
Kelly, y en la última versión se optó por confirmarlo,
en caso de que la prensa preguntara. La mayoría de quienes tomaron
parte en la redacción de las distintas versiones trabajan en Downing
Street.
Durante los recientes días Geoff Hoon y chivo
expiatorio han sido prácticamente sinónimos. Creo que
fue profundamente injusto dejar que se echara la culpa. Si de algo es culpable
es sólo de haber anticipado con gran entusiasmo lo que él
percibió como deseos de Downing Street y, posiblemente, vencer su
reticencia a satisfacerlos.
El círculo de Blair duda constantemente de los
juicios de sus ministros, y la consecuencia de ello es que ya no es posible
que el primer ministro salga ileso cuando una de sus decisiones es equivocada.
Sospecho que Downing Street entiende muy bien que no puede destituir a
Hoon tras el dictamen de Hutton, sin provocar incómodas preguntas
sobre su propia complicidad.
Pero en cierto sentido el reporte de Hutton podría
dar un paso repentino de lo trascendente a lo trivial. La muerte de David
Kelly fue una tragedia para él y su familia, pero el escándalo
mayor en que se enmarcaba era la forma en que Gran Bretaña maniobró
para justificar su participación en la guerra contra Irak con base
en una supuesta amenaza armamentista, que resultó un invento.
El admirable compromiso de Hutton a la transparencia ha
hecho pública una sucesión de correos electrónicos
muy comprometedores que confirman que ni siquiera el jefe del estado mayor
de Blair estaba convencido de que Saddam fuera una amenaza inminente, y
descubrió, además, que nadie en la maquinaria gubernamental
creía que Irak tuviera armas de destrucción masiva listas
para ser lanzadas en 45 minutos. Todos pensaban que Irak, cuando mucho,
tendría artillería pesada.
Estos temas, sin embargo, quedaron excluidos del reporte
que presentará Hutton, y asesores del juez ya han dado a entender
que corresponde a otros ahondar en ellos. Lo último que Tony Blair
quiere es que el reporte de Hutton incluya la promesa de llevar a cabo
más investigaciones sobre Irak. Cualquier comité parlamentario
cuyos miembros tengan la impertinencia de sugerir que ellos pueden realizar
investigaciones, se arriesgan a que las celdas victorianas dentro del Big
Ben sean remozadas para alojarlos. Además, ninguna nueva investigación
podría mejorar la evidencia ya descubierta por Hutton, que expuso
lo hueca que era la justificación de la guerra.
Tony Blair no sólo quiere sobrevivir la semana
próxima, sino también restaurar la autoridad que necesita
desesperadamente para cerrar, de una vez por todas, la controversia en
torno a la guerra. Pero la polémica no desaparecerá por más
que insista en que él tenía razón y que volvería
a hacerlo si Bush se lo pidiera otra vez. En algún momento debe
reconocer los errores que cometió y garantizar que hay lecciones
que deben aprenderse.
No tendrá una mejor oportunidad para hacerlo que
su respuesta al reporte de Hutton. Si su respuesta tiene un espíritu
de contrición, podría provocar la catársis que necesita
para superar el problema de Irak.
Pero si decide defender con tono desafiante cada penoso
detalle, desde la redacción del dossier de septiembre sobre
las supuestas armas de Irak, hasta la revelación de la identidad
de Kelly, la semana siguiente habrá una renovada controversia sobre
una guerra que se ha vuelto ya un tema decisivo dentro del Parlamento.
©The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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