México D.F. Sábado 7 de febrero de 2004
Se cumple el primer aniversario luctuoso del
narrador guatemalteco
Monterroso forjó su retrato mediante la literatura
y el registro periodístico
''Sé que mis lectores me quieren, con eso me
quedo'', expresó alguna vez a La Jornada
CESAR GÜEMES Y ANGEL VARGAS
A lo largo de varios años la generosidad de Augusto
Monterroso lo llevó a conceder amplias entrevistas para La Jornada
en las que el escritor reveló hechos, datos, anécdotas y
matices que dan cuenta de la complejidad de su pensamiento creativo, de
sus vivencias en torno de las letras y de la conformación de su
personalidad.
Si
se releen sus expresiones del más reciente lustro, se advierte que
el narrador se permitió a sí mismo retratarse mediante la
palabra hablada y el registro periodístico.
Al recuerdo unió siempre, en las conversaciones,
el dato puntual; a la anécdota, la referencia; a la remembranza,
un rizo de humor.
Nacido en 1921, en Guatemala, Augusto Monterroso falleció
en la ciudad de México el 7 de febrero de 2003. Si la mejor manera
de recordar a un autor es leerlo, una variante implica escucharlo, leer
las palabras que pronunció y en las que se describía como
hombre y como creador.
Por esta razón hemos recopilado declaraciones suyas,
hechas a partir de entrevistas con este diario. En la conmemoración
de un año de su deceso, Monterroso está presente del mismo
modo en que lo estuvo siempre: mediante la palabra.
A propósito de sus orígenes literarios,
estableció: ''Me crié en medio de una familia muy literaria.
Mi padre era periodista; publicaba revistas literarias y, naturalmente,
el ambiente que se vivía en mi casa era, en verdad, de locura artística.
Lo mío es una herencia cultural familiar. Para mí los libros
eran alimento de todos los días, desde niño.
''Me formé leyendo mucho a autores griegos y latinos.
Yo era tan pobre que no podía comprar libros en Guatemala. Entonces
me refugié en las bibliotecas públicas, pero éstas,
a su vez, eran tan pobres que sólo tenían libros buenos.
Esa conjunción de dos pobrezas hizo que yo encontrara a los mejores
autores: a los clásicos, porque, repito, las bibliotecas de los
países pobres latinoamericanos no tienen presupuestos para comprar
lo que está saliendo; apenas si pueden conservar lo que poseen.
La misma pobreza me hizo no distraerme en lo nuevo, en lo que está
de moda. Esa es una paradoja, la necesidad se convirtió en un beneficio."
Por una obra literaria artística
En cuanto a las posibilidades para publicar, Monterroso
consideró que en ellas la suerte fue un factor determinante:
''He tenido mucha suerte. Siempre encontré puertas
abiertas en periódicos tanto en Guatemala como en México;
cordialidad, apertura, aceptación; incluso mi primer libro ni siquiera
lo propuse para ser publicado, sino que alguien me pidió que lo
preparara. Nunca anduve con mi libro bajo el brazo viendo quién
me lo editara. He sido traducido a muchos idiomas por iniciativa de los
editores extranjeros. Si eso no se llama suerte, no sé entonces
a qué se le podrá llamar."
Si bien el autor de Viaje al centro de la fábula
aceptaba que en su literatura había permeado cierto compromiso político,
subrayaba que su labor era predominantemente literaria.
''Mis preocupaciones políticas las dejé
siempre para la acción, para las manifestaciones de la calle, para
las adhesiones a causas, pero no puse la literatura al servicio de esto.
La literatura es otra cosa. Por eso tengo cuentos y ensayos con intenciones
políticas, pero fundamentalmente quiero hacer una obra literaria
artística. Si logro a través de lo literario y lo artístico
reflejar una preocupación política, qué bien."
El lapso de publicación entre libro y libro ha
de ser tomado con enorme cautela, decía Monterroso, y explicaba:
''Es un viejo consejo latino. El poeta Horacio aconsejaba guardar lo que
se escribe por lo menos nueve años, a fin de que, con el paso de
ese tiempo, sean otras las circunstancias del escritor para valorar su
trabajo. Por eso mucha gente publica muchas cosas malas, porque lo hacen
todavía con el entusiasmo de lo que acaban de pensar y de escribir.
Y ese entusiasmo es mal consejero. Hay que ver las cosas que se dicen ya
bien fríos, serenos.
