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México D.F. Sábado 7 de febrero de 2004

DESFILADERO

Jaime Avilés

Ultima llamada para Marta Sahagún

El mensaje inequívoco del Financial Times
Los braceros, más productivos que el TLC

MARTA SAHAGUN HA SIDO expuesta a los ojos del mundo como una extraña versión tropical de Robin Hood, que quita dinero a los ricos en nombre de los pobres, pero lo guarda en su alcancía futurista -Ƒy qué alcancía no es futurista?- con el propósito de conservar el poder que le permita seguir "gobernando" seis años más (y bastante mal, por cierto) en provecho de los ricos.

Con la espléndida investigación de Sara Silver para el periódico londinense Financial Times, un sector de los dueños del mundo ha enviado un mensaje nítido, irrevocable e inequívoco a la clase política mexicana: después del 1Ɔ de diciembre de 2006, los inversionistas británicos no desean volver a escuchar el nombre de Vicente Fox, y mucho menos el de su esposa, en ningún tema relacionado con las palabras "gobierno de México".

Una vez cumplido el mandato constitucional del primer presidente panista de la historia, quieren ver a los Fox alejados por completo, y para siempre, de la cosa pública. No es para menos. Los números que La Jornada divulgó esta semana acerca de los indicadores económicos más significativos para el país, revelan cuán profundo es el fracaso de los que protagonizaron la farsa del "cambio" para que nada cambiara, empezando por la corrupción y la ineficacia administrativas.

Un informe de Roberto González Amador, publicado por este diario el miércoles 4, señala que durante 2003 los modestos braceros mexicanos le dieron al país más dinero que el mismísimo Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Mientras los emigrantes ilegales redondearon la suma de 13 mil 226 millones de dólares, el TLCAN (y todos los instrumentos comerciales que existen para fomentar la inversión externa) logró reunir apenas 11 mil millones de dólares. Qué interesante paradoja.

En una nota de Israel Rodríguez, que apareció el martes en estas páginas, el director general de Pemex, Raúl Muñoz Leos, estimó, sin confirmarlo todavía, que la exportación de crudo en 2003 captó aproximadamente 17 mil millones de dólares, pero descontando el valor de las importaciones de gasolina, la cifra neta se reduce a casi 15 mil millones de dólares. En pocas palabras, perseguidos, superexplotados, sin acuerdo jurídico de ninguna índole que proteja sus derechos, los braceros resultaron más productivos que el TLCAN y casi tan rentables como Pemex.

Para los inversionistas británicos, estas cifras negativas tienen un claro responsable: mister Fox, desde luego, cuya incapacidad para negociar acuerdos con las fuerzas políticas del país le ha impedido concretar una sola reforma que ofrezca garantías legales a los capitales foráneos que pretenden quitarnos el petróleo y la industria eléctrica. Seis años más de lo mismo serían catastróficos para ellos.

No olvidan que la ambiciosa boticaria de Celaya intervino -sin atribución legal de ninguna naturaleza, esto es, por sus pistolas- en la construcción de las alianzas del año pasado, que a fin de cuentas no pudieron sacar adelante la llamada "reforma fiscal" en beneficio de los bancos extranjeros.

El Financial Times -el Wall Street Journal del Reino Unido- vería con pavor que, gracias a una acertada campaña de mercadotecnia, el primero de diciembre de 2006 la señora Marta llegara al Congreso de la Unión y se cruzara en el pecho la banda tricolor de su consorte para prolongar, durante otro sexenio, la pesadilla de su ineficacia. Como esa posibilidad existe -bien lo dijo Chomsky: para comprar la Presidencia de la República lo que se necesita es dinero-, los británicos han preferido conjurarla de una vez. Lo demás vendrá por añadidura.

Marta Sahagún debe -como ya se lo ha exigido un alto directivo del PAN- renunciar pública, enfática e inmediatamente a sus aspiraciones presidenciales. No tiene otra salida. Si no lo hace, el golpeteo de la prensa internacional en su contra será implacable. Saldrá a relucir su inconcebible -aunque ahora explicable- relación de "amistad" con la multimillonaria profesora, que no maestra, Elba Esther Gordillo, hoy por hoy, después de Salinas de Gortari, la figura pública más desprestigiada del país.

Serían expuestos sus nexos espirituales -y financieros- con la parte más retrógrada y abusiva de la Iglesia católica, en especial con los Legionarios de Cristo -entre cuyos adeptos se cuentan algunos de los principales donantes de la fundación Venga a nos México- y con el "guía" de éstos, el padre Marcial Maciel, acusado de haber cometido abusos sexuales en contra de una cantidad incalculable de menores de edad.

Tampoco le perdonarán sus vínculos con el doctor Guido Belsasso, a quien trató de proteger hasta el último instante para impedir que renunciara, cuando el sonado escándalo del Moscagate obligó al siquiatra de los hijos de la señora Marta a dimitir a su cargo, señalado como promotor cibernético del tráfico de influencias a la sombra del poder.

Si lo anterior no bastara para acreditarla como una persona indigna de la confianza pública, la señora Marta ha prohijado la insana ocurrencia de someter las tenebrosas finanzas de su fundación al sospechoso escrutinio de un auditor como la empresa estadunidense KPGM, que solapó los malos manejos contables de firmas como Xerox, Enron y WorldCom, algunos de cuyos ejecutivos están en la cárcel por corruptos.

