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México D.F. Domingo 8 de febrero de 2004
ENTREVISTA / JULIETA CAMPOS,
ESCRITORA
''Saber escuchar a los muertos permite entender a los
vivos''
EN CUBA SE HA PRETENDIDO CANCELAR EL PASADO, SOSTIENE
LA PROSISTA
En La forza del destino (Alfaguara, 2004), su
más reciente novela, la autora revisita en tres tiempos cinco siglos
de historia en la isla, al tiempo que descubre la saga de sus antepasados
en el mismo lapso. destino y tiempo son los grandes protagonistas.
ELENA PONIATOWSKA
Impresiona que un autor diga que ha escrito la obra de
su vida. Julieta Campos pone en nuestras manos su vida y la de los que
hicieron posible que ella estuviera sobre la tierra, Se remonta a cinco
siglos hilvanando historias de antepasados que entretejieron las suyas
con la isla de Cuba. Nacer en Cuba no es cualquier cosa. Es especial. Julieta,
dulce, lúcida, amorosa, también es especial. En 1995 nos
dio un gran ensayo, ¿Qué hacemos con los pobres?,
publicado por Aguilar, basado en su experiencia en Tabasco como esposa
del gobernador Enrique González Pedrero. Entonces Julieta viajó
incansable y empujó a los más pobres, los más abandonados,
los más pequeños (como los llama el subcomandante Marcos),
y quiso ayudarlos a partir de sus propias necesidades. Nunca les impuso
un modo de vida. Que ellos dijeran, que ellos pidieran, que ellos fueran
los dueños no sólo de sus casas, sino también de su
cuerpo y su destino. Ahora nos entrega los muchos años (más
de 20) de reflexión en torno a lo que nos atañe a todos:
el destino.
-Es la primera vez, Julieta, que escribes una novela de
tal envergadura, 784 páginas; tu primer capítulo, "El día
en que se instaló la neblina", es muy distinto a tus anteriores
novelas: Muerte por agua, Celina o los gatos, Tiene los cabellos rojizos
y se llama Sabina y El miedo de perder a Eurídice. ¿A
qué se debe este cambio?
-Este,
Elena, es el libro de mi vida. Quiero decir que es la suma de mi aprendizaje
de la vida. Es, además, una reconciliación con mis orígenes,
con esa otra parte de mi identidad escindida que me remite a Cuba. Acuérdate
que en los textos que mencionas espacio y tiempo están entre paréntesis:
no ocurren en ningún sitio definido y el tiempo está encapsulado,
en suspenso. En La forza del destino ocurre todo lo contrario: el
tiempo es el gran tema; la pequeñez, el desamparo y la grandeza
de los humanos frente al tiempo. Se suceden las vidas y las muertes de
14 generaciones.
''El destino y el tiempo son los dos grandes personajes,
o motivos, en torno a los cuales gira el libro. La palabra destino, con
muy diversas acepciones, se repite una y otra vez a través de la
novela. Y si me preguntas qué entiendo por destino, no podría
darte una sola respuesta. Es una palabra llena de ambigüedades y,
sin embargo, encuentro que dice muchísimo.
''Es ese imponderable lo que nunca podemos acabar de explicar,
lo que no puede razonarse, lo que parece regir nuestras vidas y nuestras
mentes más allá de toda lógica. El destino
es algo que los humanos sentimos pasar sobre nosotros, sin haber podido
racionalizarlo jamás. Por eso el título: La forza del
destino (que alude, figúrate, a la ópera de Verdi); el
destino, el despiadado e insensato destino, el caprichoso destino, hace
y deshace las vidas de los individuos y de los pueblos. Es oscuro, como
la noche del verso memorable de Martí: oscuro por insondable.''
La vida es dulce y feroz
-Eso quiere decir que ha variado mucho tu noción
de la vida, tu noción de cómo nos insertamos en el mundo,
y de ahí que la forma, la estructura de aquellos libros sea tan
distinta a la de éste.