''Efectivamente, con el paso del tiempo puede uno ser
buen crítico de sí mismo y decidir si corrige o de plano
rehace lo escrito. El de Horacio es un consejo, desde luego no una orden
ni una prohibición de hacer lo contrario; el que quiera tomarlo
que lo tome. Cuando dirigía talleres literarios, les aconsejaba
a mis alumnos algo todavía más drástico que guardar
sus textos nueve años. Les aconsejaba quemarlos y, ante el asombro
de ellos, decía: sí, quémalo, pero antes sácale
una copia. Depende de cada quien el uso de lo que le aconsejan. No siempre
hay que hacer las cosas. Hay otro planteamiento que dice si se debe escribir
en el momento en que se vive la emoción o esperar y hacerlo en una
forma fría y distanciada. ¿Qué será mejor?
Eso sólo lo puede demostrar el producto final."
Así narró para La Jornada, en su
momento, la historia de Obras completas (y otros cuentos), su primer
libro: ''Se relaciona directamente con Henrique González Casanova.
De hecho yo no quería publicar ese trabajo. Cuando vine a México,
luego de mi exilio en Chile en el 56, fue González Casanova quien
me dio un trabajo en la imprenta universitaria. Me incorporé a la
Universidad Nacional Autónoma de México, desde entonces.
El, luego de un par de años, muy generosamente me ofreció
la posibilidad de editarme un libro de cuentos. Eso me llenó de
angustia porque lo único que yo había publicado eran trabajos
en revistas de escasa circulación y me sabía tranquilo porque
pensaba que pocas personas pudieron leer esos escritos. Pero un libro ya
era algo distinto.
''El caso es que pasó el tiempo y como no se llegaba
el momento en que yo entregara el libro, Henrique me dijo: o me traes el
volumen o te corro. No quería que me convirtiera en burócrata.
Me lo dijo muy en serio, aunque tal vez él no tuviera la intención
de despedirme. Entonces recogí de varias revistas los 13 cuentos
que contiene el libro que finalmente apareció en el 59."
Contacto con la ''vida viva''
La vida cotidiana de un escritor, que se pensaría
aislada del contacto mundano, era para Monterroso el espacio ideal para
incluir la creación literaria. Así lo narró:
"Las jornadas pueden ser muy variadas. No tengo una vida
metódica. Mis días no son iguales unos a otros. Como puedo
ponerme a escribir, tal vez lea o escuche música o quizá
salga a la calle a no hacer nada. O tal vez me dedique a realizar tareas
de la existencia doméstica como ir por el periódico, realizar
pagos en el banco o ir al mercado.
''Pareciera que es una molestia hacer fila en un banco
o buscar la mejor mercancía en un mercado, pero yo lo considero
algo bueno porque me ha mantenido siempre en contacto con la gente de carne
y hueso. Es decir, este tipo de trabajos me gustan porque no me dejan aislarme.
No vivo en una torre de marfil, paso con frecuencia las mismas penalidades
que todos en esta ciudad. Así que aunque sean experiencias muy superficiales,
si se quiere, me ponen en contacto con la 'vida viva', por llamarla así
en oposición a la vida de los libros. En cuanto a la existencia
de escritor, es muy aleatoria."
Augusto Monterroso escribía y guardaba el material
en espera, así lo dejó consignado, ''de que los libros se
formen solos". Y precisamente sobre su trato con las musas nos dijo: ''No
confío del todo en ellas porque son impredecibles, pero sí
creo en las musas y entiendo que representan la inspiración o el
impulso para escribir algo. Las ideas o las ocurrencias que tengo se las
atribuyo siempre a una musa más que a un esfuerzo. Tomo la escritura
como un regalo".
Dentro de su modestia, el escritor decía no saber
cómo se hizo profesional de la escritura: ''Nunca he llegado a saber
cómo se escribe un cuento, por ejemplo, ni un ensayo. Inclusive
le tengo prevención a ese conocimiento. No quiero saber. Tengo el
prejuicio o la superstición de que si llego a saber cómo
se hacen los cuentos, pasaría de ser un artista a un artesano. y
entonces podría hacer uno cada ocho días''.
Si alguna recompensa le dejó la escritura a Monterroso
fue el apego de sus lectores. Para ellos son estas líneas finales,
tan válidas cuando las pronunció como hoy, cuando sus lectores
se multiplican y su obra continúa reproduciéndose:
''A medida que ha ido pasando el tiempo lo he notado,
en primer lugar porque me lo manifiestan espontáneamente. Luego,
porque recibo muchas cartas de gente que no conozco y que me señala
su aprecio. Sé que mis lectores me quieren. Con eso me quedo."
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