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México D.F. Martes 9 de marzo de 2004
Pablo González Casanova
México en crisis: Ƒqué hacer?
El concepto de crisis viene de la medicina. Se usa para indicar el momento en que un enfermo reacciona ante el mal o se muere. Nosotros lo utilizamos aquí en un sentido menos dramático, porque hasta sin querer pensamos que México es inmortal. De todos modos vemos que nuestro país se encuentra en un grave peligro que ningún discurso oficial puede ocultar, por más que se afanen quienes defienden la política del gobierno con mentiras argumentadas.
La crisis abarca los centros vitales de la nación: la Constitución Política de la República, sus tres poderes, partidos, empresas públicas y privadas, grandes y, sobre todo, medianas y pequeñas; banca, moneda, sistema fiscal, planta industrial, transportes, mercados, seguridad pública y privada, organizaciones de la sociedad civil y de la sociedad política, escuelas, universidades y centros de investigación científica, medios de comunicación de masas; clases medias, trabajadores industriales y agrícolas, campesinos, pequeños propietarios y comuneros; las poblaciones indígenas.
La crisis golpea, sobre todo, al creciente número de desempleados, a los viejos jubilados, quienes no reciben la jubilación, y a una juventud que ya no ve cuál es su futuro en un desarrollo neoliberal y globalizador en el que sólo reciben paga los que prestan servicios en un mercado que se achica cada vez más y deja fuera a los enfermos pobres, sin capacidad de pagar médicos ni medicinas; a los habitantes pobres sin capacidad de pagar comida suficiente, vestidos decentes, escuelas con bancas y pizarrón, casas con servicios mínimos de cocina y aseo. Si unos ofrecen servicios, otros no tienen con qué pagarlos y menos pueden pagar a los profesionales que antes recibían un salario del Estado con responsabilidad social, de por sí chico entonces y ahora todavía más chico, o adelgazado a veces hasta la extinción.
La crisis golpea a un México pobre que ve cómo se deteriora, suprime, destruye o privatiza la infraestructura de caminos, presas, hospitales, escuelas y servicios públicos (o que antes eran públicos), sin que se hagan nuevas inversiones para repararlos o reponerlos, y pocas para ampliarlos, y sin que las empresas privatizadas dejen de recibir subsidios públicos de "salvación".
Y todo indica que la crisis va a continuar y que el gobierno va a seguir deshaciéndose del petróleo, la electricidad, el agua y el control del territorio, islas y enclaves que las megaempresas trasnacionales están ocupando cada vez más, y que se propone convertir un nuevo proyecto de conquista de América Latina (llamado el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas) que abarque desde México y el Caribe hasta las Islas Malvinas, las cuales ya les llaman Falkland.
Todo indica también que el gobierno neoliberal va a seguir insistiendo en aumentar el impuesto al valor agregado y en ponerle aranceles a alimentos y medicinas, también con cargo a los más pobres y a los medio pobres, quienes se habrán de empobrecer todavía más, mientras el gobierno seguirá pagando una deuda exterior que ya cubrió tres veces y seguirá pagando la gigantesca deuda llamada Fondo Bancario de Protección al Ahorro, que hizo suya en nombre del pueblo mexicano y con la que salvó a los superricos, incluso a quienes se declararon en quiebra fraudulenta y que gozan, todavía más, de su doble condición de quebrados recompensados y de acreedores que le prestan dinero al gobierno para que les pague, y que se lo prestan con intereses usureros en uno de los negocios o atracos más increíbles de la historia de la humanidad.
El panorama se complica aún más por la importancia macroeconómica que cobran el narcotráfico y el crimen organizado e ilegal, afirmación ésta que parecería redundante si no fuera porque hay un crimen organizado y legal.
En este punto estalla un problema que afecta al gobierno y a los empresarios, a la sociedad política y a la sociedad civil, a los medios de comunicación de masas, etcétera, etcétera. Es un problema que parecería extenderse desde los más ricos hasta los más pobres, que incluye a los del gobierno y a los de la oposición, a los conservadores y a los "revolucionarios". El mal está tan extendido que Carlos Abascal, secretario del Trabajo, ha dicho que "nadie puede darse baños de pureza", afirmación parecida a la que como expresión de una cultura cínica hizo un periodista cuando en tiempos de López Portillo sostuvo que "la corrupción somos todos". Semejantes conclusiones resultan tan lamentables como la que sacó el presidente Fox ante los líderes charros (algunos indiciados) del Congreso del Trabajo, de que "la sociedad está cansada de tanta corrupción" y de que "no hay más corrupción que antes, sino más denuncia y rechazo", "más contraloría social o ciudadana", más "ética democrática" frente a la corrupción. Todas son afirmaciones engañosas, si se piensa que las corrupciones se denuncian por el gobierno mexicano o el estadunidense, por los empresarios o por los políticos modernos y dinosáuricos, con lógica de moral mafiosa que se aplica a los que traicionan pactos, o con lógica de chantaje a los que quieren acallar, o de escándalo contra los que quieren acabar. Y todo como una especie de distracción de circo romano, en el que los moribundos saludan al César o le mientan la madre, y en el que toda la clase política se divierte, regocija y distrae de los grandes problemas nacionales con la anécdota y el chisme, buscando, de ésa y otras mil maneras, convertir en mero espectador despolitizado a un pueblo que quiere que no piense ni actúe para poner remedio a tan graves males.