-En el breve lapso de cada vida cumplimos un destino o
pretendemos burlarlo. La vida es esa breve rendija de luz que, como dice
Nabokov en Habla, memoria (lo cito, ya lo has visto, al principio
del relato), se abre entre dos eternidades de tinieblas: todo lo que fue
antes y todo lo que será después. La vida es fascinante y
abigarrada, dulce y feroz. Lo que me propuse fue atrapar algo de esa sustancia
efímera, huidiza, que no cesa de transcurrir. Pero de una manera
muy distinta a como intenté hacerla en aquellos libros de los años
70: aquellos evadían la narración, la anécdota, la
construcción de personajes. Esta es una novela en el sentido tradicional
de la palabra, casi diría yo en la acepción decimonónica,
con muchos personajes densos, en tres dimensiones, que no se parecen a
los personajes deconstruidos de aquellas ficciones. Si se tratara de pintura,
yo te diría que éste es un cuadro figurativo y aquellos eran
cuadros abstractos.
Cinco siglos de saga personal
-¿Cómo pudiste abarcar cinco siglos de tu
saga personal (la familia de la Torre) y de la historia de Cuba? Utilizas
la frase de Michelet: Doucement messieurs les morts, procédons
par ordre sil vous plait (Despacio, señores difuntos, procedamos
en orden por favor), ¿es porque recurres a los muertos para hablar
de los vivos o porque te remontas al pasado?
-Todo lo que ha sido, de alguna manera sigue siendo. Mañana
empezó hace mil años, como alguna vez sugirió Faulkner.
Y yo descubrí de repente que tenía tantos recuerdos como
si hubiera cumplido 500. La novela abarca cinco siglos. Y sí, tienes
razón, los muertos siguen hablando, y los rumores que encierran
los archivos no son rumores de muerte sino de vida: toda esa vida está
encerrada en los viejos papeles en espera de que llegue alguien y le insufle
oxígeno, vuelva a animarla. Eso fue lo que pretendí hacer.
A veces saber escuchar a los muertos nos permite entender mejor a los vivos.
''Y, tratándose de Cuba, eso resulta especialmente
válido, porque allí se ha pretendido cancelar el pasado,
como si la historia hubiera empezado el primero de enero del 59. Como lo
ha visto certeramente ese joven historiador cubano tan lúcido que
es Rafael Rojas, se ha escamoteado el legado espiritual de la nacionalidad,
haciendo una lectura jerárquica y autoritaria del pasado.
''Yo he buscado hacer audibles, a través de tantísimos
personajes, a lo largo de cinco siglos, todos esos discursos que alguna
vez habitaron la isla y que una voz autoritaria -la voz de un dictador-
ha pretendido silenciar.''
Las primeras 70 páginas, una obertura
-Empiezas tu novela con un: "Me llamo José Lezama
Lima", y sigues con Máximo Gómez, luego José Martí,
María Zambrano y un sinfín de personajes, como Cabrera Infante,
Eliseo Alberto, Carlos Aldana, Fidel y Raúl Castro, Silvio Rodríguez,
Pablo Milanés, Celia Cruz, Daniel Alarcón (quien estuvo en
Bolivia con el Che y nunca entendió qué habían
ido a hacer los cubanos al Congo) y Senel Paz; entre otros, cuentas del
niño de 17 años en la Sierra Maestra, que robó una
lata de leche condensada y tres tabacos y que Fidel mandó fusilar.
¿Es el tuyo un afán totalizador por contar la historia de
Cuba a través de los hombres y los acontecimientos que te han impresionado?
-Las primeras 70 páginas introducen, como una obertura,
al relato que se desenvuelve en tres tiempos, y que quizá tiene
algo de musical, de sinfónico. Varias veces se sugiere que la narradora
escucha una melodía, generada por el vaivén del oleaje que
mece a la isla. En ese coro inicial hablan muchísimas voces, de
vivos y de muertos, que emergen de la densa neblina que envuelve a la isla,
que la sustrae del tiempo y la mantiene enclaustrada entre muros de agua.
''Sí hay un afán totalizador de narrar la
isla, de contarla contando las historias de una familia que fue de las
fundadoras, de las que llegaron en los albores del siglo XVI. Un personaje
fundamental es el sabio naturalista que, rearmando el esqueleto del Megalocnus,
cuyos restos encuentra en el fondo de un barranco, demuestra la unión
de la isla al continente en la era del pleistoceno. Ese personaje muere
en vísperas de la revolución de 1959. Una lluvia de estrellas
parecería anunciar, la noche de su muerte, buenos augurios.''
