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México D.F. Sábado 31 de enero de 2004
GARZON: ARROGANCIA CONFIRMADA
Baltasar
Garzón envió ayer a esta casa editorial una extensa carta
en la que se queja por el trato que recibió anteayer en el Reclusorio
Norte (Reno) de esta capital, descalifica el trabajo informativo de este
diario, tergiversa las posturas editoriales de La Jornada, pontifica
sobre lo que cree que son las obligaciones de los periodistas mexicanos
y expone una variopinta y muy subjetiva lista de agravios, desde el haberse
sentido vejado por el personal del penal, hasta reclamarse como víctima
de "manipulación informativa" y de supuestos insultos y denuestos
para con su trabajo.
Por principio de cuentas, la acusación de manipular
la información es falsa. Tras el incidente en el Reno, Garzón
se negó a hablar con los medios y habría sido imposible,
por ello, consignar su versión de lo sucedido. Con todo, la historia
expuesta por el funcionario español en su misiva es muy semejante
a la que aportaron funcionarios de la Procuraduría General de la
República (PGR) y que fue puntualmente incluida en la edición
de ayer de La Jornada, junto con la muy diferente narración
de los hechos que aportó la directora del centro de detención,
Marcela Briseño.
En otro sentido, y a pesar de los argumentos pergeñados
por Garzón en defensa de la supuesta legalidad de su actuación
en México, el magistrado ignora, o pretende ignorar, que en este
país tiene vigencia un documento titulado Código Federal
de Procedimientos Penales, que en su artículo 16 establece: "A las
actuaciones de averiguación previa sólo podrán tener
acceso el inculpado, su defensor y la víctima u ofendido y/o su
representante legal, si los hubiere". El juez peninsular se dice respetuoso
del marco legal nacional, pero las víctimas mexicanas de su prepotencia
han señalado que fueron interrogadas directamente por Garzón,
sin ningún respeto por las formas ni por las disposiciones del Tratado
de Asistencia Judicial mutua. Debe concederse, sin embargo, que la responsabilidad
principal de esos atropellos no recae en los funcionarios españoles,
sino en los mexicanos que se los han permitido.
Al magistrado español le escandaliza, por otra
parte, la presencia, en el Reno, "de medios de comunicación incluso
con cámaras de televisión con la intención de grabar
la diligencia y actuación judicial", circunstancia que hacía
imposible garantizar "el secreto que la legislación española
impone para las diligencias sumariales". Bien: la legislación española,
como su nombre lo indica, rige en España, no en un Estado independiente
que se llama México. Líneas abajo, Garzón condiciona
la credibilidad de La Jornada a que ésta "exija explicaciones"
"del porqué los medios de comunicación, que por cierto cumplen
con su obligación de atender a la noticia, fueron autorizados a
violar el sigilo de unas diligencias judiciales, y por qué se preparó
todo para que la autoridad judicial fuera 'cazada' por los mismos (sic)
en el interior del Reclusorio Norte". El dislate es de tal magnitud que
resulta obligado explicarle al magistrado un hecho más bien obvio:
en México, en frecuentes ocasiones, reporteros y cámaras
de televisión se encuentran presentes durante los procedimientos
judiciales que se realizan dentro de los reclusorios y que tal presencia
se inscribe en el derecho a la información y las leyes que rigen
en el país y no tiene por objetivo "cazar" a ningún personaje.
En la última página de su extensa misiva,
Garzón comete, él sí, una grosera maniobra de manipulación
que linda con la calumnia, al aseverar que La Jornada presenta "como
paladín de la libertad y de la dignidad restaurada a una organización
terrorista". Si el juez español hubiese realizado una lectura mínimamente
honesta de lo publicado ayer en este mismo espacio, se habría enterado
que el titular sobre la "dignidad restaurada" no hace referencia a ETA
sino a las autoridades del Gobierno del Distrito Federal. Cabe esperar
que el magistrado logre comprender que la organización terrorista
vasca y el Poder Ejecutivo de la capital mexicana son cosas diferentes.
Para finalizar, la carta del juez Garzón a este
diario confirma -en su ignorancia despectiva de las leyes, realidades y
prácticas mexicanas, en sus pretensiones de recibir tratos de dignatario,
en su afán por dictar a los periodistas de este país cómo
deben hacer su trabajo, y hasta en la grafía arcaica y peninsular
del gentilicio "mexicanos", que él escribe en dos ocasiones con
jota, ignorando la recomendación de la Real Academia Española
de usar "las grafías con x por ser las usadas en el propio país
y, mayoritariamente, en el resto de Hispanoamérica"- actitudes más
propias de un corregidor colonial que de un moderno investigador judicial
"que nunca ha pretendido avasallar a nadie".
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