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México D.F. Jueves 19 de febrero de 2004
Adolfo Sánchez Rebolledo
Pobreza vs democracia
La irrupción de los braceros en la hacienda San Cristóbal, propiedad de los Fox, despertó sentimientos contradictorios, entre la repulsa y la compasión. Al principio no era fácil discernir si se trataba de una simple provocación, justo para causar una tragedia a las puertas de la casa familiar presidencial o, más bien, de un acto irreflexivo llevado de la desesperación que terminó violando la propiedad privada de los Fox. Sin embargo, como es natural, la cuestión derivó hacia temas más espinosos que la averiguación abierta por la Procuraduría General de Justicia contra los jefes de la protesta, ya que dejó ver las fallas de la seguridad que debe proteger al mandatario y su entorno, tema delicado si lo hay. En cuanto a lo otro, la demanda de los ex braceros, poco a poco se fue extinguiendo entre el clamor de otras noticias, aunque en el aire siguieron volando las lamentaciones por la ausencia de firmeza en la aplicación del estado de derecho, es decir, por no aplicar, en caliente, un castigo ejemplar a los infractores.
Seguramente los pagos reclamados por los braceros representan un espinoso caso jurídico que no será sencillo resolver por dos motivos: 1) el tiempo transcurrido y 2) el desorden de la administración pública federal, que es incapaz de poner orden en sus archivos. El gobierno actual no es culpable por los hechos que los braceros imputan, pero tiene obligación de hacer el mayor esfuerzo para atender y resolver satisfactoriamente este asunto que, en definitiva, involucra al Estado mexicano y no a unos cuantos funcionarios del pasado. No es buena excusa decir, como algunos picudos repiten, que el gobierno carece de recursos para hacer frente al problema, en un intento pueril por traspasar la responsabilidad (culpabilizar) al Congreso.
En éste, como en muchos otros temas, se olvida que lo que está en juego es la capacidad del Estado y la sociedad para reparar injusticias, la disposición democrática a no guardar bajo la alfombra la basura heredada, no la discusión escolástica en torno a la contabilidad oficial o la legalidad de barandilla que cierra los ojos ante abusos mayores.
En todo caso, toca a la administración delinear un mecanismo que permita ir al fondo de la cuestión con transparencia, señalando los montos que eventualmente tendrían que verificar y aprobar los diputados. Ahora veremos si el gobierno tiene la intención de buscar una solución al problema de los braceros o si, de plano, prefiere cruzarse de brazos amparado en su peculiar interpretación de la tarea de gobierno.
En fin, como advertía el buen Confucio: "Es difícil ser pobre sin resentimiento; es fácil ser rico sin arrogancia". ƑCuántas veces no hemos escuchado exigir moderación a quienes, airados, reclaman aquello que les pertenece siendo los últimos en la sociedad? ƑY cuántas veces no hemos visto, siempre en nombre del derecho, la moral o la propiedad, la exaltación de los privilegios y la impunidad?
El gobierno se desvive en frases de amor a los pobres, "vaya con Dios", pero en lo hechos millones de ellos apenas si sobreviven en este paraíso democrático. Algo se mueve en la sima del volcán. Los conflictos están a la orden del día y amenazan con desbordar los limitados cauces por los que transcurren al día de hoy. Un gobernador arrogante, por ejemplo, se desentiende de la gobernabilidad y mediante una lectura estrecha de la ley reprime y condena a la mayoría de un municipio a huir de sus hogares, a organizarse a espaldas de las instituciones que los rechazan, a buscar formas de expresión que les permitan hacerse escuchar, a veces excesivamente.
El gobierno y los partidos deberían comprender que uno de los efectos benéficos de la democratización general del país es, justamente, convertir en sujetos activos, es decir, en ciudadanos, a aquellos que en el pasado parecían simples receptores pasivos de las políticas públicas.
Nadie en su sano juicio puede oponerse a destinar los mayores recursos disponibles a aminorar las consecuencias de la pobreza, aunque éstos atiendan apenas el mínimo de necesidades vitales, pues a contrapelo de lo que se piensa en algunos círculos de la clase media radicalizada, a los realmente desposeídos no les es indiferente recibir diversos apoyos materiales que les hagan más llevadera la existencia cotidiana, aunque ya casi nadie se atreva a negar que, luego de años de programas de compensación, hace falta un cambio de fondo en la política social, es decir, una revisión de sus fundamentos para transformarla en la pieza maestra de la recuperación nacional, en lugar de ser, como es ahora, un recurso en manos del Estado para mantener en niveles "aceptables" la conflictividad que potencialmente representa la pobreza en sus distintas manifestaciones. Eso funciona cada vez menos.
Los problemas sociales requieren recursos, ciertamente, pero las soluciones no sólo se alcanzan repartiendo dinero. Las autoridades están tan lejos de ese universo que ya no entienden lo que esas voces quieren decirles. El México dual vuelve a separarse.
Los pueblos tienen voz propia, pero muchos desde arriba no los escuchan.
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