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México D.F. Domingo 25 de enero de 2004
Marcos Roitman Rosenmann
Bombay-Hawai: más allá de cumbres y foros
Cansancio y pesadumbre. Desde hace unos años, la necesidad de reunirse logra concitar las más diversas voluntades. Lo que antaño eran formas esporádicas de protesta o acción política colectiva, gracias a los progresos de la aviación civil se transforma en un referente. Los vuelos rentados abaratan costos y facilitan desplazamientos intercontinentales. La probabilidad de asistir a encuentros internacionales se amplía considerablemente. Estudiantes, sindicalistas, afiliados no gubernamentales para el desarrollo, la defensa del planeta, la igualdad de género o sin fronteras, se suman a militantes partidarios, pensadores progresistas, de izquierda, verdes o simplemente antiliberales. Juntos se unen para expresar su protesta y el rechazo a las políticas económicas antidemocráticas aprobadas por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio, o Estados Unidos en su delirante guerra contra el terrorismo mundial.
De Río de Janeiro a París, de Barcelona a Milán, de Porto Alegre a Bombay, pasando por Seattle, Madrid y Nápoles, un mayor número de personas comprometen su asistencia y participación en dichos sucesos. Lo abierto de las convocatorias garantiza un éxito de público. Todos estamos llamados a participar, nadie debe sentirse excluido, basta con reunir el dinero, tener tiempo para viajar y cumplir con los escasos requisitos y recomendaciones de los anfitriones para aceptar el llamado. El acuerdo para no limitar el número de ponencias leídas, en nombre propio o de organizaciones sociales, trata de poner al descubierto el rechazo a la selección elitista y partidaria realizada con criterios ideológicos y considerada antidemocrática. En contrapartida, los numerosos asistentes aguardan respetuosamente su turno para subir a la tribuna de oradores. Después de horas de vuelo y de peregrinaje en aeropuertos, 10 minutos bastan para aplacar la ira contra el capitalismo global. El programa, apretado y diverso, impide asistir a todas las actividades programadas, es necesario elegir. Son días marcados por un frenético voluntarismo donde se mezcla lo protocolario de una conferencia con lo informal y desenfadado de una fiesta multiétnica o una manifestación contra el Area de Libre Comercio de las Américas.
No se trata de ser irreverente, mofarse o ridiculizar los esfuerzos realizados en estos 10 últimos años por reunir en un solo espacio a voces críticas, movimientos sociales y fuerzas políticas progresistas, antiliberales, socialistas, comunistas, antimperialistas, pacifistas o anticapitalistas. Sin duda constituye una experiencia única en las luchas por la democracia a escala mundial. Pero como toda experiencia novedosa, su repetición regular y sistemática acaba por transformar sus objetivos y desvirtuar sus fines. Cada nueva convocatoria exige mayores fondos, gastos antes impensados a los que hay que sumar la pugna por hacerse con la sede. Lo institucional se consolida. La importancia del acto inaugural, las pancartas y sus lemas, la parafernalia y el acto de clausura son motivo de fuertes enfrentamientos. Frenético accionar donde se pierde el objetivo; proponer y poner en común experiencias de lucha, resistencia y, por supuesto, dar alternativas a las políticas conservadoras. Sin olvidar la necesidad de remarcar que dos terceras partes de la población mundial padecen las consecuencias de una sobrexplotación, con el consiguiente deterioro de las condiciones y calidad de vida para una gran parte de la humanidad. Lo inicialmente concebido para alertar y mostrar al mundo de los poderosos y ricos que no todos somos iguales, se trasforma en un mogollón sin horizonte ni alternativas, salvo el común acuerdo de seguir reuniéndose. Muchos dicen que en ello radica su capacidad de convocatoria. La lluvia de ideas y el compartir optimismo es más que suficiente para justificar su existencia. Visualizada como una marcha invisible e imparable busca incorporar nuevos caminantes. ƑPero hacia dónde se dirige? Esta pregunta ya no gusta. Para sus acólitos, pensar en programas estratégicos, en producir diagnósticos o elaborar y diseñar propuestas distorsiona el espíritu de las convocatorias. Unir y ser muchos. No se puede correr el riesgo de provocar divisiones, lo importante es participar, aunque no se sepa bien para qué. Está fuera de lugar plantearse objetivos más allá de acordar dónde y cuándo será la próxima cita. Es aconsejable guardar silencio, mirarse unos a otros y despedirse hasta la posterior convocatoria. Casi todos sus organizadores, a sabiendas de los límites de derrochar tal esfuerzo, prefieren callar en público para hablar en privado y manifestar sus críticas en corrillos y voz baja.
En la agenda de los partidos, los sindicatos y las organizaciones no gubernamentales se reservan fondos para enviar representantes y observadores. Los costos se incrementan y son un lastre. Cada vez es más necesario dotar a los foros, cumbres o conferencias alternativas de una infraestructura sólida institucional capaz de hacer frente a la convocatoria siguiente. De todas partes llegarán aportes, nunca faltan mecenas y la filantropía sigue existiendo. Tras una ardua labor preparatoria, lo que antes era espontaneidad se convierte en un comportamiento estereotipado donde se reproducen los mismos males que se decía combatir. Según se pertenezca a tal o cual organización, se esté más cerca de alguna red o se participe de algún movimiento en alza, es seguro el protagonismo. Este despliegue de fuerza termina en enfrentamientos y luchas intestinas, justamente lo que se ha querido combatir. Las descalificaciones hacia todo aquello que plantee analizar y ver más allá del presente se entiende como pesimismo histórico o reflexión teórica, importante, pero fuera de contexto.
No es difícil entender por qué la necesidad de producir conocimiento y dotar de argumentos a las organizaciones asistentes se sustituye, las más de las veces, por la crítica fácil y la proliferación de adjetivos calificativos, recurso nada despreciable a falta de propuestas. Algo no está yendo bien. Debemos leer entre líneas las críticas y las observaciones que envían los corresponsales y enviados especiales. Sus crónicas dejan entrever dudas, cuando no nubarrones, donde lo más destacado es el mensaje subliminal: se está perdiendo el norte. Tal vez estemos asistiendo al declive de un tipo de convocatoria, cuyo objetivo debe ser replanteado para seguir adelante. Sin crítica no hay ejercicio de la democracia. La necesidad de recrear continuamente el arsenal de ideas no debe hacernos caer en un cansancio repetidor y en una pesadumbre donde el horizonte sea seguir asistiendo a cumbres, foros y conferencias cada dos años.
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