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México D.F. Sábado 28 de febrero de 2004
¿LA FIESTA EN PAZ?
Leonardo Páez
Jolopo taurino
''LOS ESPAÑOLES, SEGUN Sánchez de
Neira, son los únicos hombres capaces de irritar, burlar y vencer
al toro, y no ha habido hasta ahora otro pueblo que haya podido imitarlos:
Démoslo por sentado; ese antecedente, no reza con nosotros, pues
no somos españoles ni tenemos habilidad para el toreo."
TAN
AIROSO PARRAFO es uno de los muchos que nutren el libelo no por seudomodernista
menos interesante ¡Abajo los toros!, publicado en 1906 por
el político jalisciense José López Portillo y Rojas,
para entonces dos veces diputado y una senador, quien en 1907 volvería
a ser diputado, de 1911 a 1913 gobernador de su estado natal y de 1913
a 1914 secretario de Relaciones Exteriores.
CONGRUENTE CON SU oportunismo -porfirista convencido
primero, maderista en seguida, a las órdenes de Carranza después,
bien colocado siempre-, este primer José López Portillo insistía
en su escrito antitaurino: "Porque no debe andarse con medias tintas; ha
de proscribirse cuanto sea contrario a la civilización, a la integridad
de la vida humana y al respeto que debe tenerse a todo ser viviente, sin
más atenuaciones que aquellas que nazcan de las imprescindibles
necesidades de la vida y del progreso de la humanidad".
PERO SUS INTENCIONES de fondo y nobles argumentos
quedarían en evidencia al dedicar López Portillo y Rojas
¡Abajo los toros! al general Porfirio Díaz, "cuyo nombre
es saludado con aplauso y pronunciado con respeto por el mundo civilizado,
en testimonio de leal admiración y con las notas del autor porque
durante su sabio gobierno y para aumento de su fama, sea suprimida en México
la bárbara, sangrienta y bochornosa diversión de los toros".
SETENTA AÑOS DESPUES de los afanes civilizadores
de su abuelo, José López Portillo y Pacheco alcanzaría
la Presidencia de la República en el triunfo más deslavado
que se recuerde, ya que ni candidatos opositores hubo. Rumboso y cascabelero,
Jolopo se sumaría a la reducida lista de los mandatarios
mexicanos abiertamente taurinos, aunque sin ningún beneficio para
dicha expresión popular, incluidos otros dos López, Santa
Anna y Mateos, y ser el último Presidente en reconocerse como tal,
pues de De la Madrid a Fox el apoyo presidencial a la fiesta de toros se
redujo, cuando más, a lambisconas visitas de la figura en turno
a Los Pinos. Al menos de nombre, la soñada modernidad ha sido suscrita
por los sucesivos gobiernos de la República.
PERO JOLOPO, EN en
su confusión infinita, sustituiría personalidad con histrionismo,
lucidez con elocuencia, ejercicio del poder con amiguismo, cambios invocados
con frases hechas, Caparroso con España, tauromaquia con Sevilla
y vivacidad con voracidad, hasta devorarse a sí mismo y ser devorado
por otros en su incansable, patológica autocomplacencia, cuyas buenas
intenciones no supo deslindar de sus limitaciones.
FRIVOLIDAD Y DEMAGOGIA durante su sexenio alcanzan
en lo político y en lo taurino niveles de neosantannismo exhibicionista,
nepotismo alegre y cinismo a imitar. No en balde de 1976 a 1982 Manolo
Martínez ejerce el poder absoluto en el espectáculo taurino
hasta reducir el toro de lidia a su mínima expresión. El
auge y despilfarro petroleros tendrán su equivalente en los ruedos,
lujos costosos que, como la deuda externa, nunca acabaremos de pagar.
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