México D.F. Viernes 13 de febrero de 2004
En la feria del sexo, más ilusión
que realidad
Nada nuevo que no se halle en otro lado, sentir de decenas
de asistentes
MIREYA CUELLAR
El gesto colectivo es de ansiedad. Por cada 40 o 50 varones
que hacen fila para entrar hay una mujer. "¡En 10 minutos abrimos!",
dice uno de los uniformados que se encargan de mantener a todos en orden.
Los primeros de la fila llegaron a las 11 de la mañana. Por eso,
cuando las puertas se pliegan, entran casi en tropel. Se atropellan en
la entrada del pabellón y, sin más, van sobre la estantería
y toman lo primero con que se topan. Es una revista que en grandes letras
rojas dice "sexo".
Los
rostros ansiosos siguen buscando entre cómics porno y condones sabor
chocolate. En las miradas hay casi angustia. Los asistentes parecen querer
que, por arte de magia, en alguna de las mesas o los anaqueles los esté
esperando el secreto del placer.
Los polvos y aceites que se ofrecen en lindas cajas decoradas
con motivos del Kamasutra son los mismos que están en las góndolas
de los centros comerciales. Las revistas tampoco consiguen saciar el ansia,
ni siquiera porque precisamente ésta sale por los ojos.
La multitud en avalancha sigue buscando. Los condones
texturizados, los de sabor canela o vainilla; las cremas que se pueden
comer -porque están hechas con base en germen de trigo-; los lubricantes
y hasta los consoladores y las vaginas de látex, son los
mismos que se encuentran en cualquier sex shop de la Zona Rosa.
Así que las sexy gomitas, típicas
en las despedidas de soltera, resultaron ser el mejor souvenir de
la exposición Sexo y entretenimiento, que ayer se inauguró
en el Palacio de los Deportes con más expectación que resultados
para el público asistente.
Julia Taylor, la porno star más publicitada
de esta feria, recibió al primer grupo con una sonrisa que mostraba
su mucho oficio, pero también con mucha ropa, para disgusto de los
caballeros. La minifalda y las medias caladas, acompañadas de poses
sugerentes, provocaron algunos chiflidos. Sólo cuando se caracterizó
como Cleopatra -con la utilería que usa en la película del
mismo nombre- se armó el remolino. Por 60 pesos y más de
una hora de fila, algunos consiguieron una fotografía con la joven
húngara.
El que estuvo a reventar fue el table. Los de este
local tuvieron que bajar los precios -de 160 a 100 pesos- para que los
primeros se animaran. Es que ya todos habían pagado 140 pesos sólo
por entrar al recinto y pensaban que los espectáculos que se darían
dentro de la feria serían gratuitos. Pues no. Para ver a las chicas
bailar casi desnudas y tomarse un trago tuvieron que volver a pagar. Porque,
eso sí, nadie podía estar adentro sin consumir.
Los chicos del espectáculo Sólo para mujeres
improvisaron una probadita en uno de los templetes públicos,
colocados en los pasillos, porque su espacio estaba casi vacío.
Pocas mujeres se animaron a pagar 100 pesos para ver a Pascal mover sensualmente
la cadera y finalmente quedar en tanga.
"¡Oye, es increíble la cantidad de gente
morbosa!", comentaba una chica mientras caminaba por uno de los pasillos
donde se exhibían lencería y estolas de muchas plumas. "Y
tú, ¿por qué estás aquí?" "Por lo mismo",
respondió Luisa y soltó la carcajada. Su novio, que caminaba
a su lado, apuntó: "pensaba que ella era la única morbosa".
En
la entrada del único pabellón acondicionado para la exposición
y venta, tres estudiantes del cuarto semestre de la carrera de comunicación
tenían cara de aburridas. "No tiene nada de innovador", decía
una; "es machista", se quejaba otra.
Ocurre que no hay, como a muchas mujeres les hubiera gustado,
la misma atención para ellas que para ellos. Hasta en el más
pequeño de los espacios comerciales había una chica guapa
que se empeñaba en atender al público masculino. No había
varones sugerentes mostrando condones. Pero, además, se cansaron
de las burlas y de las más de cinco veces que tuvieron que sacar
su credencial de elector para demostrar que eran mayores de 18 años.
Nada que el lector no haya visto antes. Y algunos trataban
de calmar su desilusión con presuntas disquisiciones. "Yo vine porque
quería saber qué es el sexo en México, estamos medio
tapados. Los casados quisiéramos conocer ciertas cosas, ¿usted
sabe?, para sorprender a la esposa".
La exposición abrió a las dos de la tarde
y a las cinco sus pasillos eran ya como un vagón del Metro en hora
pico. Todo un éxito para los organizadores. El público tempranero,
casi todo masculino; hacia la tarde, compañeros de oficina y grupos
de mujeres jóvenes que bromeaban en cada parada. Los consoladores
de vidrio con distintos contornos mataban de risa a más de una.
El único espacio vacío era el del médico
Alex Antonio Rico, contratado para resolver dudas sobre temas sexuales.
Nadie vino aquí a buscar consejos. De la muchedumbre que se congregó
en el Palacio de los Deportes sólo 25 personas se acercaron a preguntar
sobre anticoncepción. Casi todas parejas y únicamente tres
hombres "solos".
El local de Boys & Toys, revista para gays
que edita Gabriel Gutiérrez, tiene también poco público,
aunque no tan escaso como el del médico. Los varones voltean la
mirada cuando se topan con el enorme cartel donde se esconde un bultito
tras un muy escaso pantalón corto.
"Le tenemos pavor a la industria erótica... la
gente cree que no somos legales", explicaba Gabriel Gutiérrez, sorprendido
porque la única revista para lesbianas que se edita en México
no está presente en la exposición. Tampoco hay instituciones
oficiales como Conasida, se queja, pero también dice que "ya es
un triunfo que todos los que se dedican al sex shop estén
aquí".
Al que no le calentaba ni el sol era a Juan Carlos. "Para
el precio que cobraron se me hace un fraude... no se requería amplio
criterio para entrar, es sólo una enorme tienda de condones, con
la diferencia de que en la Zona Rosa no me cobran por entrar", decía
mientras abandonaba el pabellón.
El, como muchos, escuchó la publicidad y la controversia.
Imaginó que alguien, quién sabe quién o cómo,
allá adentro, entre la estantería del Palacio de los Deportes,
le descubriría el secreto del placer.
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