México D.F. Viernes 27 de febrero de 2004
Robin Cook*
El gobierno de GB se salva del ridículo
Lo único sorpresivo en la decisión de la fiscalía general de desistirse de procesar a Katharine Gun es lo mucho que demoró. Olvidemos toda la palabrería legal del pasado miércoles sobre las reglas a las que debe ajustarse la evidencia. La realidad es que la parte acusadora se dio cuenta de que, si no abandonaba el caso, sería desechado de entrada por cualquier juez ante el que se presentara.
Y ese juez habría tenido razón. Hubo muchos dimes y diretes en el Parlamento este jueves en cuanto a que se está socavando la Ley de Secretos Oficiales y dejando sin protección alguna a la seguridad nacional. Tonterías. No ha habido ningún caso reciente en que el Estado no haya podido ordenar el arresto de uno de sus empleados por vender auténticos secretos a una potencia extranjera o, lo que es más común en estos días, al dueño de un periódico.
Sin embargo, los juzgados han mostrado una sana independencia de conciencia al no permitir al Estado invocar la Ley de Secretos Oficiales con el único fin de evitarse una vergüenza política, en vez de usarla para proteger la seguridad nacional.
En la conferencia de prensa del miércoles, el primer ministro habló de vidas que se ponen en riesgo, y sin duda los medios más nerviosos se encargarán de retomar esa línea. Pero ni en las fantasías de la imaginación más febril podría acusarse a Katharine Gun de poner vidas en riesgo. El documento que sustrajo de la Agencia Nacional de Seguridad no revelaba el peligroso trabajo de campo de un agente británico que espiara a un enemigo de nuestro país: era un correo electrónico enviado por la Agencia de Seguridad Nacional de Washington, en el que pedía a Londres ayudarle en una operación "repentina" para espiar conversaciones de otros miembros del Consejo de Seguridad.
Sin duda la joven le complicó la existencia a Londres (y a Washington) al difundir en público esa cínica petición, pero no arriesgó la vida de nadie. La peor consecuencia de su acción no pudo ser más que algunos nuevos roces en los círculos de la ONU.
Habría sido dificil convencer al jurado de que había hecho peligrar la seguridad nacional británica, dada la razón por la que se pedía la ayuda de Wa-shington. Las escuchas clandestinas eran para "dar ventaja a los políticos estadunidenses en la búsqueda de resultados favorables para los fines de Washington".
Más bien, algunos miembros de un jurado podrían haber pensado que Ka-tharine Gun protegió los intereses británicos al exponer de manera tan brutalmente franca el hecho de que nuestros objetivos en Irak respondían al dominio estadunidense.
En vista de que la seguridad nacional no se puso en riesgo, la decisión de juzgar a Katharine Gun parecía peculiar. Las razones oficiales para no proseguir la causa son aún más peculiares. Se dijo al Parlamento que se abandonó el caso porque la fiscalía no podía revelar ante una corte la evidencia que refutaría el argumento de la defensa de Katharine Gun, en cuanto a que la información filtrada era de interés público.
Sin embargo, desde meses atrás se supo que los abogados de la traductora alegaban que, como la guerra en Irak sería ilegal, su intento por detenerla no sería ilegal. De hecho, el Estado admitió el jueves que no había suficiente certeza sobre la legalidad de la invasión a Irak para permitir que un jurado dictaminara sobre ello.
Una consecuencia de que se haya desistido del juicio es que aún no sabemos, y probablemente nunca sabremos, cuál fue la respuesta al correo electrónico de Washington. ƑAcaso la Agencia de Seguridad Nacional británica, obedientemente, dirigió sus receptores de satélite para interceptar teléfonos domésticos y de oficinas de funcionarios del Consejo de Seguridad, tal como se le solicitó? O bien Ƒalguna autoridad decidió primero leer las garantías de funcionarios de la ONU, lo cual parece haber sido pasado por alto por la Agencia de Seguridad Nacional, y se dio cuenta de que se consideran inviolables las comunicaciones entre delegaciones de Naciones Unidas?
