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México D.F. Sábado 28 de febrero de 2004
Immanuel Wallerstein
El presidente de la guerra se hunde en el pantano
"Soy un presidente de guerra", dijo George W. Bush a Tim
Russert durante el programa de televisión Meet the Press,
de la cadena NBC, el 8 de febrero de 2004. La afirmación sólo
hace que su caso se debilite. La actitud de Bush ha hecho que su anterior
secretario del Tesoro, Paul O'Neill, testifique que la guerra contra Irak
estaba en la agenda del gabinete desde el día en que el presidente
asumió el cargo. Así que no fue el 11 de septiembre lo que
metió a Bush en ese sendero. Y habiéndole dicho al pueblo
estadunidense y al mundo, no una sino vez tras vez, que las armas de destrucción
masiva de Saddam Hussein eran una inminente amenaza para Estados Unidos
y el mundo, Bush se da cuenta de que el jefe escogido para dirigir el grupo
encargado de hallar el famoso armamento, David Kay, testifica ante el Congreso
que no pudieron hallarlas y que ahora piensa que Hussein se deshizo de
ellas desde 1991.
Después de estas declaraciones, la posición
de Bush en las encuestas cayó de inmediato. Inclusive algunos comentaristas
bastante conservadores están molestos por los hallazgos de Kay y
por el hecho de que Estados Unidos fue a la guerra con suposiciones falsas.
Todo mundo quiere saber ahora por qué se confundieron los servicios
de inteligencia estadunidenses, como si ése fuera el problema. Queda
claro que los servicios de inteligencia, aunque de por sí son deficientes,
fueron mal interpretados por el gobierno de Bush con tal de cumplir sus
objetivos preconcebidos. Y no es cierto que todo mundo estaba equivocado.
Después de todo, había voces claras desde antes -el jefe
de la Asociación Internacional de Energía Atómica,
Scott Ritter, y otros- que decían que no había evidencia
alguna de que tal armamento existiera.
Bush está a la defensiva. La camarilla que lo rodea
saca distintas versiones. Ahora Colin Powell ya no está seguro de
que hubiera tales armas, como el mismo Bush. Cheney y Rumsfeld siguen diciendo
que esperan que éstas aparezcan. Pero no importa. La justificación
cambió. Bush nos cuenta que Saddam Hussein tenía "la capacidad
de producir armas". Y además, "es un hombre peligroso" y "es un
mundo peligroso". Saddam Hussein es/era un "loco", que potencialmente podía
hacer un arma y "permitir que cayera en manos de una tenebrosa red de terroristas".
Además, "cuando Estados Unidos dice que habrá serias consecuencias,
son serias, y si no fueran serias, crean consecuencias adversas". Eventualmente,
quién lo sabe, Saddam bien podría hacer un arma nuclear y
entonces Washington "estaría en posición de ser chantajeado".
La explicación y argumentos han llegado a ser tan
débiles que Estados Unidos ya perdió toda credibilidad, es
probable que junto con la de Tony Blair que, caramba, nunca lo va a admitir.
Mientras tanto, las cosas no van bien en Irak. Entre cinco
y 10 estadunidenses mueren cada semana. Y es muy peligroso tratar de enrolarse
en la policía iraquí. Las mujeres tienen miedo de salir de
casa, por las presiones de los fundamentalistas. El código iraquí
que regula la conducta de las mujeres, antes uno de los más progresistas
del mundo árabe, acaba de ser revocado por la autoridad interina
en favor de la sharia. A Estados Unidos le encantaría poder
salir, lo más pronto posible, del pantano en el que dijo nunca caería.
Le gustaría mucho poder entregar la soberanía a un gobierno
iraquí hacia el 30 de junio, le agradaría que Naciones Unidas
asumiera después de junio una supervisión de las negociaciones
y le complacería que la OTAN asumiera el manejo de una fuerza de
estabilización. No queda claro que pueda cumplir sus deseos.
La transición iraquí del 30 de junio queda
en entredicho de inmediato, pues la Shia insiste en que haya elecciones
(democracia, ¿se acuerdan?), las cuales podría ganar. Los
kurdos insisten en un virtual autogobierno. Y los sunitas insisten en no
perderlo todo. Los chiítas y los kurdos cuentan con unidades militares,
y sin duda los sunitas formarán la suya. De la nada, Estados Unidos
elaboró un documento que muestra que el conflicto étnico
es una maniobra de Al Qaeda. La realidad es que sería milagroso
que después de junio no se desatara una horrible guerra civil. Si
en Washington piensan que Kofi Annan y la OTAN quieren quedar atrapados
en medio de algo así, se equivocan. El Neue Zurcher Zeitung,
principal periódico suizo, nada hostil a Estados Unidos, acaba de
publicar un cartón político que muestra una revolvedora de
cemento con el letrero "la reconstrucción de Irak", que expulsa
por su servidor a un George Bush en uniforme militar ya medio cubierto
por el cemento derramado. Lo miran algunos divertidos espectadores con
letreros "Europa" y "Naciones Unidas", a los que Bush dice: "Bueno, si
realmente insisten en echarme una mano..."
El problema es que Bush no tiene salidas. Le esperan unas
elecciones difíciles, mucho qué explicar de sus antecedentes
en la guerra de Vietnam. Puede andar de fanfarrón diciendo que la
proliferación nuclear es tan riesgosa que incluso todos deberíamos
abandonar los combustibles nucleares para usos pacíficos o encarar
las consecuencias. En tanto, propone expandir la capacidad estadunidense
para el bombardeo atómico. Así que podemos esperar sentados
a que todos los demás países cesen su producción de
combustible nuclear.
Y luego tenemos otro asuntito: el agujero económico
que Bush ha estado cavando para Estados Unidos. Si uno reduce la mayoría
de los impuestos y expande los gastos de guerra de manera tan enorme, es
claro que el déficit va a dispararse a proporciones astronómicas.
Ya comienza a meterle miedo a los capitalistas serios del mundo. Aun sus
conservadores económicos de ultraderecha en el Congreso amenazan
con abstenerse en las próximas elecciones a causa de un déficit
que crece y crece.
Bush nos dio un último consuelo en aquella entrevista
con Tim Russert de la NBC. Dijo: "Un Irak libre cambiará el mundo".
Espero también que un Irak libre, si es que los iraquíes
lo logran, cambie a Estados Unidos. Quién lo sabe. Tal vez es el
legado de Bush.
© Immanuel Wallerstein
Traducción: Ramón Vera Herrera
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