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México D.F. Lunes 16 de febrero de 2004

León Bendesky

Quebraduras

Luego de la guerra de 1914-18 Fernando Pessoa se preguntó cómo organizar Portugal y, como corresponde, su respuesta se basó en un trazado claro. Es evidente, dijo, que el problema de la organización se divide en tres partes: una es de tipo teórico y las otras dos prácticas. Primero está la determinación del plan o criterio con el que se organizará, luego deben colocarse en los lugares necesarios a los hombres competentes que llevarán a la práctica la organización y, finalmente, la coordinación dinámica de los esfuerzos de esos hombres. En México estamos muy lejos de la visión y la exigencia del poeta: no hay plan, la competencia de los encargados de guiar el gobierno es cuestionable y escasa la coordinación requerida para administrar los asuntos públicos.

El resultado no puede ser otro más que la confirmación del estado de fragilidad de la sociedad y de la economía, y una creciente confusión política que cierra los caminos para organizar de manera efectiva al país. Hablamos del lento crecimiento de la producción, de la grave debilidad fiscal que padece el Estado o de la incapacidad de generar empleos como características del modo en que opera la economía. Todo esto es comprobable. La estabilidad financiera no ha sido base suficiente para la recuperación debido en buena parte al desajuste de los sectores productivos y del territorio, la distribución del ingreso es sumamente desigual y no se genera el ahorro requerido para la inversión y la pobreza es un mal crónico. Estos son obstáculos verdaderos.

El crecimiento reprimido se concentra en unos pocos para quienes no hay crisis y el desarrollo está impedido para la mayor parte de la gente y de las empresas. Cada vez aparecen más evidencias de esta doble condición. El caso de las remesas familiares de los trabajadores mexicanos en Estados Unidos es una. Su magnitud e incremento indican su creciente peso financiero en la economía; las cifras que ofrece el Banco de México en su reciente informe (3 de febrero de 2004) son contundentes. En 2003 las remesas llegaron a 13 mil 286 millones de dólares, lo que significó 35 por ciento más que el año anterior (cuando fueron de 9 mil 815 millones de dólares) y el número de las remesas fue de 41.3 millones, es decir, igual número de transacciones que representaron algún costo por el servicio.

En términos relativos y para poner esta cuestión en perspectiva, las remesas en 2003 fueron equivalentes a 79 por ciento de la exportación de petróleo crudo en un año en que los precios por barril fueron especialmente elevados; representaron 71 por ciento del excedente obtenido por el sector de las maquiladoras en las que se sustenta buena parte de la expansión del sector de las manufacturas; superaron 42 por ciento los ingresos derivados por el turismo, que se suponía era una de las fuentes más grandes de acceso a las divisas, y fueron 21 por ciento más altas que las entradas de capital en forma de inversión extranjera directa, o sea, aquélla de origen foráneo destinada a producir en el país. Las remesas fueron de una proporción de 2.2 puntos porcentuales del PIB. Con ellas se hace un gran negocio por las comisiones de los intermediarios, lo que merma las ventajas que obtienen los trabajadores y sus familias, otra vez en beneficio de unos pocos.

México es un gran exportador de personas de las que depende en buena medida la viabilidad financiera que aún mantiene esta economía, aunque precariamente, y también la posibilidad de mantener cierta cohesión social por el ingreso que reciben muchos hogares en todo el país y por la presión que quita al mercado laboral para satisfacción del gobierno por el bajo nivel del desempleo abierto que se registra.

En este sentido México se parece a los países centroamericanos, sobre todo a El Salvador o Guatemala, más que a sus flamantes socios del club de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Por su cantidad y aumento, las remesas son una expresión fehaciente de la desarticulación de la economía y de las tensiones sociales existentes, que son manifestaciones del mismo proceso.

El país está quebrado dado el rompimiento de su estructura material y social, lo está cada vez más en sentido financiero por las tensiones que imponen la restricción fiscal, la deuda interna y los sistemas de pensiones. Las remesas no son un dato más ni una curiosidad, sino una muestra de fenómenos de desgaste progresivo y debilitamiento de la organización interna. Ante estas condiciones se advierte de manera más clara la ausencia de un plan y se agrava, ya que, por ejemplo, mientras esto ocurre se hace definitiva la desnacionalización del sistema bancario y, una vez más, se alentarán las ventajas de unos cuantos, que ni siquiera pagarán impuestos por la lucrativa venta de las acciones de lo que fue Bancomer.

Sin plan es más notorio el hecho de que los responsables del quehacer público, los que toman las decisiones y hacen las leyes no empatan su competencia con las necesidades de esta sociedad ni hay una coordinación que detenga la quiebra.

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