.. |
México D.F. Lunes 1 de marzo de 2004
Nora Patricia Jara
El programa Escuelas de Calidad
Ahora que el llamado gobierno del cambio impulsa su proyecto para modernizar la educación con el programa Escuelas de Calidad, con el cual asegura que maestros y alumnos trabajan de manera integrada y con autocrítica, es necesario revisar otras opciones exitosas en la práctica pedagógica mexicana y que pueden replantear desde otra óptica el debate sobre si la escuela privada es mejor que la pública, cuando se deja de lado el lucro y se atiende a los principios de una enseñanza comprometida con los seres humanos.
Hace cuatro décadas vino de España un grupo de educadores republicanos que crearon centros de enseñanza donde los niños y las niñas conviven, cooperan, trabajan libremente y de forma responsable. Entre estos estaban Herminio Almendros, Patricio Redondo y José de Tapia, este último fundador de la escuela Manuel Bartolomé Cossío, cuyo nombre recuerda la obra de un prominente educador y filósofo nacido en un pueblo de La Rioja, que se hizo célebre al instaurarse la República Española y crear las misiones pedagógicas, agrupaciones que estimulaban la reflexión pública y daban acceso a las manifestaciones de la cultura a campesinos y obreros de las zonas más apartadas y pobres.
En esta aventura precursora de la introducción del método de educación del pedagogo francés Célestin Freinet a la península ibérica por estos maestros, activistas y luchadores sociales, se involucraron personajes como Alejandro Rodríguez, mejor conocido en la literatura como Alejandro Casona, con el reto de despertar el apetito por el conocimiento y que éste se convirtiera en herramienta que le permitiera al infante o al adulto actuar sobre su realidad. Al igual que Freinet, su preocupación era una "nueva educación" en la que se relacionara el carácter social del trabajo escolar abierto y la cooperación de alumnos y profesores.
Eran los años 30 y por estas ideas, que no se quedaban dentro de las aulas, sino que salían hasta los centros de reunión donde los obreros pasaban su escaso tiempo libre, fueron señalados de anarquistas peligrosos y hasta fueron perseguidos, pero su empeño y dedicación los llevó a iniciar un proyecto de educación popular, que comienza desde abajo, que dignifica y hace crecer al individuo. Según Fernando Jiménez Mier y Terán, biógrafo y ex alumno del maestro Pepe, como lo conocieron sus educandos, José de Tapia fue normalista, pedagogo, anarquista y libre pensador, que en su juventud apoyó la resistencia francesa contra la invasión alemana y combatió el franquismo en la guerra civil.
Con su llegada a la ciudad de México, este hombre inquieto y rebelde fundó en 1964, con apenas 30 alumnos, la escuela Manuel Bartolomé, con sillas de uso compradas en La Lagunilla, pero una vasta experiencia en la práctica de la enseñanza de la escuela unitaria, un sistema que no reprueba ni selecciona, en el cual no existen los cursos rígidos o con presiones, en el que el alumno aprende a su propio ritmo, pero en un contexto que garantiza todas sus oportunidades. Con esta herencia se privilegiaron en el nuevo centro escolar características, como el que los pequeños al sentarse estarían de frente y alrededor de una mesa, no aislados en un hosco pupitre; se trataba de compartir conocimientos pensados, elaborados, descubiertos, investigados y comprendidos.
Con la colaboración y apoyo de un grupo de maestras, como Graciela González (Chela), su compañera hasta los 93 años, cuando dejó de enseñar en contra de su voluntad, junto con otros educadores y amigos fueron en busca de una enseñanza y un nuevo mundo. En 1975 la escuela se ubicó en la zona de Tlalpan, donde se sigue promoviendo la educación libre y responsable, que provoque espontaneidad, compromiso, actitudes sinceras, respeto y que se manifiesta por medio del amor a la verdad, la creatividad y la sencillez. El maestro Pepe lo definía como la técnica del vas bien o si no rectifica, del trabajo comprometido por el alumno, en el cual las horas de clase son sólo del niño, no del maestro o la directora. "Hasta en tiempos de guerra hay que trabajar como en tiempos de paz", era la consigna de un hombre que dedicó la mayor parte de su vida a la filosofía de la enseñanza y que dejó un legado republicano y humanista en varias generaciones de investigadores, científicos y artistas, que ahora conmemoran el 40 aniversario de una obra colectiva.
|