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México D.F. Domingo 15 de febrero de 2004

MAR DE HISTORIAS

Cortina de humo

Cristina Pacheco

"Podemos levantar una cortina de flores entre la sección de los buenos y la de los malos. Se verá muy bonita y resultará muy original", dije sin propósito de burlarme o de enfurecer aun más -si esto fuera posible- a Marilyn. Mi amiga agitó los puños en el aire. Creí que iba a golpearme. De haberlo hecho me habría causado bastante daño, considerando que lleva seis anillos en la mano, incluido el de compromiso.

Vino a mostrármelo hace dos meses cuando empezaron, ya en serio, los preparativos de su boda. "La piedra es natural. Se llama..." Entiendo que entre las muchas emociones que la sacuden, Marilyn no haya logrado memorizar el nombre de la joya que adorna su sortija.

Cuando me la enseñó encajaba perfectamente en su anular. Ahora le nada. Teme perderla y, para evitarlo, se ha puesto una argolla que le sirve de retén. Espero que el truco siga surtiendo efecto hasta el día de la boda, a principios de marzo. Si antes de esa fecha no se arregla el conflicto entre "los buenos" y "los malos", Marilyn seguirá adelgazando y la argolla-retén no evitará el extravío del anillo.

La sortija está en peligro también por los conflictos suscitados entre Christopher y Marilyn. Sin deberla ni temerla -como dice- ella representa los intereses de "los buenos" y Chistopher el de "los malos", entre otras cosas porque es uno de ellos: šfuma! Mi amiga siempre lo ha sabido. Al principio de la relación se propuso cambiar los malos hábitos de su novio, pero acabó fascinada por la manera en que Christopher practica su vicio.

Una noche de confidencias Marilyn me reveló que le excita la forma en que su prometido abre los labios cuando arroja el humo del cigarro y que la enloquece el olor a tabaco y a loción que sale de su ropa. Me hizo otras revelaciones acerca de lo que significan para ella los dedos amarillentos de su amado. Prefiero no repetirlas, pero me dejaron muy claro que el trinomio labios-olor-dedos le provoca sueños eróticos.

II

El entusiasmo por su próxima boda se nubló cuando Marilyn leyó en un periódico las nuevas disposiciones para aislar a los fumadores en restaurantes y hoteles. Por respeto a las leyes tendrá que reubicar a sus invitados al banquete. Me pidió consejo y mencioné como solución la cortina de flores. Insistí en la originalidad y la belleza del recurso. "Imagínate: ristras de margaritas y nardos perfumarán las conversaciones a distancia".

Me pareció que Marilyn se tranquilizaba hasta que la oí mencionar otro escollo: "Con mis padres no tengo problema, pero, Ƒqué voy a hacer con mis suegros? Ella fuma, él no. Ni modo de sentarlos aparte". Aseguré que don Luis Antonio se sacrificaría con gusto por los novios -y para bien de sus pulmones- absteniéndose de fumar las cuatro o cinco horas que durara la fiesta.

La mente de Marilyn trabajaba a una velocidad extraordinaria para no dejar ningún cabo suelto. "Supongamos que puedo convencer a mi suegro, pero Ƒqué voy a hacer con el resto de los invitados? A muchos los conozco apenas, ignoro si fuman o no. ƑQué tal si eligen una mesa en el área de no fumar y prenden un cigarro? No pensarás que voy a pedirles que lo apaguen o que se cambien de mesa. Además, el día de mi boda quiero ser novia, no inspectora".

Si me quedaba callada Marilyn interpretaría mi silencio como prueba de fracaso. Sugerí otra solución: "Llámalos por teléfono antes de la fiesta. Con el pretexto de saber si recibieron su invitación, pregúntales discretamente si fuman. Así desde el principio podrás asignarles la mesa correcta".

La sonrisa desolada de Marilyn me demostró lo impracticable de mi proposición: "ƑA qué horas crees que podré hacer una encuesta telefónica? En la oficina tengo que adelantar cerros de trabajo para que me permitan ausentarme diez días. Christopher está igual o peor que yo. No puedo cargarlo también con esto". Acorralada por sus razonamientos, Marilyn se desplomó en un sillón y me miró como si estuviera perdida en el desierto: "šNo puedo más! Estoy exhausta. Imagínate cómo llegaré al día de mi boda".