Si decidimos tomar parte en la operación "repentina", eso no parece haber tenido efecto en los votos del Consejo de Seguridad. Espiar las llamadas telefónicas de sus miembros bien pudo habernos dado una imagen global de la razón por la que la mayor parte del Consejo de Seguridad creía que nuestra política hacia Irak era equivocada, pero no parece habernos dado mucha "ventaja" en las negociaciones diplomáticas con las que intentamos hacerlos cambiar de opinión.
No me sorprende. Todos los secretarios del Exterior conocen bien la exagerada importancia que se confiere a la inteligencia nada más porque es secreta, sin importar si tiene utilidad práctica. Más aún, la capacidad que tiene una máquina de producir datos de inteligencia es ahora casi infinita, debido a que hay una enorme expansión en el volumen de comunicaciones electrónicas, y los medios técnicos para interceptarlas se han expandido en igual forma.
Durante las Guerras Napoleónicas, la intercepción se realizaba mediante una tetera cuyo vapor era empleado constantemente por el Servicio de Correo Real para abrir la correspondencia diplomática. Hoy día, la Agencia de Seguridad Nacional usa un edificio ubicado en Cheltenham, con una dona gigante en el techo, desde la cual se genera una red electrónica que se extiende en el espacio para captar señales de satélite.
Una orden firmada por un ministro relevante del gabinete es el único filtro por el que pasa toda esa información recabada. Por los reportes anuales de inteligencia enviados por el comisionado de Intercepción de Comunicaciones me he enterado de que muchas órdenes ministeriales para distribuir la información han sido bloqueadas.
Me sorprendería que fuera verdad que antes de la guerra se interceptaron llamadas de Kofi Annan. Nunca conocí a nadie, en toda la comunidad diplomática, menos afecto a subterfugios que Kofi. Cuando fui secretario del Exterior y quería sus opiniones honestas, bastaba con que le hablara por teléfono para que me explicara todo, de manera cortés y paciente.
Tengo la impresión de que durante el periodo de intensa actividad diplomática que concluyó con el retiro de los inspectores de armas de la ONU de Irak el problema no fue lo que Kofi Annan aconsejó, sino la renuencia de Washington y Londres a escucharlo.
Lo cierto es que las labores encubiertas de inteligencia son más valiosas cuando se trata de echar vistazos dentro de un mundo en el que las personas operan de manera encubierta y secreta. La más obvia de las organizaciones que operan así hoy día es la red internacional de terroristas que tiene una agenda global. Trágicamente, el presidente Bush no pudo estar más equivocado cuando prometió que la conquista de Irak sería una victoria en la guerra contra el terrorismo. En este punto, nuestras agencias de inteligencia tuvieron toda la razón al advertir, en vísperas de la invasión, que la acción militar estimularía el terrorismo.
Tony Blair estuvo en lo cierto al resaltar en su conferencia de prensa del jueves que las agencias de inteligencia hoy desempeñan un papel central en la neutralización del terrorista moderno. Por definición, las operaciones que estos terroristas diseñan para atacar a otro país son controladas desde el extranjero y su punto de mayor vulnerabilidad son las comunicaciones internacionales.
La Agencia de Seguridad Nacional surgió de una operación para descifrar la clave Enigma durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy, este organismo puede ser parte fundamental de nuestra protección ante la amenaza terrorista. Como tal, podría tener mucho más valor para el público británico, o incluso para el público estadunidense, si se evita distraerlo de sus funciones obligándolo a espiar a otros miembros del Consejo de Seguridad que no representaban amenaza alguna, si bien demostraron ser mucho más prudentes en lo referente a Irak que los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña.
*Robin Cook fue ministro del Exterior de Gran Bretaña y el año pasado renunció a su puesto como presidente de la Cámara de los Comunes en protesta por el apoyo que el gobierno de su país dio a la guerra contra Irak. ©The Independent Traducción: Gabriela Fonseca
|