Por supuesto que la crisis afecta la conciencia y voluntad del pueblo, o de una parte de éste, al menos durante un tiempo. Muchos son los empleados públicos que se desmoralizan y abaten, que ya no le ven sentido a su trabajo público, social. Muchos los jóvenes que imitan el cinismo grosero de payasos, patanes o juniors consumistas de la televisión. Muchos los ciudadanos que se dicen a sí mismos o entre ellos que no vale la pena votar ni ir a asambleas ni organizarse, ni ser solidario con otras luchas campesinas, obreras, cívicas o por los derechos de las personas y pueblos. Muchos los que ven cómo se viola abierta y sistemáticamente la Constitución o los programas sociales y políticos, o los acuerdos de San Andrés, por el propio gobierno de la República, por el Poder Ejecutivo, por el Legislativo, por el Judicial.
El escepticismo frente a las luchas jurídicas y políticas tiende a aumentar. Se dan así las condiciones para un enorme abstencionismo ciudadano gratamente esperado por la clase política, que está haciendo rancho aparte, lejos de sus electores y representados, al grado de que muchos de sus integrantes ya ni se acuerdan que son "representantes populares" y cuando oyen esa expresión se desentienden completamente de su contenido.
La crisis se manifiesta también por la forma en que al "supurar" la corrupción se genera el conformismo de aquellos que piensan que "así es el mundo" o que "así es México y ni modo", lo cual es totalmente falso. Ni la corrupción somos todos ni la corrupción explica todo. Al contrario, se necesita explicar lo que la corrupción significa en el México y el mundo realmente existentes, en todo el mundo periférico y desarrollado, del sur y del norte, de oriente y occidente.
La corrupción es parte de la privatización de la vida pública. La corrupción legalizada es parte del espíritu de lucro y acumulación de riquezas de empresas, bancos, cadenas financiero-fabriles-comerciales, territorios y recursos del suelo y subsuelo, entre los que están, a la orden del día, el agua y los energéticos, en particular la electricidad y el petróleo.
La corrupción legalizada es la acumulación que desregula o priva de sus derechos a los trabajadores organizados. La corrupción legalizada es la que usa los recursos que provienen de los impuestos fiscales, que pesan sobre el pueblo, para pagar el nuevo tributo llamado deuda externa o interna (Ƒinterna?) a las grandes potencias y centros financieros desnacionalizados.
La corrupción legalizada es la que acaba con los proyectos nacional y social. La corrupción legalizada es la que está dando un golpe tras otro a la Constitución y al régimen de derecho. La corrupción legalizada es la que vacía de contenido las palabras y los discursos al llamar democracia a la plutocracia -como dijimos hace mucho y repitió con razón Saramago- y al llamar "moral democrática" los nuevos linchamientos de brujas de Salem, que en muchos casos son efectivamente brujas, pero que no se les quema por serlo, sino porque su quema viene de perlas para quemar a López Obrador, quien da muestras de practicar una política distinta a la del neoliberalismo ortodoxo.
La megacorrupción de los neoliberales ortodoxos y sus corrupciones legalizadas e inclusive ilegales levantan escándalos inconsecuentes, impunes y nada "transparentes", o críticas desatendidas con la filosofía del "tú di lo que quieras, que yo hago lo que me dé la gana, o lo que me ordenen mis jefes". Y ésta es la lógica de "la obediencia debida".
La política neoliberal sigue no sólo con sus políticas de privatizaciones, desnacionalizaciones, ocupaciones y depredaciones, sino con políticas de mentiras sistémicas que hacen de los discursos, diálogos y negociaciones meros actos simbólicos que ocurren en el escenario político, representado como teatro, como ritual laico, sancionado y bendecido a menudo por la religión en boca de importantes sectores conservadores de la jerarquía eclesiástica, cuya injerencia política creciente y corporativa todavía no se acompaña de la de los militares o los marines para retrotraer a México a las luchas civiles del siglo antepasado, o a las que hoy sufren tantos países del ex tercer mundo como el hermano pueblo de Haití.
