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México D.F. Martes 3 de febrero de 2004

Nora Patricia Jara

La trampa de la verdad acotada

En los tiempos del gobierno de las toallas de cuatro mil pesos, de colchones de miles de euros, de los dobles aguinaldos, de los peces gordos que resultan menos que charales, de los vestidos de alta costura y altos precios pagados por quién sabe quién, y de los sueldos desmedidos para la burocracia dorada, la política de Andrés Manuel López Obrador se pone a prueba con la falta de precisión y claridad en la definición de los puestos directivos de los mandos que gobiernan la capital del país.

La revelación de que el supuesto chofer del gobernante defeño no es tal, sino un coordinador de área a cargo de la seguridad personal y de organizar la logística del Ejecutivo local, con un salario muy superior al costo del polémico auto compacto que maneja, resultó ser el mayor escándalo en que se ha involucrado la administración perredista de la ciudad de México.

Sin capacidad de respuesta ante la crítica, el aparato que rodea al llamado hombre más popular de la política nacional no pudo ni quiso explicar a la ciudadanía, convincentemente, de que el hecho no se trataba de corrupción pero sí de un caso de transparencia. La imagen de un hombre modestamente vestido, llevando café, abriendo puertas y manejando un austero Tsuru blanco al servicio del mandatario del DF, es más contundente que la explicación de que es un experto en logística y seguridad.

El no despejar con oportunidad las dudas que se gestaron ante lo desconocido derivó en una respuesta semejante a la que dio Lucerito para justificar los actos de su guarura "Sí y qué, si lo quieren entender y si no, ni modo", acompañada por denuncias de conjuras, además de acusaciones contra la prensa de que no hace más que dar cuenta de los desatinos, algunos con saña, sin lugar a dudas, otros simplemente tratando de esclarecer una situación que se observa irregular y que pone en aprietos el romance con los medios que ha tenido el tabasqueño en estos tres años.

En todo esto se ha ignorado que quien entra a la antesala de la publicidad del poder y la utiliza como herramienta política -ahí están los beneficios de las encuestas, algunas de ellas mandadas a hacer por cierto por los propios concesionarios de medios que hoy se evidencian- debe estar dispuesto también al escrutinio de la opinión pública: es la única garantía que tiene la sociedad de un buen gobierno y por ello exige clara visibilidad acerca de todos sus actos.

En un país donde las decisiones políticas y económicas se han tomado lejos de las miradas del votante (por ejemplo el Fobaproa), donde las contrataciones de oscuros personajes con poderes casi absolutos han sido cosa de siempre, no es válido aceptar sólo el elogio desmedido, en más de las veces, el que lleva un interés, y luego denostar a esa misma opinión pública porque en ocasiones disiente.

En los señalamientos del jefe de Gobierno ubica a la derecha como autora de los ataques, la misma que acude como invitada especial a inauguraciones de avenidas y puentes, pero cuando puede se manifiesta contra la política social en el Distrito Federal; o la que levanta la voz desde sus actuales trincheras para atacar su popularidad: ahí están las palabras del expresidente Miguel de la Madrid quien lo tacha de populista y dice que las políticas para paliar la pobreza y la marginación en la capital, donde según datos oficiales 62 por ciento de la población es pobre, están pasadas de moda.

Qué se puede esperar de uno de los arquitectos del neoliberalismo mexicano, cuando fue en su gobierno que se comenzó con la reducción del aparato de Estado y en especial el desmantelamiento de todo aquello que lo responsabiliza en materia social; es lo que algunos identifican como el inicio de la desaparición del Estado benefactor y para ello se instrumentaron las grandes desincorporaciones.

Otra crítica es la que surge de sus propias trincheras, desde la misma izquierda tradicional, que advierte incongruencias en su decir y actuar, y es que siempre es contradictorio cuando se utilizan criterios morales para decidir lo justo de lo que no lo es, o lo que se considera lícito, y López Obrador ha difundido a placer en sus ruedas de prensa sus criterios, los que se antojan ver reflejados en su persona, sin dudas o simulaciones.

Es este tal vez uno de los extrañamientos que más duelan por venir desde dentro y que tampoco responden del todo a las circunstancias del escándalo, porque la honestidad personal del mandatario de izquierda no ha estado a juicio, ni la eficacia de un gobierno que da prioridad al bienestar social acotado; sí su falta de tolerancia ante interrogantes básicas en los regímenes que aspiran a ser democráticos: Ƒquién nos gobierna, cómo lo hace, con quién o quiénes lo hacen? ƑCon qué cuenta y cómo lo cuenta? Estos son tiempos de sumar y no de restar.

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