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México D.F. Sábado 7 de febrero de 2004
Augusto Monterroso
Libros prestados
Augusto Monterroso dejó Literatura y vida como su libro póstumo. De manera cotidiana y hasta el último suspiro obsequió a sus lectores desde La Jornada, su casa, una sonrisa de inteligencia iluminadora. En estas páginas dio a conocer uno a uno sus libros postreros y sus testimonios vitales. La presencia de Tito Monterroso entre nosotros queda patente en este texto, que empieza a circular en librerías incluido en el último libro de uno de los más grandes narradores en lengua española, que reproducimos en exclusiva con la autorización de Alfaguara
EEl antiguo y socorrido tema de si los libros deben o no prestarse no es muy interesante: creo que todos estamos de acuerdo en que los que se prestan están por ello mismo condenados a no volver jamás. Sin embargo, mi propósito en esta ocasión no es insistir tediosamente en semejante tópico, sino realizar un experimento del que espero algo, aunque no sé muy bien qué.
Quizá en otro orden de cosas, durante sus años de gran éxito, el entonces popularísimo periodista y escritor colombiano José María Vargas Vila (1860-1933) hacía imprimir en alguna página de sus libros, mutatis mutandis, el siguiente llamado: ''Lector: si este libro no te gustó, no lo prestes, pues estarías haciendo un daño a tu prójimo; y si te gustó, tampoco lo prestes, pues estarías haciéndome un daño económico a mí". Si sus miles de lectores atendieron en una u otra forma este pedido, será siempre un misterio; pero tal vez el escritor sólo sea recordado hoy por esas líneas.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XX presté con verdadero gusto tres obras en idioma inglés a otros tantos queridos amigos interesados en ellos (por ahora no mencionaré sus nombres; pero sí daré algunos indicios acerca de los libros y sus autores, a fin de que más tarde aquéllos no puedan llamarse a engaño).
El primero es, Ƒo debería decir ''era"?, el relato Kappa, del enloquecido y suicida (a los treinta y cinco años) cuentista japonés Ryunosuke Akutagawa, a quien algunos quizá recordarán no por haberlo leído sino por haber visto, estoy seguro de que no sin asombro, la película Rashomon, basada en un cuento suyo del mismo título. Kappa, creo recordar, constituye una fantasía al estilo de las de Jonathan Swift (necesito mi libro para confirmar si esto es así o no) o de alguien similar, si es que alguna similaridad es posible tratándose del creador de los Viajes de Gulliver. El segundo se titula(ba) sencillamente New York, un retrato vívido y personal de esta ciudad, del dramaturgo y narrador irlandés Brendan Behan, el inolvidable y rebelde autor de unas memorias de prisión tituladas Borstal Boy, por el nombre de la cárcel dublinesa en la que en su juventud pasó algún tiempo, y cuya existencia estuvo parejamente determinada por la bebida y el buen humor. El tercero es, o fue, How to Read a Book, del ensayista y educador estadunidense Mortimer J. Adler, que representa una verdadera mina para todo aquél que en un momento dado quiera presumir de sabio, pues, entre otras cosas relacionadas con la actividad y el arte de la lectura en diferentes niveles, en sus páginas trae recomendaciones de las cien principales obras del saber universal, desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días.
Como tengo la sospecha de que mis amigos leen el mismo diario que yo, he decidido hacer esta prueba para confirmar dos o tres cosas: 1) Si efectivamente leen este periódico; 2) si, en caso de que sí lo hagan, me leen a mí; y 3) si, por extemporáneo que pueda parecerles, están todavía dispuestos a honrar su palabra y cumplir lo que casi de rodillas (bueno, Victor Hugo dice en Los miserables que hay situaciones en la vida en que cualquiera que sea la postura que el cuerpo adopte el alma está de rodillas) me prometieron cuando les confié parte de mis tesoros.
Debo declarar, como prueba de la paciencia con que hasta hoy me he conducido, que el más cercano de estos préstamos tuvo lugar hace no menos de veinte años, y el más lejano unos treinta.
En el entendido de que por lo general el ser humano no aprende, hace apenas un lustro (y cuatro meses) presté a otro amigo más un volumen suelto, bastante difícil de conseguir en nuestras librerías, del doctor Samuel Johnson (suficientemente conocido como para cometer aquí la torpeza de explicar de quién se trata), lo que consigno en passant con la ilusión de no tener que soportar la misma espera que en los otros casos, cosa prácticamente imposible si se piensa en la edad de unos y otros.
Sólo me resta añadir que si por cualquier circunstancia mis amigos no responden en forma concreta a este requerimiento, en próximas entregas comenzaré a hacer someras descripciones de su físico (el actual), de sus actividades profesionales y de algunas de sus (otras) manías, antes de publicar sus nombres acompañados de retratos hablados bajo el letrero de SE BUSCA.
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