-Al escribir este libro, ¿has viajado a ti misma?
¿Es como un gran sicoanálisis?
-Yo no diría que sicoanálisis, pero sí
ha sido una extensa y profunda navegación interior y un viaje al
fondo de esa noche que se fue poblando de vidas mucho antes de que yo abriera
los ojos por primera vez, de que yo entrara en la escena. Escribiendo esta
larga "leyenda de los siglos", descubriendo y reinventando a quienes me
precedieron en el sigilo de los años, me fui redescubriendo, fui
articulando lo que -de una manera oscura y sin saberlo- se había
ido sedimentando dentro de mí como una intuición acerca de
la vida, del amor y de la muerte. La escritura sacó eso a flote.
A mí nunca me había sucedido con semejante intensidad.
-Te diriges a Caracolito. Obviamente ese Caracolito eres
tú, Julieta Campos, ¿o quién es Caracolito y quién
es Julieta Campos?
-Sí, efectivamente, ese Caracolito a quien le habla
Lydia Cabrera, en el coro que abre el relato, soy yo. Hace más de
20 años, cuando este libro era apenas un proyecto, empecé
a escuchar sistemáticamente a cuanto cubano se me cruzaba en el
camino. Así recogí testimonios de mucha gente que vivía
en Cuba y pasaba por México, o que vivía en el exilio. En
1981 me encontré en Miami con Lydia Cabrera, la gran estudiosa de
las culturas afrocubanas. Ella había conocido a mi tío abuelo,
el naturalista, ese ser que marcó mi infancia y que se volvería
uno de los personajes de este libro. Cuando Lydia me dedicó El
monte y otros libros suyos, me apodó Caracolito, por el tío
abuelo que fue malacólogo. Y me dijo: "esta bien que escribas ese
libro, Caracolito. Ahora que hasta el pasado nos quitaron''.
-Citas a Joan Didion diciendo que Miami es Cuba, pero
descolorida, ¿crees que sea cierto? ¿No es Miami muy distinta
a Cuba?
-Es una Cuba borrosa y pálida, como lo dice la
propia Lydia, y Reynaldo Arenas, a quien también conocí en
aquel viaje, y ese otro personaje entrañable que tiene más
de 80 años y dice en el coro palabras que remiten a otras, muy parecidas,
de la más remota abuela, de María de la Torre. No, Miami
no es Cuba, por supuesto. Es un extraño enclave, a la vez plano
y ruidoso, lleno de contradicciones y de gente de toda índole, cuyos
vínculos con la memoria de Cuba recorre una gama muy llena de claroscuros.
-¿Con qué escritor y con qué poeta
cubano sientes mayor identificación?
-Con Eliseo Diego. El toca un diapasón de lo cubano,
de la cubanía, que me es muy próximo. Guardo en mi estudio
un poema suyo, que me dedicó, y una carta, enmarcados, por miedo
a que, con el tiempo, se desvanezcan.
En México he hecho mi vida adulta
-¿A
qué edad saliste de Cuba? ¿Por qué crees que te ha
marcado?
-Conocí a mi marido en París y allí
me casé, como tú sabes. Vine a México sin conocer
este país y lo adopté muy pronto. Yo tenía poco más
de 20 años; en México he hecho mi vida adulta y aquí
empecé a escribir en serio. La muerte de mi madre, de mi padre,
de mis tíos en La Habana, en circunstancias tristes, pocos años
después del comienzo de la revolución, me dejaron una inmensa
sensación de pérdida. México me ha dado tanto que
tengo ahora dos identidades. La cubana se había quedado soterrada,
quizá por un mecanismo de autodefensa, durante décadas. Pero
la melodía de este relato empezó a rondarme hace más
de 20 años. Sin embargo, pospuse la escritura de este libro para
saldar antes mi deuda con lo mucho que he recibido de México. Por
eso antes escribí ¿Qué hacemos con los pobres?
Después de aquel libro pude disponerme a entrar de lleno en
esta larga navegación: siete años me tomó escribir
La forza del destino.
-Juan Soriano (el autor de los dibujos que dividen los
tres tiempos de La forza del destino), además de amigo entrañable
un muy buen lector, me dijo de tu novela: ''Las páginas que leí
me confirmaron en mi certeza de que es una gran escritora, una mujer de
una originalidad muy personal, una mujer que no sólo da la vida
sino vive la vida. Es un libro distinto, vital, lleno de melancolía".