La realidad del proceso que vivimos lleva a pensar que la "transición democrática" no se dio ni se está dando, que la "reforma del Estado" se detuvo desde que el gobierno y todos los partidos políticos (sic) traicionaron los "acuerdos de San Andrés" y les quitaron y negaron sus derechos a los pueblos indios. Como dijo un notable caricaturista, "el Partido de la Revolución Democrática" se convirtió en "Partido de la Reelección de Dante" Delgado, hecho doble o triplemente dramático porque aquello de "revolución democrática" quedó en mera palabrería; el principio de no relección, que es una de las pocas victorias de la democracia mexicana frente a las elites y mafias políticas que se perpetúan en el poder, sufre un nuevo golpe entre proyectos de los señores diputados por aprobar su propia relección y preparar la del Presidente. Y para colmo, porque el ciudadano propuesto como candidato al gobierno de Veracruz es exactamente el mismo a quien ayer persiguió como delincuente el mismo partido que hoy lo postula para un puesto de representación popular.
En todas esas y muchas otras medidas más priva la lógica de que "ser político moderno de izquierda consiste en defender con argumentos de izquierda las políticas de la derecha", o de distraer a la ciudadanía con denuncias brutales e inocuas entregando algunas fieras al circo para que se las traguen otras fieras. Así enredan más "la crisis de las ideologías" y la situación que vivimos, y dificultan enormemente la construcción de una alternativa en la que se socialice la política, hoy privatizada, en la que la lucha se organice para defender los derechos sociales de trabajadores, pueblos y ciudadanos, y para defender la soberanía nacional frente a los grandes complejos militares-empresariales, sus asociados y subordinados nativos de la iniciativa privada y de la política privatizadora del saqueo neoliberal. Si hay muchas excepciones y conductas irreprochables en numerosos miembros del PRD y afines, eso no impide el doble hecho de que por un lado la mayoría del partido ha sustituido la prioridad en la lucha por la política social y nacional por luchas de posiciones en los puestos de representación y por concesiones de beneficios personales o de grupo, hechos que se complementan con la desmoralización y la inmoralidad lamentables y punibles en que han incurrido todos estos personajes de "izquierda", quienes para gozo de la derecha aparecen en la televisión, en la nota roja y en los videos. Si quienes los juzgan son los delincuentes legitimados, no por eso los supuestos "izquierdistas" dejan de ser delincuentes ni es cosa de que argumentemos contra aquéllos para defender a éstos, que además de peculado, soborno, desvalije y envalije han cometido el delito no menos sino más condenable de traición a sus principios y a sus electores.
Afortunadamente las fuerzas alternativas existen, y muchas de ellas tienden a radicalizarse; esto es, a ir a la raíz de los problemas y a construir las fuerzas necesarias para luchar por una verdadera democracia, por una verdadera liberación y por un verdadero socialismo. Entre esas fuerzas destacan los indios zapatistas y gran cantidad de organizaciones de base que integran campesinos, trabajadores, pobladores urbanos, estudiantes, intelectuales orgánicos de los movimientos y también de las universidades que en México, como en América Latina, desde la independencia política de España hasta hoy han jugado y juegan un papel formidable en la lucha por la libertad de pensamiento, por la extensión creciente del conocimiento y de la cultura científica y humanística que las elites dominantes tienden a monopolizar.
Esas fuerzas alternativas, sistémicas y antisistémicas, cada vez más radicales, constituyen una esperanza objetiva formidable. Para que esa esperanza se vuelva cada vez más eficaz es necesario, a todas luces, que los nuevos movimientos sociales y políticos, al radicalizarse, no vuelvan a los malos hábitos "jefistas", vanguardistas, sectarios, voluntaristas, arbitrarios y doctrinarios que caracterizaron a quienes se propusieron la lucha por la democracia, la libertad y el socialismo como lucha de un solo partido y una sola clase con una sola ideología, y que se ponían muy orgullosos al decir: "eso sí, somos muy sectarios pero muy poquitos".
Las fuerzas alternativas emergentes tienen que darle a la moral, como poder, el papel central que le dio el Movimiento 26 de Julio en Cuba, y en el mundo el papel de una fuerza necesaria y útil que se materializa cuando, como la teoría, se vuelve la moral de los muchos, con los muchos y para los muchos. Esa moral colectiva tiene que ocupar un papel central en la preocupación y ocupación de los nuevos movimientos por la democracia, la liberación y el socialismo.
