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México D.F. Sábado 28 de febrero de 2004

Andrés Aubry

Una parábola de introducción a los acuerdos de San Andrés

Para celebrar ocho años de la firma de los acuerdos de San Andrés, me permito una parábola para entrarle de alguna manera a la comprensión demasiado difícil de su texto de palabras tan elevadas. Con disculpas a mis lectores "del interior", conjugaré mis verbos con la gramática de Bernal Díaz del Castillo, quien sembró su castilla en Chiapas, a la par de su frustrada encomienda.

En esta variante dialectal del español, el peón de las haciendas es un mozo de finca. Por ejemplo, como todavía no existe palabra tzotzil para decir "revolución", para evocar la de 1910 nuestra castilla tzotzilizada dice, más como sueño que como realidad, "cuando se acabó el mozo", y de refilón amo y finca.

Espero que los pueblos indígenas me perdonarán compararlos con un generoso corcel, el que, fuera de reflejos etnocéntricos, es un muy honorable ch'ulel, el animal compañero de los tzotziles. Conste que mi caballo es moreno, por lo tanto mi parábola no pretende competir con el cuento del caballo bayo, de otra firma:

Erase una vez un espléndido caballo, bello corcel, bien proporcionado, de musculatura firme, de hermoso pelo moreno, lacio, bruñido, construido para carreras infatigables. Quien lo veía lo quería en su corral o su potrero -en su finca, pues. šQuién no peleó para adueñarse de él! Producto envidiable de generaciones de pura raza, consentido por la herencia y dotes de casta fina, tenía un único y embarazoso problema: no podía correr.

Los que creen que saben lo probaron todo sin éxito. No corría y no corría. Gastaron fortunas en consultar a especialistas, en pagarles costosas comisiones para que acudieran a auscultarlo y recetarlo. Al veterinario para un chequeo integral; al biólogo para mejorar la raza, aunque fuera inmejorable; al nutricionista para racionalizar y modernizar su alimentación; al quiropractor para sobarlo; a un docto de la sicología animal para poner a prueba las virtudes del equinodesarrollo: a todos para que probaran su arte y su ciencia. Nada se logró, no corría, pero el mozo que lo cuidaba por una propina los miraba a todos con una sonrisa de media burla apenas disimulada hasta que, desesperado por el acoso de tantos, el amo le preguntó: "Si creés que sabés, Ƒpor qué no hablás? ƑQué decís que tiene?"

El mozo se reía. "ƑDe veras querés saber?" "šPos sí, ándale!" "Pero es que no me vas a hacer caso". "Mirá, todo mundo se burla de mí, decímelo de una vez". "No, no me vas a escuchar. Prefieres gastar dinero antes que aplicar mi remedio". "Orale, es la vencida, decímelo". Entonces el mozo sentenció: "ƑNo ves, patrón? Lo que tiene este caballo es que está amarrado. ƑPor qué no lo soltamos?"

No me enfrascaré en una exégesis de la historia simbólica de los diálogos de San Andrés. A la hora de la hora, soltar la autonomía conlleva más riesgos para el amo del régimen que los derroteros de 500 años de peritaje indigenista.

Esto lo platiqué en prestigioso hotel de Guadalajara a sesudo auditorio internacional en abril de 1998, pero para que vean que el cuento sí sirvió, les puedo recordar que muchos años después del 16 de febrero de 1996, fecha de la firma de los acuerdos, el amo terminó por entender: el 18 de abril de 2001, justo un mes después de la elocuente exposición de la comandanta Esther, aflojó la ley persogando al caballo con una reata más larga para que se pueda mover un tantito. En información de casi última hora, puedo agregar que el 27 de enero de 2004, la Unión Europea trajo a Chiapas una millonada de euros para costear la diferencia con la corta soga anterior. Pero, como ya llevamos tres años de gobierno del cambio, la gran transformación es que el amo, ahora, prefiere que el caballo no se eche a correr: le da miedo.

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