México D.F. Jueves 19 de febrero de 2004
Miguel Marín Bosch*
Pakistán
Hace 15 días el gobierno de Pakistán sorprendió al mundo al declarar que sus científicos habían compartido con otras naciones cierta información secreta acerca del diseño de armas nucleares. Concretamente se habló de Corea del Norte, Irán y Libia. Y quien hizo la confesión fue Abdul Qadeer Khan, padre de la bomba paquistaní y héroe en su país. ƑPor qué?
Simplemente porque era un secreto a voces que el doctor Khan había estado vendiendo esa información desde hacía más de una década. De ahí que en 2001, a instancias de Estados Unidos, el general Pervez Musharraf se vio obligado a remover a Khan de su cargo al frente de los laboratorios que llevan su nombre. Pero no lo mandó a su casa. Lo incorporó a su círculo de influyentes generales y consejeros. De ahí también que, tras la confesión, Musharraf lo perdonara por temor a que un juicio en su contra salpicara a otros, incluyendo a más de un militar.
Compartir secretos nucleares con otros países no tiene nada de nuevo. China le pasó algunos a Pakistán, como antes hizo la Unión Soviética con China. ƑY qué decir de la larga cooperación entre Estados Unidos y el Reino Unido en materia de armamentos nucleares? Lo insólito es venderlos por motivos de lucro personal. Y aquí se pone interesante el caso de Khan.
Fabricar un artefacto nuclear no es nada fácil. A diferencia de las otras armas de destrucción masiva -biológicas y químicas-, las nucleares requieren mucho dinero e instalaciones difíciles de improvisar. Aparte de los conocimientos científicos para su diseño, hay que conseguir material fisionable como el uranio, elemento metálico radiactivo. Sin embargo, el uranio en sí no es suficiente, hay que enriquecerlo en un centrifugador, aparato que funciona como el último ciclo (exprimir) de una lavadora de ropa. Pero aún hay más. Para que la amenaza que representa un arsenal nuclear, por pequeño y primitivo que sea, llegue a ser creíble es necesario contar con un sistema para transportar las bombas, de preferencia un proyectil balístico. La clave es, pues, el binomio material fisionable y misiles.
Nacido en Bhopal, Khan emigró de joven a Pakistán poco después de la partición de India, en 1947. Egresado de la universidad de Karachi, se fue a estudiar metalurgia en Alemania Occidental y Bélgica. A principios de los años setenta fue contratado para trabajar en una planta de la compañía Urenco, consorcio alemán, británico y holandés. La planta se dedicaba a enriquecer uranio. Pero por esas fechas ocurrió algo que cambiaría radicalmente su vida.
En 1974, tras años de desviar material fisionable de los reactores que le había entregado Canadá, India detonó un artefacto nuclear. Pakistán no se podía quedar atrás y el entonces primer ministro, Zulfikar Ali Bhutto, enlistó los servicios del doctor Khan y lo puso al frente de un muy secreto programa nuclear.
Cuando Khan llegó a Pakistán en 1976 traía sus conocimientos científicos y algo más: la tecnología necesaria para construir centrifugadores. Varios gobiernos, incluyendo el holandés, lo acusaron de robo de secretos científicos. Pero la demanda no prosperó y, pese a los estrictos controles de exportación de muchos gobiernos, hubo varias compañías de esos mismos países que se apresuraron a venderle a Khan la maquinaria y tecnología necesarias para producir material fisionable. Algunas de esas empresas son las mismas que en los años setenta y ochenta vendieron a Saddam Hussein. Business is business.
El programa nuclear dirigido por Khan fue todo un éxito. La prueba es que en mayo de 1998, a las pocas semanas de los ensayos nucleares de India, Pakistán detonó con precisión impresionante cinco artefactos. Había empezado una nueva carrera de armas nucleares y Pakistán había superado el trauma de 1974.
Además de salvar el honor nacional ante India, el científico había logrado otras dos cosas. Primero, a cambio de secretos nucleares relativos a la producción de material fisionable (el primer requisito para un arsenal nuclear creíble), consiguió de Corea del Norte la tecnología para construir misiles (el segundo requisito). Segundo, se hizo muy rico. Esto último lo configuró mediante una complicada red de comercio en centrifugadores. Y ahí es donde lo pescaron.
Cada vez que importaba maquinaria y tecnología para enriquecer uranio en Pakistán, lo hacía por partida doble. Un juego era para el programa pakistaní y el otro para ser vendido al mejor postor. En Malasia instaló una fábrica de centrifugadores que iba entregando a sus compradores en Corea del Norte, Irán y Libia. El material era transportado en buques de carga y fue precisamente un cargamento destinado a Libia el que acabó con Khan. En octubre del año pasado Italia intercepó en alta mar el buque y no transportaba "maquinaria usada", sino mil centrifugadores.
El caso del Abdul Qadeer Khan ha despertado sentimientos encontrados en Pakistán. Algunos acusan al gobierno de haberlo sacrificado para encubrir a un grupo de militares que traficaban con secretos nucleares. Otros han pedido que se esclarezca lo ocurrido y se enjuicie a Khan. Musharraf no la tiene fácil.
Desde la aparición de las armas nucleares en 1945, y sus trágicas consecuencias en agosto de ese año, la comunidad internacional ha venido buscando la manera de evitar su proliferación. Y lo ha conseguido a medias. No son tantos los países que poseen dichas armas como se temía hace medio siglo. Sin embargo, los que las tienen -Estados Unidos, Reino Unido, Rusia, Francia y China, así como India, Israel y Pakistán- no quieren eliminarlas. Y mientras existan armas nucleares, el mundo correrá el peligro de su propagación a otros estados y quizá a otros actores no estatales. Este será el tema del siguiente artículo.
*Ex subsecretario de Relaciones Exteriores e investigador de la Universidad Iberoamericana
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