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México D.F. Jueves 4 de marzo de 2004
Miguel Marín Bosch *
Proliferación nuclear
Pese a los ingentes esfuerzos de buena parte de la comunidad internacional, la proliferación de armas nucleares continúa. Los casos de Corea del Norte y Libia están a la vista, al igual que las travesuras de algunos funcionarios pakistaníes, a las que nos referimos hace 15 días.
Por proliferación nuclear se entiende la adquisición de armas nucleares por más y más estados. Este tipo de proliferación se suele identificar como horizontal. Pero hay otro tipo que se denomina vertical, es decir, la acumulación de más y mejores armas por un país: la proliferación cuantitativa y cualitativa.
En cuanto a la existencia misma de las armas nucleares, las naciones del mundo están divididas en tres grupos. Una amplia mayoría se ha comprometido a no adquirirlas, busca eliminarlas y, año tras año, se pronuncia en ese sentido en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Esa mayoría ha logrado que la Corte Internacional de Justicia declarara, en su opinión consultiva de 1996, que su uso o amenaza del mismo sería contrario al derecho internacional. Un segundo grupo está compuesto por aquellos países que las poseen -Estados Unidos, Reino Unido, Rusia, Francia y China, así como India, Israel y Pakistán. Algunos han declarado que nunca serán los primeros en utilizar esas armas, mientras que otros, encabezados por Estados Unidos, se reservan el derecho de usarlas cuando quieran. El tercer grupo es el de los países que no tienen armas nucleares pero forman parte de alianzas militares con países que sí las tienen, como la OTAN, y, por tanto, defienden su eventual uso.
Para combatir la proliferación nuclear horizontal se ha recurrido a distintos enfoques. Tras la crisis de los misiles en Cuba, en octubre de 1962, los países latinoamericanos crearon una zona libre de armas nucleares mediante el Tratado de Tlatelolco de 1967, ejemplo que otras regiones han seguido (Africa, el sudeste asiático y el Pacífico sur). De hecho, el hemisferio sur constituye una vasta zona libre de armas nucleares, con excepción, naturalmente, de altamar.
Aparte del enfoque regional, la comunidad internacional ha venido construyendo un régimen universal de no proliferación de armas nucleares, cuyo instrumento jurídico fundamental es el Tratado de No Proliferación (TNP), que entró en vigor en 1970. El TNP, que hoy agrupa a más de 180 naciones, fue un pacto entre los poseedores de armas nucleares y los que no los tienen. Estos últimos se comprometieron a nunca jugar la carta nuclear a cambio de que los otros entablaran negociaciones encaminadas al desarme nuclear.
Para verificar el cumplimiento del TNP las partes tienen dos mecanismos. Por un lado, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) inspecciona periódicamente las instalaciones nucleares de aquellos países que carecen de armas nucleares para asegurarse de que el material fisionable empleado en actividades pacíficas no se está desviando hacia fines militares. Hoy día dichas inspecciones son bastante rigurosas y pueden realizarse sorpresivamente.
Por otro lado, el TNP ideó un mecanismo -las llamadas conferencias quinquenales de examen- cuya finalidad principal, mas no declarada, es aquilatar los avances en el campo del desarme nuclear. Invariablemente se llega a la conclusión de que falta mucho por hacer en este terreno. Es más, en la citada opinión consultiva la Corte Internacional de Justicia señaló que los países poseedores de armas nucleares no sólo deben emprender de buena fe dichas negociaciones, sino que están obligados a concluirlas.
Al margen del TNP, algunas potencias nucleares han creado, junto con algunos de sus aliados más industrializados, otros mecanismos para controlar la exportación de material y maquinaria susceptible de ser empleado en la fabricación de armas nucleares. Pero no todas las compañías han cumplido con esas restricciones. Baste recordar las ventas que hicieron en la década de los años 80 a Saddam Hussein.
Implícito en todo lo anterior es el papel del Estado. Fabricar un artefacto nuclear no es nada fácil y, hasta hace unas décadas, nadie pensaba en una proliferación nuclear entre actores no estatales. El derrumbe de la Unión Soviética provocó un debate acerca de qué tan resguardado estaba su arsenal militar y si habría militares dispuestos a vender algunas armas a grupos terroristas.
Después del 11 de septiembre de 2001, más de un dirigente político ha vinculado los peligros de la proliferación nuclear con el terrorismo internacional. Hace unas semanas el presidente Bush se refirió al tema en un discurso pronunciado en la National Defense University. Ahí dijo que la principal amenaza que enfrenta la humanidad es la posibilidad de un ataque secreto y sorpresivo con armas químicas, biológicas, radiológicas o nucleares. Se refirió al caso de Pakistán para subrayar la creciente facilidad con que grupos terroristas podrían adquirir en el mercado negro los materiales necesarios para fabricar armas nucleares. Recordó que Estados Unidos había propuesto, junto con unos 15 países, una iniciativa para prohibir e interceptar el transporte de materiales letales.
En ese discurso del 11 de febrero pasado, Bush anunció un ambicioso programa encaminado a detener la proliferación de armas de destrucción en masa, incluyendo las nucleares. Habló de criminalizar la proliferación y fortalecer los controles sobre la exportación de ciertos materiales. Pidió que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara una resolución, anunció que pediría más fondos para ayudar a Rusia a desmantelar sus arsenales e insistió en fortalecer el sistema de inspecciones del OIEA. Al día siguiente, el director del OIEA, Mohamed el Baradei, dijo que lo anunciado por el presidente de Estados Unidos estaba muy bien, pero que había pasado en silencio algunos aspectos fundamentales del problema. El primero era el compromiso de los poseedores de armas nucleares de desarmarse conforme al TNP. Además, habría que examinar las causas profundas de la inseguridad, sobre todo en lugares como el Medio Oriente. Y agregó que resulta inaceptable que las potencias nucleares sigan tachando de criminales a aquellos países que tratan de hacerse de armas nucleares cuando ellas mismas las consideran indispensables para su propia seguridad. Insistió en que la única manera de combatir la proliferación nuclear es eliminando dichas armas mediante un tratado internacional, como ya se ha hecho con las otras armas de destrucción en masa -las biológicas y las químicas. * Ex subsecretario de Relaciones Exteriores e investigador de la Universidad Iberoamericana
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