¿Cómo te ves a ti misma en tu escritura?
-Juan me ha dicho que hay algo que "vibra" en esta novela,
que es lo que lo incita a seguir leyendo. Aprecio mucho ese comentario,
porque no sólo es un gran lector, sino también siempre dice
lo que se le ocurre y no se anda con cortesías.
''En cuanto a cómo me veo yo, o me leo, confieso
que esta novela me gusta mucho, más que todo lo que escribí
antes. La he releído muchas veces. Marguerite Duras dice que uno
debe leer en soledad el libro que ha escrito, enclaustrado en el libro.
Yo lo hice muchas veces después de darlo por terminado. Me costó
desprenderme, arriesgarme a compartirlo, entregarlo a la lectura de otros
ojos. Uno siente con el texto un vínculo muy elemental, muy arcaico,
como con el primer objeto de amor, que es la madre. Y más con este
libro, que reconstruye los rostros y las voces de 14 generaciones que conducen
a mi madre.''
Son muchos los que ven a Cuba con el corazón
-¿Crees que son muchos los cubanos fuera de la
isla que pueden verla con su corazón?
-Creo que muchos la ven con el corazón, sobre todo
la generación que nació en Cuba y conserva la añoranza
y, a veces, cierta melancolía. Me refiero a los que siguen sintiendo
más la pérdida espiritual que cualquier pérdida material.
Para la primera generación del exilio todo fue muy dramático:
para gente como Lydia Cabrera, o esa prima de mi madre que acaba de morir
en Miami, con toda la memoria a cuestas y sin haber vuelto a Cuba.
-Al hablar de tu antepasado Juan de la Torre hablas de
Compostela, Granada, Sevilla, Toledo y otras partes de España. ¿Tu
estancia en España como esposa de Enrique González Pedrero,
embajador de México, te ayudó a recuperar ese pasado español?
-Sí. No sólo tuve la oportunidad de encomendarle
a alguien, que hacía su doctorado en la Complutense, que escarbara
en archivos de Valladolid y de Simancas, y que encontró viejos documentos
que fueron la clave de bóveda para armar la estructura del libro.
También me impregné de la atmósfera de esas viejas
ciudades españolas que luego aparecerían en la novela. Y
creo que aprendí a descifrar algo de la memoria y la desmemoria
de España. Y eso me permitió escribir muchos capítulos
del ''Primer tiempo''.
-Cuentas la historia de cada una de las generaciones de
tu familia y en cada una destacan las mujeres y las tratas con especial
cariño, ¿es porque te identificas más con ellas que
con los hombres?
-Los personajes femeninos, como los masculinos, fueron
cobrando cuerpo y alma a medida que se iba escribiendo el libro, contagiados
por la llama de pasión, y el mandato contradictorio, que emana de
la primera abuela, una mozuela que se enamora de su primo en medio del
océano, navegando hacia Cuba en los mil quinientos sesenta y pico.
El alma de María de la Torre, un personaje de mucha fuerza creo
yo, la sobrevive a lo largo de todo el ''Primer tiempo''. Y esa fuerza
y esa pasión marca en especial a las mujeres de la familia, pero
también a algunos de los hombres. El mandato de María, que
tiene que ver con el amor, es interpretado en un sentido absolutamente
contrario al que tuvo en un principio por otro personaje femenino que,
en el siglo XX, le da toda la vuelta. Y antes también contraviene
el mandato Carmen Zayas Bazán, la mujer de Martí, una mujer
que procede de una de las ramas del tronco fundado por María de
la Torre. Esa historia de amor también es contada en el libro, donde
procuré rescatar al personaje que es ella, porque las historias
oficiales la tratan mal y se quedan con el personaje marmóreo de
Martí, sin ir más allá.
''Sin embargo, también me compenetré mucho
con varios personajes masculinos, en especial con el abuelo y el tío
abuelo de la narradora, que aparecen en el 'Segundo' y el 'Tercer' tiempos.
Me acuerdo de Emily Brontë asegurando: 'Yo soy Heathcliff'. O de Flaubert
sugiriendo: 'Madame Bovary soy yo'. Toda proporción guardada, por
supuesto.''
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