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México D.F. Sábado 7 de febrero de 2004

Leonardo García Tsao

Conclusiones de Bangkok 2004

Los festivales de cine asiáticos cuentan poco en el panorama internacional por una sencilla razón: quedan muy lejos. Concluido el pasado fin de semana, el segundo Festival Internacional de Cine de Bangkok tuvo entre sus objetivos algo fundamental: propiciar el mercado entre el cine occidental y el oriental, y así cerrar de cierta forma las distancias.

El haber participado como uno de los programadores, bajo la nueva administración encabezada por el estadunidense Craig Prater, ciertamente me da una perspectiva parcial sobre el festival. Pero no impide apreciar el potencial del evento, sobre todo ahora que el festival de Tokio ha perdido su impulso inicial.

Patrocinado por la Oficina de Turismo de Tailandia y la aerolínea Thai Airways, el festival enfrenta un problema de logística por las características de Bangkok. Tratándose de una ciudad sobrepoblada y afligida por un tráfico aún más cargado que el chilango (si tal cosa puede concebirse), el desplazamiento a las diversas salas se volvía un asunto de paciencia. Dado que tomar un coche puede llevar más de hora y media, la opción más viable para los asistentes era recurrir al llamado Skytrain, un tren elevado que reducía el tiempo de recorrido a la mitad, por lo menos. Para ello, ayudó mucho la entusiasta labor de un enorme contingente de voluntarias jóvenes, que servían igual de intérpretes o guías de turistas.

Otro fenómeno es común a muchos otros países, por desgracia. La gente estaba más interesada en ver cine estadunidense que de cualquier otra parte del mundo (incluyendo el propio país). Los primeros días, las únicas películas que agotaron las localidades fueron Perdidos en Tokio y 21 gramos. A la vez que el diario The Bangkok Post se quejaba de la ausencia de estrellas hollywoodenses el día de la apertura. No importaba que la película inaugural, Tawipop, de Surapong Pinijkhar, fuera tailandesa y que sus dos actores principales estuvieran presentes. El acondicionamiento de los medios mundiales al culto a la celebridad gringa es un vicio difícil de superar, incluso en un festival como el de Cannes. Menos mal que al final del evento asistieron el cineasta Oliver Stone y los actores Colin Farrell y Val Kilmer. Ya los medios pudieron contentarse.

Como programador del cine hispanoamericano del festival pude constatar el interés de espectadores extranjeros, occidentales sobre todo. La concurrencia tailandesa fue escasa, cosa que quizá se explica por el hecho de que las películas sólo estaban subtituladas al inglés. Si bien el público tardó en acostumbrarse a la idea de ver cine desconocido, en los últimos días películas como Dependencia sexual, del boliviano Rodrigo Bellott; Nicotina, del mexicano Hugo Rodríguez, y El nominado, cinta chilena del binomio argentino Nacho Argiró y Gabriel López, registraron llenos en sus funciones. El interés por las cintas se confirmaba por la permanencia de una mayoría de los espectadores a la posterior sesión de preguntas y respuestas con el director. (Cabe mencionar las espléndidas condiciones de proyección en salas recién estrenadas. Tanto Argiró como Rodríguez comentaron no haber visto antes sus propias películas bajo similares condiciones de nitidez de imagen y sonido).

El punto más importante del festival no fue su competencia sino el exitoso desempeño del mercado del cine. A la convocatoria del festival asistieron 597 representantes de 198 compañías distribuidoras de 28 países, tan complacidos como los otros invitados por el carácter hospitalario y amable del entorno.

Aun cuando se tiene pensado un cambio de fecha para el festival de Bangkok -a fines de enero coincide con Rotterdam y Sundance, y queda muy cercano a la Berlinale-, el resultado de este año ha sido propicio al crecimiento. Por lo pronto, el festival -a diferencia de muchos otros- reúne las condiciones necesarias para lograrlo: infraestructura turística y cinematográfica, una saludable industria local (en diferentes secciones, se proyectaron 14 largometrajes tailandeses), un fuerte respaldo económico por parte de las autoridades y una paridad de moneda increíblemente favorable para el extranjero (aun para un mexicano). Así, Bangkok podría convertirse en un afortunado punto de encuentro entre los cines de oriente y occidente.

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