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México D.F. Domingo 8 de febrero de 2004

Además de los riesgos que vive todo microbusero, enfrentan menosprecio y acoso

A contracorriente, 47 conductoras integran el programa Mujeres en Ruta

He tenido que romper muchos mitos, dice Margarita Tinoco, con 23 años en el oficio

LAURA GOMEZ FLORES

La necesidad económica, la falta de oportunidades para incorporarse a un empleo bien remunerado o simplemente el gusto de enfrentarse todos los días al peligro y ganar espacio a los hombres, condujo a un grupo de 47 mujeres a demostrar sus habilidades para conducir un microbús y ganar alguna de las vacantes ofrecidas por el gobierno capitalino.

En su mayoría son madres solteras o divorciadas, aunque no faltan las jóvenes solteras que carecen del apoyo de sus padres para continuar sus estudios y se ven en la necesidad de emplearse en "lo que sea".

A diferencia de la mayoría de las integrantes del programa Mujeres en Ruta, Margarita Tinoco Villagómez conduce un microbús desde los 17 años, cuando esa actividad se convirtió en su modus vivendi y tuvo que romper con muchos mitos, como el de que se trata de un trabajo exclusivamente para hombres y ella no era capaz de soportar un ambiente adverso, de constante acoso y burlas, lo cual ha superado con el paso del tiempo.

Sin embargo, después de trabajar 23 años en la Ruta 2, que corre de Indios Verdes al Zócalo, no ha podido contar con una unidad de manera permanente, porque "ninguno de mis compañeros está dispuesto a dejar su trabajo, y menos en este tiempo, por lo que mi hija y yo vivimos de los ahorros logrados durante el año, lo cual quiero que cambie".

Recuerda que al principio, la gente que subía al microbús y sus compas la veían con desdén, pensando que no tenía las aptitudes para conducirlo y enfrentar, por ejemplo, un asalto, pero "se han dado cuenta que sí puedo y lo he demostrado por lo menos en ocho ocasiones. Una de las veces me quitaron mi chamarra, comprada con las cacharropas (monedas de baja denominación) que los de la ruta me regalaron. La vida de una microbusera no es fácil, sobre todo porque persisten ideas machistas, pero ahí vamos y no tenemos otra opción para sobrevivir".

Al igual que Jaqueline Gallegos, las demás se inscribieron en el programa para ahorrarse los mil pesos que les cuestan la  licencia-tarjetón por tres años y los cursos de capacitación, con la ilusión de manejar una unidad de manera permanente en alguna de las ramales más rentables de la ciudad, como son las que van por Reforma e Insurgentes, para satisfacer sus necesidades y ahorrar algo para el futuro.

El ingreso de Jaqueline al medio fue también a los 17 años, cuando convenció a su padre de que le "rentara" uno de sus micros, que circulan en la Ruta 41, de la estación Miguel Angel de Quevedo del Metro al Pedregal de San Nicolás Totolapan, para "tener mi dinero y comprarme lo que deseaba, y después para ayudar a la manutención de mi casa, porque contraje matrimonio muy joven".

La muerte de su esposo, unos años después, y la necesidad de sacar adelante a sus tres hijos, la obligaron a dejar sus estudios y continuar en la ruta, "enfrentando el miedo y el peligro al que diariamente nos exponemos, así como el acoso sexual de algunos compañeros, pero al darse cuenta que no existe ninguna posibilidad conmigo, ceden en sus intentos. A mis dos hijos les da pena que yo trabaje en un microbús, mientras para mi hija es un orgullo, pero no quiero que mi pequeña, de 12 años, intente seguir mis pasos", expresa.

La invitación a las mujeres a incorporarse como conductoras del servicio público colectivo de pasajeros llevó a María de los Angeles Mota, de 54 años, a inscribirse, para ayudar en el pago de la operación que requiere su nieto y "ser útil, pues a la gente de la tercera edad es difícil que la contraten", pese a la experiencia adquirida a lo largo del tiempo.

Una situación similar condujo también a Celia Candelaria Ventura a "lanzarse al ruedo" y aspirar a ocupar alguna de las 100 vacantes ofrecidas por las autoridades capitalinas y los representantes de las rutas 1 y 2, cuyas unidades circulan por Paseo de la Reforma y avenida Insurgentes. Ella dice que quiere ayudar a su esposo con los gastos de la casa y evitar que sus hijos abandonen la escuela. "No quiero que ellos terminen de obreros o lavando carros, como yo lo hice. No es vergonzoso, pero merecen un futuro mejor, y sólo lo lograrán con el estudio, por eso no me importa tardar horas en trasladarme desde Iztapalapa hasta los lugares donde se realizan los cursos de capacitación y los exámenes médicos, aunque tengo que pichicatear los 20 pesos que tengo para el pasaje y mi comida", señala.

Mientras, para Sandra Escutia García, de 19 años, esta oportunidad es única, luego de más de un año de tocar puertas en el Distrito Federal y en San Luis Potosí, sin éxito. Considera que tiene las "agallas" para proteger a los pasajeros en caso de un asalto o un siniestro, y "enfrentar el acoso sexual, porque muchos hombres nos ven como un objeto para divertirse y rechazan la posibilidad de que nos convirtamos en una competencia real".

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