El respeto a las ideas y creencias de los demás, y la capacidad de oír, dialogar, informarse, conocerse más y más a uno mismo y a quienes lo rodean, amigos o contrincantes, o inclusive a los enemigos y sus reacciones esperadas, es tan necesario como el respeto a las reglas e instrucciones que la colectividad en que uno participa, o a la que uno representa, se da a sí misma, o le da a uno esperando se obedezcan y cumplan.
Combinar el diálogo, el respeto a la dignidad y la autonomía de quienes están con uno y luchan con uno pero tienen ideas o tácticas o estrategias distintas es tan necesario como sustituir la propaganda política o revolucionaria por la pedagogía liberadora que enseña a tomar decisiones y a conocer las ventajas y desventajas de cada decisión que se toma.
Llevar la alfabetización política y liberadora a los más altos niveles del conocimiento y la acción, como Paulo Freire quería, será tarea tan importante como organizarse en forma de redes y de redes de redes para la información y el diálogo para las acciones solidarias o para las acciones conjuntas de organizaciones autónomas que compartan algunas luchas y que se reserven otras de su responsabilidad.
Plantearse el conocimiento histórico de las luchas como parte de la historia del capitalismo en México y el mundo, o como parte de la historia de la liberación, de la democracia y del socialismo, y combinar la explicación histórica con la toma de nuevas medidas, con base en las experiencias anteriores, y añadir a ese conocimiento el de los mejores caminos que en un momento y situación puntuales se consideran los más convenientes para lograr determinados objetivos, es también fundamental.
Las discusiones liberadoras tienen que conocer e interpretar a los clásicos, pero no pueden quedarse en la interpretación del mundo que hicieron los clásicos ni en el tipo de luchas que dieron para cambiarlo. A ese conocimiento e interpretación es obligado añadir como prioritario el conocimiento y la interpretación de las mejores formas, de las mejores organizaciones, de los mejores pasos intermedios para practicar y alcanzar los objetivos de la democracia, la liberación y el socialismo en el México actual, emergente y alternativo, y en el mundo.
En todos estos pasos la práctica de la moral colectiva e individual es fundamental si quiere uno detener los procesos de corrupción que dieron fin a muchos regímenes surgidos de las luchas revolucionarias anteriores. La moral es el cemento del poder de las mayorías. Las mayorías sin moral, o los representantes de las mayorías que violen sus principios éticos, son presa fácil del sistema que los sigue dominando en su propio corazón. No aceptar ningún apoyo del narcotráfico, no realizar, y así lo han exigido los grandes revolucionarios, actos terroristas; no caer en actos autodestructivos, al estilo de los héroes-suicidas o de quienes con arbitrariedades e insultos rompen sus propias organizaciones ayer democráticas y plurales, son conductas a observar por deber y "utilidad". Lo mismo ocurre con el manejo de los fondos colectivos o públicos o sociales: ser muy escrupulosos, llevar y presentar cuentas de los mismos, reforzar la moral personal y colectiva con reglas y leyes que los colectivos aprueben. Hacer ver mediante la narrativa de las inmoralidades cómo éstas siempre han derivado en la debilidad de los pueblos. Hacer ver con análisis cada vez más profundos y claros que hoy la lucha es "ver quién queda peor, en lugar de ver quién se compromete más y cómo, haciendo, por ejemplo, efectivas las reglas que se dan las propias organizaciones alternativas y sacando la discusión de la privatización de las elecciones, de la privatización de la política, de la privatización del gobierno, de la economía, de la cultura" para pasar a la crítica y la construcción de sistemas sociales, económicos y políticos alternativos, necesarios, y que se busquen hacer crecientemente posibles y no demagógicos en la búsqueda y lucha por el bien común y el interés general, esas expresiones hoy huecas y casi impronunciables. ***
Pienso en la moral como política y en la política como moral. Recuerdo algo que mi madre me dijo hace muchísimos años que yo creía que el primer consejo era moral y el segundo político. Me dijo: "no hagas cosas malas que parezcan buenas" (el que yo creía moral) "ni cosas buenas que parezcan malas" (el que yo creía político). Más tarde descubrí que los dos eran, a la vez, morales y políticos. Y aquí rehago la propuesta de un gran líder de la periferia mundial, Nehru, quien le dijo a los jóvenes: "Necesitamos tener nervios de hierro y moral de acero". Y aún así, sobrellevar y superar las contradicciones para construir el futuro.
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