El desconocimiento que la "pareja presidencial" tiene de la historia de México le oscurece una perspectiva no menos escalofriante: si la señora Marta ganara los comicios presidenciales de 2006, Fox pagaría las consecuencias y se vería obligado, tal vez, a alejarse del domicilio conyugal, porque el triunfo de su esposa reviviría en la memoria colectiva el fantasma de la relección indirecta, esa triquiñuela que a menudo usaban Santa Anna y Díaz para eternizarse en el poder mediante personas interpósitas.

La pelota vasca

OCURRIO EN MADRID el lunes pasado, durante la entrega de los premios de la academia española a los trabajos más destacados del cine ibérico. A la puerta del teatro se hallaba una multitud estridente, gritando consignas y repartiendo pegatinas en contra del director Julio Medem, quien estaba nominado para un Goya al mejor documental de 2003 por su polémica cinta La pelota vasca. Quienes lo injuriaban eran miembros de la Asociación de Víctimas del Terrorismo de ETA.

Sus detractores clamaban contra él porque en su largometraje -una escrupulosa meditación sobre la violencia en el País Vasco- Medem incluyó las voces de todos los actores del conflicto en aquella región, entre ellos algunos dirigentes del proscrito partido Herri Batasuna, considerado por los sectores nacionalistas de España como "brazo político" de ETA. Pese a que el realizador, en numerosas declaraciones públicas, ha externado su rechazo y su condena a los asesinatos cometidos por ETA, la Asociación de Víctimas se encontraba allí para tacharlo una vez más, la enésima, de "cómplice del terrorismo".

A finales del año pasado, Manu Chao, el virtuoso músico franco-catalán que se ha convertido en un emblema de la lucha altermundista, organizó una serie de conciertos a los que invitó como acompañante escénico al artista vasco Fermín Muguruza. De nuevo, la Asociación de Víctimas montó en santa cólera y le impidió actuar en la gira, acusándolo de "cómplice del terrorismo de ETA", pese a que Muguruza, al igual que Medem, ha condenado públicamente y con duros adjetivos tanto a esa organización nacionalista como a sus repugnantes métodos de acción militar.

En la ceremonia de los Goya, por fortuna, no faltaron distinguidas personalidades, comenzando por la presidenta de la academia, que defendieron a Medem por su valentía y su honestidad, matizando que "si bien las víctimas de ETA tienen razones legítimas que todos compartimos, esto raya en el abuso del fanatismo y tampoco se puede permitir".

Julio Medem corrió con suerte, Fermín Muguruza no. Deprimido en grado extremo por la censura del otro nacionalismo, ha decidido renunciar a la música, esto es, a la vocación central de su vida, con lo que la Asociación de Víctimas prácticamente lo ha asesinado en plena juventud, reditando en el plano simbólico la política del ojo por ojo que, como decía Gandhi, no conduce sino a la ceguera, como sucede en Medio Oriente.

La semana pasada, pero en la ciudad de México, el conocido juez Baltasar Garzón trató de encabezar ilegalmente una diligencia judicial con seis detenidos vascos, a quienes el gobierno español señala como "militantes de ETA". Garzón fue expulsado del Reclusorio Norte por la directora de esa cárcel, toda vez que no tenía derecho alguno de participar en la audiencia. Sin embargo, antes de abandonar el país, lógicamente furioso, afirmó que toda la culpa del sainete era de La Jornada, diario que le tendió, dijo, una celada para "cazarlo" en el interior del penal.

Esto, además de ridículo, es falso, como bien lo asentaron las autoridades capitalinas al recordar que ningún juez extranjero puede encabezar un proceso penal en México. Pero al mentir sin empacho, insinuando grotescamente que La Jornada controla una cárcel como aquella, el célebre magistrado emuló con su antojadiza conducta el comportamiento histérico, fanático e intolerante de la citada Asociación de Víctimas de ETA. ƑA qué viene tanta alharaca?

Lo que hace ETA es repugnante -no hay otra palabra para describirlo ni adjetivos suficientes para condenarlo-, pero quienes intentan reducir a eso el complejo problema del País Vasco están ocultando otras cosas en realidad.

Los vascos, me dijo en octubre un analista castellano, "son los más ricos de España; se quieren independizar porque les cuestan mucho los impuestos que le pagan a Madrid y reciben muy poco a cambio. Piensan que les iría mejor si vivieran solos en su propia casa. Pero si esto ocurriera la economía de España se vendría abajo y por eso ni Aznar, ni los socialistas ni nadie quieren negociar con seriedad el tema. Ahora, si algo no le ayuda al País Vasco, ni en ese propósito ni en ninguno, es ETA. Esa aberración tiene que desaparecer".

Al neocolonialismo español, representado por algunas empresas como la petrolera Repsol, en la medida que desea apoderarse de Pemex le da lo mismo si ello acelerara la desintegración terminal de México. A nosotros, por lo tanto, podría convenirnos más que el País Vasco se independizara y la economía de la antigua metrópoli sufriera un reajuste estructural. En lugar de un socio comercial tendríamos dos, pero una España más chiquita sería sin duda menos altanera. Pensémoslo con detenimiento.

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