Me ofrecí a ocuparme de las llamadas: "Dame la lista de los invitados y sus números de teléfono. Les diré que soy coordinadora de eventos especiales en el salón de fiestas y, para no contravenir las nuevas disposiciones de salud, queremos saber si necesitan estar en el área de fumadores. Suena bien, incluso elegante".

Esperaba la reacción entusiasmada de Marilyn, pero se concretó a morderse los labios y a frotar compulsivamente la piedra que adorna su anillo de compromiso. "No esperes que Aladino solucione tus problemas. Olvida un poco a tus invitados. Tendrán que comprender. Piensa que el día de tu boda lo único importante es que Christopher y tú sean felices".

Marilyn evitó mirarme. Sospeché que me ocultaba algo: "ƑHay algo más que te preocupe?". Mi amiga me respondió con voz entrecortada: "Sí: mi noche de bodas". Me asaltaron ideas muy turbias que, por fortuna, desterró cuando al fin tuvo fuerzas para seguir hablando: "A Christopher le gusta fumar después". No pude contener la risa: "Perdóname, pero no veo el problema: pidan una habitación en el área de fumadores".

Fuera de sí, Marilyn reprochó mi simplismo: "Para ti todo es muy fácil. ƑCrees que si no hubiera motivo me preocuparía? Hicimos la reservación en el hotel desde enero. Sólo así garatizábamos que nos dieran la suite Golden Star. Tiene una vista absolutamente divina sobre la bahía. Christopher y yo hemos soñado meses con despertar juntos, mirándola. El problema es que, de acuerdo con las nuevas disposiciones, esa suite quedó en el área de no fumar".

Hizo una pausa, y como si fuera a tirarse de clavado, aspiró una bocanada de aire: "Bueno, de una vez te lo digo todo: a Christopher también le gusta fumar antes". Eso sí me pareció un dilema grave. No podría imaginarme al recién casado interrumpiendo la etapa de seducción para salirse a la terraza a fumar un cigarro y luego volver a la suite y, como si se tratara de una lectura, retomar el acto amoroso donde lo había suspendido.

El silencio de Marilyn era una desesperada solicitud de auxilio. Dije lo que me parecía más lógico: "Pídele a Christopher que olvide los cigarros hasta después de después". Marylin se ordenó con impaciencia el cabello: "ƑMe crees tonta? Fue lo primero que hice cuando él me dijo que lo habían llamado del hotel. Le informaron que, a consecuencia de las nuevas disposiciones, la Golden Satar había quedado en la zona para no fumadores. Dejaban a su criterio reservarnos una suite distinta; pero le advirtieron que desde ninguna otra tendríamos la vista de la Golden. Entonces le pedí a Christopher el sacrificio de no fumar. Se negó rotundamente".

La actitud de Christopher modificó el concepto que me había hecho de él. Ahora me pareció un fumador; es decir, un tipo vicioso, egoísta, falto de carácter. La combinación de esos defectos ponía en peligro el futuro de mi amiga y la alerté: "Cuidado. Piensa bien en lo que vas a hacer y dime sinceramente si se puede esperar algo de un hombre que está colgado de un miserable papel lleno de tabaco. šClaro que no! Dile que no sea tan egocéntrico y que se sacrifique un poquito por ti".

Contra lo que esperaba, Marilyn ni siquiera intentó modificar mis conclusiones, sólo me vio con una mezcla de simpatía y lástima: "Conoces poco a Christopher, de otro modo no hablarías así de él. Uno de los motivos para que lo adore es que siempre está dispuesto a defender sus principios". Me volví implacable: "No sabía que fumar fuera un principio. Me parece una soberana estupidez que por defender un ideario tan pobre, Christopher ponga en juego la tan anhelada noche de bodas? šCarajo! ƑQué le cuesta dejar el cigarro unas horas?"

La respuesta de Marylin fue contundente: "No entiendes. Christopher no defiende el cigarro, sino su derecho a decidir". Mi amiga terminó su alegato con los ojos encendidos. Al cabo de unos minutos se despidió. Veremos qué sucede el día de la boda.

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